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OPINIÓN - MIÉRCOLES 2 DE NOVIEMBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

Mirando hacia atrás
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El nacimiento de la nieta del Rey es noticia que a mí me hace mirar hacia atrás: un gesto que no me gusta repetir con demasiada frecuencia, porque siempre tengo presente cómo se quedó la mujer de Lot. También existe la posibilidad, siempre perturbadora, de que me ponga a comparar los tiempos y termine por confesar que los pasados fueron mejores. Craso error, que suele estar presente entre quienes gustan de una forma de vida donde el orden esté por encima de la libertad y la justicia.

En ese echar la vista hacia atrás, centro la mirada en un 14 de mayo de 1962; es decir, fecha en la que se casaron en Grecia los abuelos de la hija de SS.AA.RR. los Príncipes de España. De manera que han transcurridos ya 43 años de la celebración de una boda a la cual no quise asistir acompañando al almirante Felipe Abárzuza, entonces ministro de Marina. Sin embargo, y creo que lo he explicado en alguna ocasión, a mí más que viajar al extranjero, en los llamados felices sesenta, lo que más me importaba era poder ganar las pesetas suficientes para no tener que comer el rancho de la época. De todos modos, mi forma de actuar bien pudo costarme el que me enviaran a las arenas del Sahara.

Pero mi idea, más que hablar de la Infanta Leonor -seguro que los catalanes le encuentran alguna pega al nombre-, es recordar, así por encima, cómo era el Madrid de los sesenta: una deliciosa capital de provincia, de habitantes simpáticos y algo chuletas, con tranvías, bulevares, pregones, pocos coches, aire y agua deliciosos. Definición de Luis Díez Jiménez, autor del diccionario del español eurogilipuertas, que yo hago mía en todos los sentidos. Y es que ni siquiera la llegada en tromba del seat 600: utilitario por el cual la gente hacía el pino con tal de de conseguirlo, convertía el tráfico automovilístico en un impedimento para que los camareros cruzaran las calles laterales del Paseo de Recoletos, con la prestancia que les caracterizaba.

Era aquel Madrid en el cual Franco declaraba cosas así: “No puedo prohibir a los españoles que se ganen la vida en el sitio que deseen”. Y las estaciones de ferrocarriles estaban siempre repletas de pañuelos, lágrimas y suspiros por los familiares de quienes se daban el piro a la búsqueda de un mundo mejor. Era también el Madrid que esperaba la llegada del matador de moda: Manuel Benítez, el Cordobés: torero que reunía todo el tremendismo que antes habían derrochado Arruza, Litri, Pedrés, Chicuelo II y Chamaco. Fueron días donde un desconocido ceutí, llamado José Martínez, Pirri, llegó al Bar Club, situado en el pasaje de la Victoria, y Pepe Trompi, ex jugador y técnico del Granada, vaticinó lo siguiente: “En cuanto Miguel Muñoz le dé una oportunidad, Pirri será muchos años titular indiscutible del Madrid”. Trompi tenía vista de lince para sentenciar con tanto éxito. Manolo Santana arrollaba en el tenis y demostraba que hasta quienes habían pasado hambre en la niñez podían conquistar Roland Garrós, Forest Hill y Wimbledon. Pero tales éxitos despertaron la envidia del marqués de Cabanes, a la sazón presidente de la Federación Española de Tenis, que declaró algo de tan mal gusto: que Santana estaba ya acusando las deficiencias de alimentación que había sufrido durante su infancia de recogepelotas. Los ricos suelen dar la nota, antes o después.

En Cataluña, Luis de Galinsoga, director de La Vanguardia impuesto, había interrumpido un sermón en catalán en una iglesia de Barcelona, gritando: “¡Todos los catalanes son una mierda!”. Y semejante despropósito hizo que el abad de Monserrat, Aureli M. Escarré, diera la respuesta que le costó el destierro.
Los catalanes, al parecer, todavía no se han repuesto de las palabras del director franquista.
 

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