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OPINIÓN - DOMINGO 27 DE NOVIEMBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

El estoicismo de Chaib
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

No es la primera vez que escribo de Mohamed Chaib, y espero poder hacerlo muchas más. Sobre todo para destacar la serenidad con que se ha enfrentado a los problemas que le han ido surgiendo durante los últimos años. Que no fueron pocos y de fácil solución. Aunque espero y deseo que la suerte decida apostar por él y lo proteja como coraza impenetrable contra las adversidades. Es algo que merece por ser buen ejemplo en situaciones donde encaró la desgracia con la impasibilidad de quien tiene asumido que nada se gana perdiendo los nervios o lamentándose de su mala fortuna.

Un día, cuando a sus espaldas se aireaban sus dolencias físicas, lo hallé consciente de ellas pero convencido de que todo lo superaría echando mano de la fe y, desde luego, buscando en la templanza la mejor medicina para sus males. Lejos de histerismos: siempre contraproducentes para el organismo y ya no digamos nada si el mecanismo de éste anda por senda equivocada. Fueron momentos en los cuales descubrí, si bien ya había tenido otras ocasiones para cerciorarme de que estaba ante un tipo capaz de ahuyentar el miedo con el estoicismo de una sonrisa y un será lo que Dios quiera, que Chaib sabía comportarse ante el peligro con una sangre fría propia de alguien con un dominio enorme de sus emociones. Y de que por encima de errores propios de humanos, benditos sean, él estaba capacitado para menesteres en los que se requieren su forma de ser.

Cierto es que muchos golpes seguidos hacen mella en el cuerpo, y por qué no en el alma, de quienes los reciben, por más que éstos sepan encajarlos como lo viene haciendo Chaib. Y que esas heridas no cicatrizan jamás: aunque estén aposentadas en territorio donde no haya lugar para hacer de ellas una manifestación de victimismo. Pues bien, nuestro hombre continúa sin ceder a lo que tampoco sería una debilidad: quejarse de la fatalidad que le ha venido persiguiendo. Lo digo porque, días atrás, alguien en una reunión nos puso al tanto de un hecho que a él le parecía perjudicial para Chaib. Y lo hizo bajo la apariencia de estar muy preocupado por las repercusiones negativas que pudieran tener para el asesor del Gobierno local. Cabe decir que los oyentes respondimos así: lo que estás diciéndonos no tiene la menor importancia y, por lo tanto, no le afectará. De manera que con pocas palabras acabamos con la intención de alguien que quería ver un drama, donde no existía, para un hombre que es merecedor de vivir una etapa de tranquilidad por los servicios prestados.

En cuanto me eché a la cara a Chaib, no dudé en preguntarle al respecto: y otra vez me encontré ante la persona que no se inmuta por nada. Así, me fue detallando todo lo concerniente a ese hecho que alguien trataba de vendernos como un problema capaz de alterar la vida del otrora consejero de Bienestar Social. Nada especial..., me dijo. Sino sólo un trámite inesperado, pero que no cambia el curso de lo ya acontecido y soportado. Lo cual, lógicamente, me produjo la consiguiente alegría. Una alegría basada en el conocimiento de la persona y sobre todo en algo que sus amigos solemos admirar de él: su dominio de la escena en los momentos en que otros solemos salirnos de madre y tardamos nuestro tiempo en hacernos con las riendas de lo que nos haya sacado de nuestras casillas.

Por todo ello, sirva esta columna como modesto homenaje a quien en momentos cruciales ni pierde la cabeza ni compromete a terceras personas, por miedo. En asesores como él, aunque sea por lo reseñado, que no es poco, cualquier autoridad debe confiar ciegamente. Sea así.
 

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