Cada primero de noviembre, los ceutíes cogen sus bártulos y
se disponen a pasar una jornada festiva en compañía de sus
familiares y amigos. El monte Hacho, el área de García
Aldave en las inmediaciones del monte Tortuga y las playas,
sobre todo de Benítez y Calamocarro, han sido las zonas
elegidas por los habitantes de la Ciudad Autónoma para
instalarse con sus mesas, sillas y su comida campestre, pero
para muchos, el motivo de esta celebración es una completa
incógnita.
Los más jóvenes sólo saben que es un día perfecto para
disfrutar con sus amigos y una excusa más para no ir a clase
pero no tienen ni idea del porqué de una fiesta que tiene
más de cincuenta años de tradición en Ceuta y que, además,
no se celebra en ninguna otra parte de España, al menos no
con el mismo nombre ni con las mismas características.
Los más mayores se encuentran en el extremo contrario. No
saben cuál es la historia verdadera pero pueden relatarte
varias explicaciones a esta fiesta que, para los cristianos
de Ceuta, es la más importante después de Navidad ya que,
según comentan algunos, “es el momento en el que te juntas
con tu familia y tus amigos y disfrutas de su compañía y si,
encima, acompaña como hoy el buen tiempo, ¿qué más se puede
pedir?”.
Dos son las historias que más se repiten y que bien podrían
ser verdaderas. La primera de ellas hace referencia a los
presos del monte Hacho mientras que la segunda se refiere a
los difuntos. Pero vayamos por partes. En la época de
Franco, como bien saben los ceutíes, la fortaleza del monte
Hacho era una prisión militar en cuyo interior vivían
doscientos reclusos. Según parece, el día de Todos los
Santos era el único en que, los que habían tenido mejor
conducta, estaban autorizados a salir y disfrutar de un día
con sus familias en las proximidades del monte y de la cala
del Desnarigado. Entonces no había coches y la gente subía
hasta el Hacho a pie por lo que se llevaban comida para el
camino, sobre todo frutos secos porque eran nutritivos y
porque, en época de hambruna, eran lo que encontraban a lo
largo del camino o lo que compraban más barato. De ahí dicen
algunos que viene la tradición de ‘la mochila’. Otros, sin
embargo, relatan una historia similar pero con distinto
escenario. Dicen que, en realidad, todo viene por la subida
al cementerio en el día de los Difuntos. Igualmente el
cementerio estaba en un lugar apartado del centro de la
ciudad y los caballas debían invertir muchas horas de
caminata hasta llegar allí por lo que también se llevaban
alimentos para el camino. Sea como fuere, lo cierto es que
ambas historias coinciden en muchos aspectos y ya sea por
visitar a los muertos o a los presos, el hecho es que de
ello nació esta bella tradición que, hoy en día, ha perdido
cualquier connotación de tristeza que pudiera tener y que
sirve para todo lo contrario: para disfrutar de la compañía
de los más queridos.
|