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OPINIÓN - DOMINGO 11 DE DICIEMBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

Cuando murió Franco
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Desde que murió Franco, todos los 20 de noviembre hay personas que gustan de contar lo que hicieron aquel día en que Arias Navarro, desgarrado por el dolor que mostraban sus abundantes lágrimas, parecía un plañidero profesional.

En realidad, su imagen televisada, anunciando la muerte del dictador, tenía todas las hechuras de estar deformada por los espejos del callejón del Gato; es decir, que, sin querer, el conocido como Carnicerito de Málaga pasó a engrosar la lista de los esperpentos creados por el inolvidable Ramón María del Valle-Inclán.

A lo que iba: que el mes pasado, en el aniversario de la muerte del generalísimo, otra vez hubo personas destacadas de la política española, cuyas declaraciones dejaron mucho que desear y, sobre todo, evidenciaban estar forjadas en la mentira. Puesto que por edad, y situación de vida, lo que declararon era imposible que se correspondiera con la realidad.

Sin embargo, a mí me han servido para recordar qué estaba yo haciendo en un día donde Franco no pudo ganar su última batalla. Estaba entrenando en el Luis Sitjar a un equipo, llamado Real Mallorca, cuya ruina económica era tan grande como sus deseos de seguir manteniendo un ritmo de vida de club prestigioso. El mallorqueta era la viva imagen de un rico, venido a menos, que no se resignaba a dejar de aparentar.

En medio de aquel caos, yo trataba por todos los medios de entregarme a mi tarea para sacarle las castañas del fuego a un presidente, Antonio Seguí, constructor exitoso, tenido en poca estima por la burguesía de la isla. En suma: Seguí estaba considerado como un desclasado a quien pocos defendían y al cual se la tenía jurada el presidente de la Federación Balear de Fútbol: Sebastián Alzamora. Éste era un acreditado hombre del régimen franquista, ultracatólico, y, por tanto, bien pertrechado de falsedades y palabras piadosas, que jamás ponía en práctica.

Ante semejante panorama, ni siquiera la muerte de Franco me permitió distraerme lo más mínimo en mi quehacer diario y, mucho menos, ponerme a cavilar sobre los problemas de una España que se acababa de quedar huérfana de poder dictatorial.

-Hable usted de fútbol, señor de la Torre, que es muy necesario en estos momentos -me pidió Josep Meliá en aquellos días.

Y, haciéndole caso al escritor y político mallorquín, continué hablando de fútbol en todos los medios. Ante la mirada furibunda de un Alzamora que detestaba mi protagonismo en un lugar donde él quería tener siempre la primera y última palabra. Y es que el hombre, quien por cierto escribía en periódicos, pues se había preocupado de cultivarse, jamás pudo ganarme para su causa de acoso y derribo al presidente Seguí.

Por consiguiente, debo confesar que la muerte de Franco me sorprendió luchando contra un franquista, que también podía ser tachado de sepulcro blanqueado, y de creer que con invocar a Dios todas su malas acciones conseguían el beneplácito de Éste. La muerte de Franco me sorprendió metido en gresca con un tipo de misa diaria, palabras agradables, y ninguna buena acción reconocida. La muerte de Franco me hizo ver, una vez más, que todos los dictadores tienen un momento donde están dispuestos a obrar bien; pero que siempre surge alguien, como aquel presidente de la Federación Balear de Fútbol, dispuesto a quitarle de la cabeza sus buenos propósitos.

Han pasado 30 años de la muerte de Franco, y tengo muy claro que yo jamás corrí delante de los grises ni le eché cojones al régimen existente. Pero sí me las tuve tiesas con muchos franquistas, de misa diaria, y de malas acciones, similares al presidente de la Federación Balear de Fútbol. O sea, el citado Alzamora.
 

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