Hace unos días, refería el
desconocimiento que de Ceuta se tenía, y se sigue teniendo,
en muchísimos rincones peninsulares. Situación que inspiró a
Paco Amores (el popular Curro) para bautizarla como la Bella
desconocida. Un acierto del veterano periodista: no
olvidemos que a ella arribaron algunos viajeros convencidos
de que aquí se paseaban los leones por las calles. Un hecho
que conviene recordar por su veracidad, en cuanto se
encarte, para que los ceutíes no decaigan en el empeño de
darla a conocer mediante todas las posibilidades que estén a
su alcance.
También escribía que ha habido políticos, desde los tiempos
de Maricastaña, que hicieron todo lo que estaba en sus manos
para llamar la atención de las personas dispuestas a viajar.
Pero que esta ciudad nunca tuvo el tirón necesario para
ganarse la voluntad de los turistas. Siendo como es una joya
en muchos aspectos. Será que uno la mira con esa pasión, no
sé si desmedida, con la que que suele mirar las cosas más
queridas.
Pues bien, mira por dónde se celebra el Debate del Estado de
las Autonomías y Ceuta halla la oportunidad de presentarse
en sociedad ante unos peninsulares que la observan con
desdén y casi siempre para recriminarla por sucesos que no
soportarían en otros lugares y que aquí se conllevan con una
dignidad ejemplar.
Esa presentación, en sitio tan singular como es el Senado,
corrió a cargo de Juan Vivas: presidente de una ciudad que
lo votó masivamente en su día. Y si bien las mayorías
absolutas suelen desembocar en una oligarquía, en este caso
ha supuesto la consagración de un político que llegó al
cargo procurando hacer el menor ruido y dominado por todos
los miedos de perecer en el intento.
Me consta que Luis Vicente Moro, cuando era delegado del
Gobierno, procuró, dada su experiencia en los asuntos
públicos, aconsejarlo y darle todos los ánimos necesarios.
Pero de nada vale ello si el aconsejado no cuenta con las
aptitudes que exige el cargo.
Porque ni siquiera Javier Arenas, hoy rendido admirador de
Vivas, confiaba lo más mínimo en las posibilidades de quien
se ha venido afirmando, cada vez más, como el hombre que ha
de continuar luchando por los intereses de Ceuta en Madrid o
en Pekín.
Y cuando hablo así, créanme que no estoy contando ningún
tipo de chisme ni nada que se le parezca: sino que estoy
reflejando la verdad de cuantos desconfiaban de la poca
capacidad de Vivas para madurar, cual líder, con la urgencia
que requiere una Ceuta tan compleja. Y en el caso de Arenas,
tal vez asesorado precipitadamente, las dudas eran muchas.
Eso sí: estaba éste en su perfecto derecho de permanecer en
guardia. Como satisfecho ha de estar después de ver la
actuación en el Senado de quien él tuvo la oportunidad de
investir como presidente de la Ciudad Autónoma de Ceuta.
El Debate del Estado de las Autonomías ha servido, sin duda,
para que Ceuta sea más conocida por medio de las palabras de
un presidente que estuvo a una altura estupenda. Volveré a
repetir lo que ya he dicho de su discurso: fue suave pero
digno, austero pero no áspero, cortés y completamente
sereno. Un discurso de alguien que domina la escena en
cuanto a no generar crispación entre sus oyentes. Algo
primordial en cualquier época, pero mucho más principal en
la que nos está tocando vivir.
Juan Vivas, con su saber decir las cosas y a pesar de que en
la tribuna de oradores no podía olvidarse de las consignas
de su partido, hizo la mejor publicidad de Ceuta que jamás
se haya hecho. Y es más: llegó a sitio tan principal como
novillero, válgame el símil, y salió de él como un lidiador
excepcional. Diestro.
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