Camilo José Cela decía que los
entrevistadores son unos inquisidores que tendrían que pagar
a los entrevistados. De ahí que cuando se prestaba al juego
de las entrevistas se mantuviera, según dicen y vimos a
veces en la televisión, en guardia y dispuesto a cantarle
las cuarenta a quien no supiera estar a la altura que él
marcaba. Las entrevistas pertenecen a un género literario
que tiene más importancia de la que hasta ahora se le ha
venido dando. Pocos medios pueden prescindir de las
declaraciones obtenidas mediante el diálogo. Y la primera
exigencia para dialogar con el personaje elegido es tener un
gran conocimiento de su personalidad o sus ideas, e incidir
en los aspectos menos conocidos de ellas.
En ocasiones, por causas ajenas al entrevistador, éste se
presenta ante el inquirido sin cuestionario y hasta con
cierto desbarajuste mental. Son excepciones, claro está,
cuando el profesional es consciente de lo que está haciendo.
Un día, de hace ya varios años, me senté ante el presidente
del Tribunal de la Rota de Sevilla sin saber ni papa de lo
concerniente a su labor. Y menos mal que acerté a
preguntarle, de sopetón, las razones que había para que la
Iglesia fuera sabia. Y aquel cura, con cara de no estar muy
dispuesto a conversar, reaccionó con tanta prontitud como
sinceridad: -¡Por alcahueta, por alcahueta, por
alcahueta!...
Y a partir de ese momento, nos arrellanamos en un sofá del
hotel La Muralla, y comenzamos a hablar de manera
distendida. Cuando di por concluida la sesión, aquella
autoridad eclesiástica quiso halagarme diciéndome que estaba
muy preparado en el tema, y mi contestación no se hizo
esperar:
-Haga el favor de no cachondearse de mí a estas horas de la
mañana (ocho de la mañana de un día invernal). Pues sepa que
no tenía ni la menor idea de cómo la Iglesia se manejaba en
asuntos donde las relaciones del tálamo nupcial quedan rotas
y hay que arreglarlas como Dios manda.
Le hizo tanta gracia mi respuesta al presidente del Tribunal
de la Rota, que me puso al tanto de cómo se estaba llevando
la nulidad del matrimonio de Pedro Carrasco con Rocío Jurado
y de otras parejas de famosos, que entonces pleiteaban bajo
las directrices marcadas por la curia. Pocas veces más he
acudido yo sin cuestionario y sin saber vida y milagros de
mi interviuvado, porque se expone uno a quedar peor que la
chata de Cái. Ya que las improvisaciones son recursos
necesarios, pero nunca convenientes por sistema.
La semana pasada me presenté en el Ayuntamiento, llamado
ahora, pomposamente, Palacio de la Asamblea, para
solicitarle una entrevista al Consejero de la Presidencia,
José Luis Morales, y no sólo accedió sino que me propuso
realizarla en el acto. Ni tengo cuestionario ni grabadora,
le dije. Lo de la grabadora lo solucionó Javier Martí,
prestándome la suya. Y allá que nos sentamos el consejero y
yo para cumplir con la tarea.
Resumiendo: Lo que quiero destacar es la predisposición de
José Luis a fin de facilitarme el trabajo. Un hecho que se
da muy poco entre los políticos. Aunque en mi caso, justo es
destacarlo, escasean quienes me ponen pegas. Si acaso gustan
de darse cierto pote, tirando de agenda y haciéndome ver que
no cesan de trabajar durante todo el día. Lo cual tampoco es
como para que a mí se me suba la tensión ni nada por el
estilo. Lo acepto como un acto pasajero de vanidad y que
debo respetar en su justa medida. Si bien me quedo con la
forma de comportarse del ya citado Consejero de la
Presidencia: ¡qué bien José Luis…! Cómo se nota que la
experiencia y la buena disposición son capaces de hacer que
alguien gane en un día lo que otros tardan en conseguir, si
acaso lo logran, mucho tiempo. Que sirva de ejemplo.
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