Muchas veces se ha hablado de la
baraca que tiene Juan Vivas. Goza, por poner un ejemplo
claro, de la misma suerte que protegía al desaparecido
Miguel Muñoz. Aunque a mí me parece que la figura del ceutí
está aún más protegida por los hados que la del inolvidable
entrenador madrileño. Quien era, además, maestro en ironías
y terrible cuando echaba mano de los sarcasmos. Si bien es
verdad que procuraba no abusar de ambas figuras retóricas de
pensamiento, porque su casticismo era de verdad y no
prefabricado.
Tampoco Vivas está falto de ironía. Basta con mirarle a los
ojos y observar su sonrisa para apreciar si está a punto de
responder con una burla fina a cualquiera que se esté
pasando durante una conversación. Y a fe que no se corta un
pelo a la hora de poner en práctica el cachondeo disimulado.
Más temible, quizá, que una salida de tono de mal gusto.
Vivas, justo es decirlo, procura por todos los medios ayudar
a su suerte para que ésta no se aburra de él. Le ha cogido
la medida a vivir bajo el paraguas del buen bajío y no da ni
un paso que pueda estropear esa situación especial que lleva
viviendo desde que puso los pies en el Ayuntamiento.
Paciente en grado sumo, sabe Vivas esperar con sosiego la
consecución de cualquier logro; sin caer en declaraciones
altisonantes y, sobre todo, amparándose en una perseverancia
infinita. Es, sin duda, persona poco dada a precipitarse, y
que ante los contratiempos recurre a la expresión tan
socorrida de paciencia y barajar.
Tras muchos años observándole, he llegado a la conclusión de
que conoce las debilidades humanas y las explota
convenientemente. Nada reprochable si se trata de estar en
un puesto de tanta responsabilidad como es el de ser
presidente de su ciudad: una Ceuta cuya complejidad le exige
estar siempre atento a defenderla en cualquier foro.
Ocurrió no ha mucho cuando los inmigrantes asaltaron la
valla fronteriza y se armó un lío monumental en toda la
península. Y allá que el presidente, tachado a veces de
pusilánime, se dio cuenta de que había llegado su momento de
hacerse notar y salió a la palestra con bríos suficientes
para exponer argumentos irrebatibles en el Senado,
aprovechando el debate del Estado de las Autonomías. A
partir de ahí, los ceutíes vieron que su profeta daba la
talla y que no se habían equivocado al votarlo de una manera
absoluta.
Ahora, en días tan señalados, el presidente ha visitado unas
ciudades de Bosnia en las que se encuentra una expedición de
militares ceutíes. Un viaje necesario, por más que algunos
lo hayan criticado. Y que viene a demostrar que el
presidente ha dejado la comodidad de su tierra para realizar
una visita muy profesional y necesaria en todos los aspectos
para su vida política. Una vida política que está llamada a
ser importante. Porque sigo convencido, por más que el
presidente diga que no, y otros no quieran reconocerlo por
envidia, de que Juan Vivas será ministro en cualquier
gobierno del PP.
Y lo será, entre otras muchas razones, porque la suerte, que
es propensa a traicionar a sus elegidos, antes o después, ha
hecho un pacto con este hombre, sin fecha de vencimiento. Lo
cual es el mejor aval para que en su partido piensen en
ofrecerle un ministerio que le vaya bien a sus condiciones.
No olvidemos que estar protegido por la diosa Fortuna ha
sido siempre tenido como un don divino. Y ello, por más que
nos empeñemos en echar abajo las supersticiones, continúa
gozando de un poder extraordinario.
Tanto, que no me cuesta nada imaginar a Javier Arenas
comentando en la calle Génova que el presidente de Ceuta es
un tío que nunca pierde ni jugando a baloncesto. Y seguro
que terminarán por creérselo. Tiempo al tiempo.
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