El martes fui invitado a la comida
que el gobierno de la Ciudad le ofreció a ciertas personas
que trabajan en los medios de comunicación. Y, en esta
ocasión, acepté de buen grado la deferencia que las
autoridades habían tenido conmigo. Y lo hice pensando en
que, dado que llevaba años sin asistir a ninguna cuchipanda
de ese tipo, así podría conocer a los nuevos valores del
periodismo local.
Lo primero que debo decir es que me situaron en un sitio
estupendo: a la izquierda del presidente y junto a Javier
Martí. Pero antes de seguir contando detalles de la comida,
les diré que Juan Vivas estaba flanqueado por Elena Sánchez
y José Antonio Rodríguez. Un cartel muy bien logrado para
presidir un rato de ocio y darle rienda suelta a la alegría.
Por cierto, tengo que destacar qué alegre y buen conversador
estuvo Toni de la Cruz, hijo, durante el tiempo que duró la
reunión para comer y divertirnos un rato. En un momento
determinado, Leonardo Campoamor se dirigió a mí para
preguntarme si me acordaba de cuando hicimos un viaje a
tierras asturianas, en compañía de sus padres. Y me permití
contarle algunas cosas, ocurridas entonces, frente a un mar
embravecido. También le sugerí que la columna ha de ser
literaria y que me parecía que él estaba en el buen camino
para destacar en un género donde varias paridas, adobadas
con cierta malaúva, si están bien escritas, valen lo
suficiente para hacerse con un grupo de lectores fieles.
Frente a mí, con cara de no haber roto un plato en su vida,
es decir, con rostro de adolescente pegado a un cuerpazo de
mujer, estaba Laura Domínguez: redactora de El Pueblo de
Ceuta. Cuya manera de fumar le daba ese toque especial que
hacía que muchas miradas convergieran en sus manos.
A la derecha de Laura, y sentada entre dos magníficos
periodistas y extraordinarias personas -Miguel Ángel Mendoza
y Juanjo Coronado-, estaba Sandra Aswani: a ver cuándo las
televisiones locales se percatan de la fotogenia de esta
mujer y de su experiencia en el mundo de la información.
A cierta distancia, y situada enfrente del presidente de la
Ciudad, Lola Trigoso, también fumadora de mucho estilo,
concitaba las miradas de quienes la consideramos mujer con
mucho garabato. Tiene la extremeña un semblante en el cual
los hombres somos capaces de confesar cualquier cosa con el
fin de lograr su atención. A Lola debo pedirle disculpas,
porque aún me ha sido imposible verla en su nuevo trabajo
televisado. De todos modos, y en vista de que la tuve como
compañera en El Faro, no hace falta decirle que le deseo
toda la suerte del mundo.
La comida, arroz con langostinos, estuvo magníficamente
servida. La Tasca de Pedro se ha consagrado por dos razones
claras: gracias a las excelencias de su cocina y al empeño
que ponen sus empleados en la labor que les corresponde.
Cuando la comida tocó a su fin y los invitados se
despidieron, me quedé unos minutos conversando con el cartel
presidencial, en presencia de Juan Carlos Trujillo y de
Sebastián Fernández. Y la verdad es que, en tan corto
período de tiempo, pude pegar la hebra con Juan Vivas, en un
tono tan distendido como sincero. Fue entonces, en ese
intercambio de palabras, donde salieron a relucir momentos
en los cuales fuimos cogidos de la mano en algunas facetas
deportivas. Y los dos coincidimos en que mirar hacia atrás
sólo vale para darse cuenta en qué hemos evolucionado y,
sobre todo, que hay que seguir pedaleando. El presidente,
que sabe lo que sabe de mí, me permite, casi siempre, que le
hable con claridad meridiana. Muchas veces, sin duda,
rozando la impertinencia. Por lo tanto, tardaré en asistir a
otra comida.
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