- Cuando te miro a la cara morena
del alma un grito se me escapa // para decirte muy fuerte
¡guapa, guapa y guapa!
Estás de los más reprechero // Estás tan bonita y preciosa
// que con sólo mirarte ¡Estás imponente!.
Ni es Semana Santa, ni estoy ante la puerta de la Macarena
piropeando a la reina de Sevilla a la salida o entrada de su
templo.
Por supuesto, tampoco estoy en Almonte, esperando que los
almonteños salten la verja y aparezca la Blanca Paloma para
dedicarles ese peazo de piropo.
Aunque, todo hay que decirlo, tanto la Macarena sevillana,
como la Blanca Paloma,se merezcan ese piropo y más.
Estoy, simplemente, sentado en uno de esos bancos que han
instalado en el nuevo paseo del Revellín, contemplando como
está de guapa esta tierra que me vio nacer y de la que estoy
tan enamorado y la quiero tanto, que me ha roto, en
cristalitos de mil colores, el alma de tanto quererla.
La he contemplado, como un enamorado contempla a la novia en
el altar donde le va dar el “sí, quiero”, como antes se
decía, para toda la vida.
Y con esa mirada entre perdida por la felicidad y el ensueño
de un dia único en la vida, que no unirá a la mujer a la que
amamos, he sentido la necesidad de echarle un piropo a la
tierra donde mi madre me parió.
Un piropo salido del alma y le he gritado con todas mis
fuerzas,. ¡guapa, guapa y guapa!.
Ha sido un piropo salido del alma y gritado con todas las
fuerzas del silencio que imponen las cosas bellas.
No hay mayor grito de admiración, que el silencio ante la
belleza de los monumentos y, Ceuta, es un “monumento” de
belleza sin igual.
Ceuta, la Perla del Mediterráneo, esa tierra única,
cabalgando entre dos mares y cuatro culturas, se deja mecer
por las olas, en ese ir y venir, de un oleaje suave, lento,
despacio, como si las olas temiesen despertarla, mientras
extiende toda su belleza,sin par, por sus veinte kilómetros
cuadrados.
Esa Ceuta, que la está dejando más bella que nunca, para
orgullo de propios y admiración de extraños, que nada más
pisar nuestras calles, quedan embrujados ante la belleza
incomparable de esta tierra mía.
Ceuta es ese primer amor de la vida, con el que los
enamorados sueñan despiertos, cada día, imaginándose toda la
felicidad que compartirán juntos durante toda la vida. Una
vida llena de felicidad, donde sólo cabe el amor.
Dicen, los entendidos en el asunto que el primer amor nunca
se olvida.
Ceuta, para todos los ceutíes, sin distinción de credos o
razas debe ser, sin discusión alguna, nuestro primer amor.
Ese amor que jamás se olvida y siempre, por mucho tiempo que
pase, tendrá un rincón en nuestro corazón que sólo ese amor
primero puede ocupar.
Tan metido estaba en este pensamiento y en la contemplación
de lo bella que está mi tierra, que no me percaté de que dos
grandes amigos mios, Manolo de nombre, ambos dos, se me
acercaron para decirme, lo bonita que se veía Ceuta, con las
nuevas obras realizadas en el centro de la ciudad, aderezada
por ese alumbrado extraordinario de Navidad.
No les quise decir que estábamos coinciendo en la
apreciación sobre lo bonita que está nuestra tierra, porque
quería saber la opinión de ambos sin interferir, para nada,
en la misma
Uno de ellos, que había estado en Madrid, decía que el
alumbrado extraordinario de Navidad de nuestra tierra, era
mucho mejor que el que se había instalado en la capital del
reino.
No lo puse en duda, ni por un momento, aunque ya se sabe que
las comparaciones con odiosas, pero es que según éste amigo,
no había comparación posible entre ambos alumbrados. El
nuestro, el de nuestra tierra, era mucho más bonito.
Pienso que, cuando hablamos de nuestra tierra, los que nos
duele el alma de tanto quererla, no encontramos nada, en
belleza, que pueda superar a Ceuta.
Ceuta, se quiera o no, está rabiosamente bonita. Tan bonita
que nos hace sentirnos celosos de los piropos de admiración
que les puedan lanzar los extraños.
Y seguimos comparando la diferencia abismal de como se vive
en nuestra tierra a como se vive en la capital del reino, a
pesar de que por estos lares también tengamos nuestras
cosas, que las tenemos. Sería absurdo negarlo.
En Madrid, sale usted una noche a dar una vuelta y, menos
madrileños, se encuentra usted con personajes de todoslos
colores y de todas las razas. Madrid se está quedando, cada
vez, más vacía de madrileños.
Un barrio castizo, como Lavapié, donde daba gusto escuchar
el hablar “chulesco” madrileño, hoy se hablan idiomas que,
usted, no entiende.
Ceuta, sigue siendo esa joya, esa Perla del Mediterráneo que
todos, sin distinción de credos o razas, debemos mimar para
orgullo de propios y admiración de extraños.
Gracias a los dos Manolos.
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