Dado los tiempos que corren, no es
ninguna tontería recordar que Ceuta y Melilla son ciudades
que han aumentado su decisiva importancia en el panorama
europeo. Cuentan ambas con un valor geoestratégico
incalculable, por más que se haya venido diciendo que la
Base Naval de Rota les había quitado gran parte de esa
importancia que les da el estar situadas en suelo africano.
Los últimos acontecimientos, ocurridos semanas atrás, han
hecho posible que las miradas del mundo se dirijan hacia dos
ciudades a las que deben prestarles suma atención, aunque
sea por egoísmo, los países europeos y, sobre todo, los
españoles peninsulares. No en vano Ceuta y Melilla son
vigías permanentes de un Mediterráneo donde la riqueza
comercial transita sus aguas e irá aumentando con la casi
segura incorporación de Turquía a la Unión Europea.
Ciudades singulares, por muchas y variadas razones, son
siempre actualidad y ocupan las primeras páginas de
periódicos, cabeceras de informativos en televisión y radio.
Raro es el día en el cual no se habla y se escribe sobre
estos pueblos del Norte de África, y muchas veces, pero
muchas, sin el conocimiento adecuado de sus ciudadanos y de
cómo éstos viven España desde unas tierras pretendidas por
el rey moro.
Semejante actitud anexionista, repetida hasta la saciedad y
desde tiempo inmemorial, ha ido generando entre sus
habitantes una predisposición a sentirse ofendidos en cuanto
alguien, con total desconocimiento de la historia o bien
atiborrado de malas intenciones, se descuelga poniendo en
duda la españolidad de ambos lugares.
Y ya no digamos nada si el individuo se llama Máximo Cajal y
ejerce como asesor del presidente del Gobierno. Claro, pues,
que ceutíes y melillenses tienen muy desarrollada la
susceptibilidad. De la misma manera que también responden
con largueza a cualquier gesto, por nimio que sea, favorable
al sentir de ellos. Son, sin duda, los más generosos a la
hora de responder a cualquier halago venido de fuera.
En el caso de Ceuta, sé con qué intensidad se viven los
comentarios que se hacen sobre la ciudad. Andan los ceutíes
en permanente estado de alerta para responder,
inmediatamente y con la dureza requerida, a cualquier
estúpido que ose poner en duda que los españoles no han
vivido en Ceuta bastante antes que los marroquíes. Y, desde
luego, tampoco me es ajeno lo esperanzados que están en que
el rey Juan Carlos I se deje ver por aquí.
Por todo ello, y con el debido respeto para nuestro Rey, me
parece que se ha quedado corto, una vez más, al comunicarle
a Juan Vivas “que quiere venir a Ceuta”. Palabras y nada más
que palabras, en momentos donde el Jefe del Estado es
consciente de la importancia que su visita tiene. ¿A qué
espera el Rey para influir en el Gobierno con la habilidad
que le es característica? Me imagino que algún día deberá el
Monarca acordar con los gobernantes si la visita a Ceuta se
consuma para que se acaben, de una vez por todas, las dudas
propiciadas por su incomparecencia.
Sí: la llamada de la Casa Real al presidente, Juan Vivas, ha
tenido todas las trazas de ser un gesto de cara a la
galería. Una manera muy bonita de indicar que la unidad de
España, tan denostada en los últimos tiempos, empieza por
Ceuta y Melilla. Y, cómo no, para demostrar que sigue muy de
cerca las dificultades que llevan viviendo estas ciudades,
debido a los innumerables inmigrantes que las van invadiendo
sin solución de continuidad. Menos mal que Juan Vivas supo
salir de la cita con las mejores palabras. O sea, con
comportamiento de ceutí agradecido, aunque sin saber de qué.
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