No es la primera vez que escribo
de Mohamed Chaib, y espero poder hacerlo muchas más. Sobre
todo para destacar la serenidad con que se ha enfrentado a
los problemas que le han ido surgiendo durante los últimos
años. Que no fueron pocos y de fácil solución. Aunque espero
y deseo que la suerte decida apostar por él y lo proteja
como coraza impenetrable contra las adversidades. Es algo
que merece por ser buen ejemplo en situaciones donde encaró
la desgracia con la impasibilidad de quien tiene asumido que
nada se gana perdiendo los nervios o lamentándose de su mala
fortuna.
Un día, cuando a sus espaldas se aireaban sus dolencias
físicas, lo hallé consciente de ellas pero convencido de que
todo lo superaría echando mano de la fe y, desde luego,
buscando en la templanza la mejor medicina para sus males.
Lejos de histerismos: siempre contraproducentes para el
organismo y ya no digamos nada si el mecanismo de éste anda
por senda equivocada. Fueron momentos en los cuales
descubrí, si bien ya había tenido otras ocasiones para
cerciorarme de que estaba ante un tipo capaz de ahuyentar el
miedo con el estoicismo de una sonrisa y un será lo que Dios
quiera, que Chaib sabía comportarse ante el peligro con una
sangre fría propia de alguien con un dominio enorme de sus
emociones. Y de que por encima de errores propios de
humanos, benditos sean, él estaba capacitado para menesteres
en los que se requieren su forma de ser.
Cierto es que muchos golpes seguidos hacen mella en el
cuerpo, y por qué no en el alma, de quienes los reciben, por
más que éstos sepan encajarlos como lo viene haciendo Chaib.
Y que esas heridas no cicatrizan jamás: aunque estén
aposentadas en territorio donde no haya lugar para hacer de
ellas una manifestación de victimismo. Pues bien, nuestro
hombre continúa sin ceder a lo que tampoco sería una
debilidad: quejarse de la fatalidad que le ha venido
persiguiendo. Lo digo porque, días atrás, alguien en una
reunión nos puso al tanto de un hecho que a él le parecía
perjudicial para Chaib. Y lo hizo bajo la apariencia de
estar muy preocupado por las repercusiones negativas que
pudieran tener para el asesor del Gobierno local. Cabe decir
que los oyentes respondimos así: lo que estás diciéndonos no
tiene la menor importancia y, por lo tanto, no le afectará.
De manera que con pocas palabras acabamos con la intención
de alguien que quería ver un drama, donde no existía, para
un hombre que es merecedor de vivir una etapa de
tranquilidad por los servicios prestados.
En cuanto me eché a la cara a Chaib, no dudé en preguntarle
al respecto: y otra vez me encontré ante la persona que no
se inmuta por nada. Así, me fue detallando todo lo
concerniente a ese hecho que alguien trataba de vendernos
como un problema capaz de alterar la vida del otrora
consejero de Bienestar Social. Nada especial..., me dijo.
Sino sólo un trámite inesperado, pero que no cambia el curso
de lo ya acontecido y soportado. Lo cual, lógicamente, me
produjo la consiguiente alegría. Una alegría basada en el
conocimiento de la persona y sobre todo en algo que sus
amigos solemos admirar de él: su dominio de la escena en los
momentos en que otros solemos salirnos de madre y tardamos
nuestro tiempo en hacernos con las riendas de lo que nos
haya sacado de nuestras casillas.
Por todo ello, sirva esta columna como modesto homenaje a
quien en momentos cruciales ni pierde la cabeza ni
compromete a terceras personas, por miedo. En asesores como
él, aunque sea por lo reseñado, que no es poco, cualquier
autoridad debe confiar ciegamente. Sea así.
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