Aun no había acabado de reponerme del viaje nocturno a
Rabat, el pasado miércoles 26 , con Mohamed Haddad (relacionadopor
el juez Del Olmo en el sumario por la masacre terrorista del
11-M y directamente acusado por la UCIE de participar en la
misma, ya escribiré el domingo de ello) , tanto que la
madrugada del jueves me pilló dormitando en el coche, a la
altura del cruce de Larache, cuando el jueves a las 21.30
locales y tras salvar los tenderetes de la popular plaza del
Feddán (ahora Hassan II) de Tetuán me incorporaba como
corresponsl a la pequeña caravana que, organizada por la
sección tetuaní de la Asociación Marroquí de Derechos
Humanos iba a acercarse a los bosques de Beliones, en las
inmediaciones de Ceuta, para acercar ayuda humanitaria
financiada por “Andalucía Acoge” que paliara, de algún modo,
las durísimas condiciones en las que, pese al acoso y cerco
de las fuerzas de seguridad marroquíes, sobreviven sesenta
desconsolados seres humanos procedentes del Africa
Subsahariana.
Tras un breve reagrupamiento a la altura del centro
comercial “Marjane” proseguimos hacia F´ndiq (Castillejos),
donde nos desviamos por la ruta de Tánger enfilando, “chuia
chuia” pero confortablemente refugiados , el mítico “Boquete
de Anyera”, con los vehículos avanzando zarandeados por
ráfagas de lluvia emboscadas entre blancos rachones de
niebla.
Poco antes del Biutz y de la antigua posición de “Cudia
Federico”, un jeep y los parpadeos de unas luces nos
indicaban un control de la Gendarmería: uno de los tres
hombres de la patrulla nos pasa revista con su linterna.
Pasamos sin mayores problemas como el resto de los coches de
la expedición que, de forma aleatoria, confluían hacia el
cruce que toma a Beliones. Aunque (toda precaución es poca)
los miembros de la asociación habían intentado disimular las
cargas de ayuda humanitaria, para mí que los gendarmes
hicieron la vista gorda. Conociendo el país, el paisaje y el
paisanaje, ¡anda que no iban a saber que pasaríamos por
allí!. En fin, un “beau geste” al fin y al cabo y una
práctica forma de no cerrar del todo la espita: cercados
pero no acorralados, los inmigrantes subsaharianos aguantan
a duras penas entre las inclemencias del invierno que se
avecina y las sueltas migajas de ayuda que les llega.
Tras una parada en falso seguimos descendiendo por una
sinuosa carretera =debajo de la cual se intuyen, recios y
silentes, los crestones calizos del “yebel” Chinder en los
que aun se alzan, orgullosas, las dos torres almenaras que
constituían la avanzadilla del perímetro defensivo
decimonónico que, enclavado en el campo exterior, velaba
cual leal y eficaz centinela el sueño y la seguridad de
Ceuta.
Entre el apagado ronroneo de los motores el estridente
pitido de un móvil nos advirtió de la maniobra: capós que se
abren, sombras que saltan del bosque y los activistas
marroquíes que acercan a los inmigrantes, en una breve y
animada baraúnda, un preciado tesoro: sacos de arroz, cajas
con latas de sardinas, bolsas de leche pasteurizada y
algunas bolsitas con medicinas. Mientras tanto, miembros de
uno de los dos sindicatos de sanidad marroquís se interesan
por la salud de los refugiados (CONTINUARA ...)
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