No es que lleve vida de ermitaño.
Pero sí es cierto que, desde hace bastantes años, estoy
acostumbrado a levantarme muy temprano y, por tanto, pasadas
las diez de la noche comienzo a sentir unos deseos enormes
de estar sobándola. De ahí que pocos espectáculos
televisados sean capaces de mantenerme con los ojos abiertos
y mucho menos puedan evitar que se me abra la boca a cada
paso. Bostezos anunciadores de que mi organismo pide piltra
a paso de legionario.
De ahí que cuando José Antonio Muñoz, editor de El Pueblo de
Ceuta, me invitó a la comida de hermandad de la empresa,
dijera que sí. Sin embargo, en cuanto quedé enterado de que
lo que había era una cena, cuyo comienzo estaba fijado a las
once de la noche, los párpados empezaron a cerrárseme como
acto reflejo a una situación desacostumbrada para mí.
Tentado estuve, pues, de volverme atrás y decirle que no al
hombre que tenía la ilusión de reunirse con todos los que
hacemos el periódico.
Un periódico que ha cumplido ya una década de existencia
-parece que fue ayer cuando a mí me tocó escribir algo sobre
su nacimiento- y que se ha afincado definitivamente en la
vida de una ciudad que, dicho sea de paso, está lo que se
dice esplendorosa. Y es que Ceuta, atractiva de día, de
noche se pone que no hay que no hay quien la aguante. Es un
chorro de luz... Sí, ya sé que suena a cursilería pero a
estas alturas me importa un bledo y parte del otro cualquier
comentario al respecto. En suma: que el sábado a las diez y
media de la noche llegaba yo al Hotel Tryp dispuesto a
cumplir el trámite de un compromiso contraído por respeto a
la empresa y, cómo no, a los compañeros.
En la sala de estar del establecimiento tuve la oportunidad
de charlar cierto tiempo con Mustafa Mizzian, en compañía de
Andrés Domínguez. A quien eché de menos en la comida que la
Ciudad ofreció a los medios de comunicación. Mustafa me
habló de su intervención en el pleno sobre el debate de los
presupuestos. Pero en el fondo es un admirador de Juan Vivas
y sabe perfectamente que el hombre que está de visita en
Bosnia es, sin duda, una figura política, profeta en su
tierra -como bien apunta Antonio Gil-, y que acabará siendo
ministro cuando el PP gane las elecciones generales.
De manera que pegando la hebra fui dándole coba a mi
organismo, a fin de que no protestara ruidosamente por
alterar su costumbre. Y a fe que mereció la pena vivir todo
lo que ocurrió a continuación en el salón, llamado Tropical,
situado en la cuarta planta del hotel. Fue una cena
espectacular en todos los sentidos. Digna de una empresa
donde sus jóvenes periodistas, algunos recién llegados a
esta tierra, descubrieron que los ceutíes saben ser cercanos
en momentos claves.
Durante horas, todos los comensales pudimos mostrarnos
acordes con nuestra personalidad y el ambiente que reinó en
la gran mesa, magníficamente dispuesta y servida, fue
extraordinario. Hubo alegría, orden festivo, y a medida que
crecía el estímulo causado por el buen vino, las anécdotas
se sucedieron y las risas invadieron el local.
Así, ni siquiera tuve el menor atisbo de bostezo. Porque
frente a mí estaban Pedro García y José Antonio Cera:
gallego, el primero; y andaluz, de Sevilla, el segundo.
Ambos hicieron que nos partiéramos de la risa. Humor
diferente en dos periodistas, nacidos en regiones tan
lejanas y distintas, pero a su vez tan españolas como para
que el resultado fuera de esos que obligan a los actuantes a
saludar varias veces.
No faltaron las palabras de rigor, y a mí se me ocurrió
recordar que sigue pareciéndome un milagro que este
periódico haya aguantado todos los embates, habidos y por
haber, para seguir estando en la brecha. Felicidades a la
empresa.
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