Que la Cámara Alta, el Senado,
debería ser la sede de la dialéctica territorial es una
evidencia que así plasmaron los auténticos constituyentes en
la tan recordada ahora transición. Sin embargo, el
‘hemiciclo’ del ‘Senatus’ español protagonizó ayer, lo hará
hoy y concluirá mañana el auténtico debate donde las voces
de los distintos territorios de España, a excepción del
vasco, pudieron ser oídas.
Hoy en día el Senado no es la Cámara territorial a la que se
aspira, por cierto, y se erige en un bastión de peleas
políticas donde la mayoría en este escenario es distinta a
la de la Cámara baja.
Pero las autonomías de España han podido ser oídas y,
algunas, hasta escuchadas. Las dieciocho regiones del país
que se han dado cita han reclamado -la mayoría- solidaridad
interterritorial, algo de lo que hablará esta mañana el
presidente de Ceuta al que le toca turno junto a Baleares,
Madrid, Castilla y León, Melilla y Extremadura.
El Estatuto catalán, la ausencia de los vascos y, en primer
término, el susto que nos proporcionó Rodríguez Ibarra
-recuperándose del implacable infarto sufrido poco antes del
inicio de la sesión autonómica del Senado- han sido el
aderezo a la ensalada que en tres tomas van a tener que
digerir los presentes y los ausentes. Que un territorio de
España no quiera estar representado, por petición propia, en
semejante instancia; que otro territorio hable de la nación
española como ente con el que colaborar -desde la misma
altura institucional-..., no deja de ser un asunto
preocupante que marcará, con toda probabilidad, el futuro de
la nueva historia de un país que empieza a dejar de serlo
tal y como hasta ahora era conocido.
La descentralización está bien, pero como todo, hasta eso
tiene un límite que nunca se puso y que ya, por más que se
quiera, no se puede enmendar.
Las históricas paredes del Senado son testigos mudos de la
‘Generación del 2005’ con la que parece acabar la trilogía
de la dramática historia de España: ‘98’, ‘27’ y... ésta.
|