Tierno Galván, una víbora con
cataratas (Jiménez Losantos), dijo que el miedo a la
delincuencia es el síndrome de la derecha. Semejante cita me
parece que vio la luz cuando comenzaron a gobernar los
socialistas y la delincuencia creció de manera que el miedo
a verse atracado en plena calle o a domicilio cundió entre
los españoles. Principiando los 80, iba uno a Madrid,
Sevilla, Valencia, Barcelona, etc, y lo primero que te
decían, en la recepción del hotel, es que tuviera mucho
cuidado al pasear la calle a ciertas horas. Puesto que los
tironeros estaban al acecho y al doblar cualquier esquina o
cruzar por delante de algún céntrico jardín podían limpiarte
los bolsillos y hasta darte una buena tunda, si acaso el
botín les resultaba insuficiente.
Ni que decir tiene que cundió la alarma y los ciudadanos
llegaron a organizarse, contra la opinión de las
autoridades, en grupos que recorrían sus barrios dispuestos
a limpiarlos de maleantes. Se hablaba de poner en práctica
la ley de Linch, y se abominaba de las muchas libertades que
la tan añorada democracia había generado y que redundaban en
contra de las clases menos pudientes.
Se oía, por doquier, la misma cantinela: a los ladrones
nunca les da por desvalijar a los ricos. Y a partir de ahí
se maldecía a la policía, a los jueces, a los políticos y al
mismísimo sursum corda. El cual no era otro que el
todopoderoso Felipe González. De ahí que a Tierno Galván se
le ocurriera, digo yo, tachar a la derecha de tener mucho
canguelo y de crear intranquilidad ciudadana para rebajar el
estado de optimismo que había generado el triunfo de los
socialistas.
A medida que pasó el tiempo, o bien se redujo el número de
delincuentes o tal vez los ciudadanos nos acostumbramos a
vivir con esa plaga, aunque cruzando los dedos para que
jamás nos tocara a nosotros. Y todo porque en el fondo a los
españoles nunca nos disgustó que hubiera ladrones dispuestos
a limpiar un banco, a una empresa de muchos posibles o a los
ricos. Acuérdense, si no, de las enormes simpatías que
despertó el Dioni cuando se llevó una pasta gansa, en un
furgón que él debía defender de los cacos.
Nuestra atracción por los atracadores es algo atávico. Lo
cual se ve palpablamente en el siglo XIX, cuando reinaba un
rey felón, llamado Fernando VII. Entonces, el pueblo hablaba
maravillas del bandido generoso: José María Hinojosa, El
Tempranillo. Una especie de “robin hood” que robaba a los
ricos para ayudar a los pobres. Todo un señor bandolero que
cabalgaba desde Ronda a Ecija y desde Estepa a Lucena, por
trochas y caminos, asaltando diligencias y dejando un buen
sabor de boca entre las señoras que perdían sus joyas y
cuanto de valor llevaban. Y que hubieran dado... más de
haber podido. Puro romanticismo, que hizo que el francés
Merimée obtuviera temas suficientes para escribir la tira
sobre una España diferente.
Pero los ladrones de hoy son innobles, tienen malos
instintos y no están cultivados. Lo digo, porque una amiga
me cuenta que días atrás, mientras dormía plácidamente, se
despertó por el ruido que había en el comedor de su piso,
sito en la calle Real. Y vio a un ladrón que corría por el
pasillo para saltar por la ventana que le había servido para
acceder a la vivienda. Una vez en la calle, mi amiga,
acompañada de su padre, telefoneó a su madre por el móvil y
se quedó estupefacta: era el ladrón quien estaba
respondiendo a su llamada. Reaccionó para decirle de todo. Y
el moro le dijo puta, racista..., y apagó el portátil.
Parece ser que Ceuta está padeciendo una oleada de robos.
Habrá que averiguar sin son de aquí los ladrones o enviados
por Marruecos para meternos el miedo en el cuerpo; ahora que
nos visitará ZP, previo aviso a Mohamed VI. Lo que faltaba.
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