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OPINIÓN - SÁBADO 26 DE NOVIEMBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

Ceuta y Melilla “ocupadas”
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Intelectuales es el título de un libro escrito por Paul Johnson, y en el que éste hace un análisis de las credenciales morales y de juicio de ciertos intelectuales notables, para aconsejar a la humanidad sobre cómo conducir sus asuntos. Dice el autor, de una obra que llevo leída tres veces y en la que suelo bucear cuando lo creo conveniente, que para reunir los detalles de la vida de quienes se dedicaron a pensar y a dictar normas, tuvo que leerse muchas biografías de ellos. Muchos son los nombres de personajes que aparecen en el libro ya reseñado: Kart Marx, Henrik Ibsen, Tolstoi, Bertolt Brech, Bertrand Russell… Pero el primero en tan larga lista es, como no podía ser menos, Jean-Jacques Rousseau. A quien lo tilda como un loco interesante. Un loco del que asegura que hizo una virtud del más repelente de los vicios: la ingratitud.

Uno de sus biógrafos señala que gozaba de una técnica extraordinaria para destacar sus problemas y su pobreza, y en cuanto alguien le tendía la mano, se revestía de un orgullo inusitado y se preparaba ya para arremeter contra su bienhechor. Eso sí: nunca le hacía asco a lo que le ofrecían. Esta forma de actuar es conocida por el mal de Rousseau y se da con bastante frecuencia en innúmeras personas. Y, cómo no, en los dirigentes de ciertos de países, que se han ganado fama de no ser fiables cuando se trata de mantener un ápice de lealtad hacia otros gobernantes que están procurando por todos los medios lavarles la imagen ante la Unión Europea. Importándoles un bledo que en el empeño se queden con las vergüenzas al aire.

Los dirigentes marroquíes siguen dando muestras de que el mal de Rousseau es enfermedad muy difícil de tratar o bien no ponen los medios suficientes para sanar de ella. Y han vuelto a dar pruebas de su ingratitud en cuanto se les ha presentado la ocasión ante una comisión europea. Llegó una delegación marroquí a la plaza mayor de Europa, Bruselas, encabezada por el ministro delegado para Asuntos Europeos, Taeib Farsi Fhiri, y lo primero que se les ocurrió es presentar a Ceuta y Melilla como ciudades “ocupadas”. Una declaración que fue distribuida posteriormente a los informadores durante una conferencia de prensa ofrecida por el ministro marroquí. A partir de ahí lo mismo de siempre: el representante español en la reunión advirtió de ello a la presidencia británica, quien expresó ante Marruecos que la UE rechazaba esa forma de referirse a dos ciudades que son españolas y que, por tanto, forman parte de la UE.

Y ya tenemos otra vez a Imbroda, presidente de Melilla, pidiéndole explicaciones al ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, y a ZP bramando entre bastidores que las autoridades marroquíes no son de fiar y que está hasta los adminículos de que lo dejen, una y otra vez, haciendo el más espantoso de los ridículos. Y el hombre lleva toda la razón del mundo. Porque mira que está haciendo malabares para contentar a Mohamed VI, y que si quieres arroz, Catalina. A Mohamed VI y a los partidos nacionalistas: que han hecho del mal de Rousseau un dogma con el que intentan convertirnos a los demás españoles en lacayos suyos.

El comportamiento de los marroquíes en Bruselas responde, sin duda, al anuncio que ha hecho el presidente del Gobierno de su visita a Ceuta. Ha sido el primer gesto contrario a lo mal que han digerido que ZP se haya atrevido a declarar lo que nunca antes se atrevió ningún presidente. Miento: Adolfo Suárez lo anunció y arribó a la ciudad. Así que debemos prepararnos, de aquí en adelante, a sufrir con más insistencias las tarascadas reivindicativas de unos vecinos que anteponen la ingratitud al sentido común y que hacen todo lo posible para que las relaciones sean tortuosas.
 

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