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OPINIÓN - MIÉRCOLES 7 DE DICIEMBRE DE 2005

 

OPINIÓN / EL OASIS

La primera Corporación
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Fue un 3 de abril, de 1979, cuando Adolfo Suárez, maltratado por Federico Jiménez Losantos, fechas atrás, juraba el cargo de presidente del Gobierno, en presencia del rey Juan Carlos, en el palacio de la Zarzuela. Y, por primera vez, la fórmula empleada incluye la obligación de “guardar y hacer guardar la Constitución”.

Días después, se fueron formando las corporaciones municipales con la intención de que los ciudadanos vieran en el Ayuntamiento un centro de paz, de diálogo, de colaboración y, sobre todo, que éstos pudieran disfrutar de las cercanías de las autoridades locales.

En aquel tiempo, de hace 26 años, España era un hervidero político y la gente seguía teniendo sus miedos en lo tocante a que la democracia fuera barrida de un soplo por quienes no creían en ella y estaban, además, en condiciones de atentar contra esa Constitución por la que los españoles habían decidido regirse.

En realidad, tales miedos estaban justificados: el 23-F demostró, palpablemente, que muchos españoles parecían dispuestos a estropearles la Transición al Rey y a Suárez. Menos mal que Gutiérrez Mellado, teniente general muy querido en Ceuta, dio pruebas evidentes de que no todos los militares compartían el que España volviera a romperse en dos mitades.

Cuando yo arribé a la ciudad, julio de 1982, el alcalde era Ricardo Muñoz y todavía, en los mentideros políticos, se hablaba y se hablaba del comportamiento que los concejales habían tenido nada más enterarse de que Tejero, teniente coronel al mando de un grupo de guardias civiles, tenía secuestrado a la casi totalidad de los parlamentarios españoles.

En el Rincón del Hotel La Muralla, cada vez que la ocasión lo requería, se contaban anécdotas sobre los miedos que habían pasado algunos concejales y, cómo no, las carreras que algunos dieron para ponerse a las órdenes de los mandos militares, destinados en la ciudad. Algo que jamás me permití criticar; ya que el valor de cada persona es el que es y nadie tiene por qué poner sus miras en pasar a la posteridad como héroe.

Todo ello se me viene a la memoria, mientras permanezco atento al discurso de Juan Vivas en un día donde se celebra el vigésimo sexto aniversario de la Constitución y que el presidente ha querido aprovechar para rendir homenaje a todos los concejales que salieron elegidos en las primeras elecciones democráticas, tras innumerables años de franquismo. Un acierto de nuestra primera autoridad.

Y nadie mejor que Vivas para reconocer los méritos de quienes han sido homenajeados: pues él conoció la forma de ser y comportamientos de todos los que pertenecieron a la ya histórica Corporación de 1979. Porque no en vano sus conocimientos profesionales fueron siempre requeridos por todos aquellos políticos que conseguían un acta de concejal.

A la cita faltaron, lógicamente, quienes ya no están entre nosotros, y también los que padecen enfermedad que les impide su presencia. En el caso de Fráiz, genio y figura..., no cabe la menor duda de que detesta tales manifestaciones y, por tanto, hizo muy bien en no hacer de tripas corazón.

Durante el acto, a mí se vino a la memoria el nombre de un concejal de aquella primera Corporación: Antonio Fernández Muñoz. Y cuando su viuda fue requerida para recoger la parte de la placa conmemorativa que le corresponde sentí la satisfacción de haber tratado a una persona que dejó huella entre quienes tuvieron la oportunidad de conocerla.

Antonio era un tipo dotado de una modestia natural y de una bondad innata. Obraba en silencio a favor de los más desfavorecidos y nunca negaba una ayuda por más que en el empeño tuviera que desprenderse de algo suyo. El canijo, como solían llamarle sus amigos, era también un hombre en toda la extensión de la palabra. Algún día tendré que explicar su reacción ante un suceso donde supo dar la talla. Lo cual, según fui descubriendo, era una forma habitual de comportarse en todos los sentidos.
 

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