Vivas e Imbroda llevan un tiempo
en el cual van cogidos de la mano a todas partes. Forman una
pareja política a la que el gran público ha conocido a raíz
de los problemas surgidos con los inmigrantes en las
ciudades que presiden. Ambos se han puesto de moda, y el
Partido Popular hace bien en lucirlos a cada paso. Una tarea
que parece haber recaído en la persona de Javier Arenas.
Quien tiene tablas suficientes para cumplir el cometido que
le han asignado o bien lo ha decidido él por su cuenta y
riesgo.
En la conferencia de la Fundación Antares de Sevilla, el
jueves pasado, Javier Arenas estaba en la primera fila del
salón de actos y los conferenciantes, Vivas e Imbroda, daban
la impresión de sentirse minuciosamente analizados y
controlados por el hombre fuerte de los populares
sevillanos. Una situación que éste, dada su destacada
personalidad, no puede evitar: aunque debería poner los
medios para que ese control no fuera a más y terminara
convirtiéndose en grave defecto.
Porque de seguir el presidente del PP-A actuando como lo
haría un apoderado con una pareja de jóvenes novilleros,
seguro que Vivas e Imbroda terminarían hasta los mismísimos
adminículos de lo que lleva camino de convertirse en
exagerada protección. Y es que Javier Arenas, el hombre que
mejor arquea la ceja izquierda, después de Charles Boyer,
parece haber entrado en una fase de su vida donde gusta de
supervisar hasta los menores detalles de los políticos que
va ganando para su causa.
A Javier Arenas quise yo entrevistarlo en Sevilla: llamé su
atención una vez terminada la conferencia y mientras
charlaba con Vivas. Su respuesta fue un gesto con la mano
que me pareció decir que me atendería en la cena. Pero en la
cena no estuvo ni él ni Imbroda. Y, claro, me quedé sin
poder preguntarle por algo que tengo interés en conocer:
¿cuándo comenzó a creer de verdad en las posibilidades de
Vivas como político y, sobre todo, como presidente de la
Ciudad? Pero mi gozo en un pozo. Así que habré de seguir
esperando mi oportunidad. Aunque a lo mejor es una pregunta
molesta hasta para quien ha ganado fama de enmendar sus a
veces precipitadas opiniones con el arte de su admirado
Curro Romero.
Lo cierto es que Vivas jamás le echará en cara a Arenas la
escasa confianza que, en un principio, había depositado en
él. Puesto que el presidente de Ceuta es más listo que el
hambre y cuenta, además, con tacto y habilidad para dar y
tomar. De haber sido diplomático, no me cabe la menor duda
de que estaría ocupando, actualmente, una de las embajadas
más importantes.
Decía yo, días atrás, que la singularidad de Vivas está,
según mi modesto entender, en que su presencia no despierta
el menor asomo de contrariedad entre quienes acuden a oírle.
Porque goza de la cualidad que tienen los buenos vinos:
entrar despacito con el fin de turbar lo necesario y
estimular las buenas intenciones.
Algo que no está, sin embargo, al alcance de Juan José
Imbroda. Éste, tal vez porque Melilla está a mucha distancia
de la península, vive aún sometido a los recuerdos de un
ferviente africanismo militar. Postura legítima, pero que no
beneficia en nada a la ciudad que preside. Porque esa manía
de volver a situar a Franco a primera vista de los pasajeros
que arriban a Melilla es, cómo no, un gesto innecesario a
todas luces.Un gesto aprovechado por Canal Sur, durante el
programa de Paco Lobatón, para ofrecernos la imagen de
alguien que dijo ser coronel y que no sólo defendía lo
autorizado por Imbroda sino que, llevándose el pulgar y el
índice al cuello, pedía que a los rojos se les cortara la
cabeza. Así es difícil que Imbroda pueda generar simpatías
para su tierra.
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