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OPINIÓN - MARTES 8 DE NOVIEMBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

La rebelión de los miserables
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando uno ve lo que está ocurriendo en ciertos barrios de París y de otras capitales francesas, teme inmediatamente que ese terror sirva para poner en pie de guerra a los iguales de esa turba en España. Aunque ésta aún no tenga registrada la tasa de inmigrantes que existe en Francia. Tantas noches de violencia callejera -parisina, marsellesa...- están haciendo que se froten las manos cuantos sienten aversión por los franceses. Y, encima, les dicen que se han ganando a pulso el padecer tal desgracia: por ser antiamericanos furibundos, rendidos admiradores del islamismo y antijudíos. Desde la COPE se siguen dando ejemplos estupendos de cordura. Que Dios nos coja confesados.

A mí, sin embargo, lo que está ocurriendo en Francia me  recuerda la lectura de un libro que me regaló Fernando Rodríguez, hace ya muchos meses: Identidades asesinas es su título. Y confieso que merece la pena poseerlo como libro de cabecera; sobre todo para tener una idea más clara acerca de la locura que incita a los hombres a cometer actos  que puedan atentar contra la vida ajena o destrocen bienes privados o públicos.

Según las noticias que hemos ido recibiendo, desde hace ya doce días, los jóvenes violentos, en su mayoría de origen magrebí, son nacidos en Francia y sus padres consiguieron un modo de vida que les permitió librarse de las injusticias y miserias del lugar de procedencia. De manera que muchos ciudadanos no entienden los motivos que tienen los hijos para expresar tanta fobia y desatar toda la ira contenida durante la niñez. Y no faltan, y no son pocos, los que ven en esas actuaciones un nuevo tipo de Intifada, de violencia antisistema, dispuesta a implantar un feudalismo atroz en las grandes barriadas urbanas.

Leyendo y escuchando atentamente semejantes opiniones, uno acaba por creer que esos jóvenes han crecido en un ambiente que les permite ser usados para beneficios de terceros. Lo que no sabemos es quienes son esos terceros. O mejor dicho: para acertar habría que apuntar, a tontas y a locas, a varios sitios. Pero vayamos con el tipo de joven que se manifiesta como un bárbaro por las calles de las grandes urbes francesas: descrito perfectamente por Amin Maalouf, autor del libro ya reseñado.

Dice así: “El aprendizaje se inicia muy pronto, ya en la primera infancia. Voluntariamente o no, los suyos lo modelan, lo conforman, le inculcan creencias de la familia, ritos, actitudes, convenciones, y la lengua materna, claro está, además de temores, aspiraciones, prejuicios, rencores, junto a sentimientos tanto de pertenencia como de no pertenencia. Y enseguida también, en casa, en el colegio o en la calle de al lado, se producen las primeras heridas en el amor propio. Los demás le hacen sentir, con sus palabras o sus miradas, que es pobre, o cojo, o bajo, o “patilargo”, o moreno de tez, o demasiado rubio, o circunciso o no circunciso, o huérfano; son las innumerables diferencias, mínimas o mayores, que trazan los contornos de cada personalidad, que forjan los comportamientos, las opiniones, los temores y las ambiciones, que a menudo resultan eminentemente edificantes, pero que a veces producen heridas que no se curan nunca”.

Pues bien, en el seno de cada comunidad herida, llegado el momento, surge el cabecilla de turno que agrupa a los descontentos para arremeter contra “los de enfrente”, y se arma la marimorena:  en este caso, la llamada rebelión de los miserables franceses. Que buscan afirmar su identidad, por medio de lo que consideran un acto de valor, un acto liberador...

En Ceuta, afortunadamente, nos seguimos conllevando de maravilla. Un ejemplo que debiera cundir por el mundo.
 

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