Conocí a Julio Iglesias muchísimos
años antes de que se convirtiera en una primera figura en el
difícil mundo del espectáculo.
Tuve la suerte de que, Julio Iglesias, fuese uno más de
todos los artistas a los que he presentado a lo largo de mi
vida.
Fue en una feria, de aquellas ferias que no volverán a
repetirse, en el Centro Cultural de los Ejércitos, donde el
hoy artista de fama universal cobraba por actuación lo que
quizás, en estos momentos, dé de propina en alguna de sus
fiestas particulares a las que suele invitar a los amigos.
Como me ha pasado con muchos artistas, unos vez que fuimos
presentados, charlamos como dos viejos amigos que se
conocieran de toda la vida.
Y como en esos minutos que restan para salir al escenario se
habla de todo, Julio me habló de su familia y sobre todo de
su padre al que adoraba.
Pasamos quince minutos de charla, en los que le pronostiqué
que llegaría a ser una gran figura porque, para triunfar, te
nía una personalidad arrolladora y una voz melodiosa que sin
querer te envolvía y te llevaba por obligación a escucharlo
con auténtico placer.
Finalizada la actuación, nos despedimos con un fuerte
abrazo, mientras me decía nunca olvidaré lo que me has
pronosticado. Adiós, amigo.
Años después sucedió algo en el que me demostró, de forma
palpable que no me había olvidado y que, de verdad, era mi
amigo.
Esa historia no la voy a contar aquí. La he dejado para un
pequeño libro en el que voy a relatar todas mis vivencias de
mi época, maravillosa época, de presentador de todas estas
grandes figuras del mundo del espectáculo y de otras no tan
famosas pero con caché suficiente para figurar en primera
línea.
Me imagino por aquella conversación, sostenida hace años,
como estará Julio por la muerte de su padre.
Desde aquí y desde ya, amigo mío y te digo amigo porque así
me lo demostraste, mi más sincero pesar y el abrazo sincero
de un amigo de verdad.
La vida, esta que nos ha tocado vivir, que no es ni mejor ni
peor que otras vidas que se hayan vividos en épocas
anteriores, siempre dejan penas y alegrías en los momentos,
a veces, menos indicado.
Al profundo pesar que me da el fallecimiento del doctor
Iglesias que es, sin duda alguna, la parte de las penas que
nos acompaña cada momento de la vida se une, la otra parte,
la que también pasa a formar parte de nuestros sentimientos,
como es a alegría.
Porque alegría, enorme alegría me ha provocado el volver a
ver, a mi gran amiga, Rocío Jurado, subida en un escenario y
dejando escapar, con todo el poderío de su garganta, el
cante que solo tiene dentro del alma.
Porque, Rocío, lleva el cante en el alma. Un alma que ,de
seguro, estába destrozada durante ese tiempo en que la
fuerza de su garganta había disminuido y no dejaba expresar
el cante grande procedente del alma.
El martes pasado, en la primera de televisión, Rocío, volvió
de nuevo a ponerse delante de un micro y empezar a degranar,
con ese arte majestuosos que tiene la más grande, la mejor,
sin lugar a dudas, todas aquellas canciones que la llevaron
a la categoría que sólo alcanzan los mejores entre los
mejores. No hay nadie que cante como Rocío Jurado.
A Rocío la conocí cuando empezaba y venía acompañada de su
madre a la que servidor le tenía un gran aprecio.
Han sido tantas y tantas las veces que he trabajado con
Rocío y tantas y tantas las horas de charlas que hemos
mantenido que conozco su vida, casi como ella misma.
Sé y más que demostrado me lo tiene, la gran mistad que nos
une.Y esa amistad no es sólo con mi persona, sino también
con mi familia para la que, Rocío, cada vez que venía, era
una amiga más que nos apetecía saludar y charlar un rato con
ella.
Con Rocío tengo mil y un anécdota que, por supuesto, también
publicaré. Hoy voy a contar una donde se demuestra el grado
de amistad que nos une.
Actuaba Rocío en Ceuta, y el concejal de turno, estába
empeñado, sin que al día de hoy me haya enterado de los
motivos, en que no fuese el presentador.
Le hice saber, a Rocío, que no me dejaban presentarla y me
marché a una cafetería a tomarme tranquilamente una cerveza,
haciendo tiempo para el final del espectáculo donde, como
siempre, echábamos nuestro rato de charla.
Cual no sería mi sorpresa, cuando vinieron a buscarme
rogándome que fuese a presentarla porque, Rocío, había
impuesto que su presentador era yo que formaba parte de su
espectáculo.
El espectáculo empezó con media hora de retraso porque tuve
que ir a casa a ponerme un traje.
Cuando llegué preparado para empezar, Rocío, me dijo “Ese
quién se ha creído que es para negarse a que tú me
presentes” .
Ni les cuento la cara que tenía el concejal de turno, cuando
me vio salir a hacer la presentación.
Un abrazo, Rocío.
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