Fue Umbral, siempre adelantándose
a los hechos, quien escribió de Jiménez Losantos, en
Diccionario de Literatura, libro editado en 1997, lo
siguiente: “Es un escritor político de la escuela de
Chicago, muy preparado, como se decía antes, y muy
inteligente. Inteligente hasta el peligro”. Y finaliza
Umbral el retrato del hombre que, actualmente, trata de
regenerar la vida española, desde arriba y usando los
micrófonos de la Cope, declarando los miedos que le producía
el ingenio aragonés sin la prosa de Gracián, pero con igual
maquiavelismo de secarral. Lo expresaba así:
-La ambigüedad inteligente es lo que más me fascina en
Jiménez Losantos, y lo más peligroso. Este hombre es ante
todo peligrosidad, lo cual quiere decir talento. Pero ojo
con el talento.
Es decir, Umbral temía ya que el escritor aragonés usara sus
dotes intelectuales para poner a España en pie de guerra.
Advertencia que José María Aznar cazó al vuelo y bien pronto
decidió darle largas a quien pensaba que sería recompensado
por haberle apoyado en su peregrinar hacia la presidencia
del Gobierno.
A partir de ese momento, Jiménez Losantos, que había tratado
de presentarnos a un Aznar en posesión de todas las virtudes
de Azaña, sintió el aguijonazo de la traición y el desprecio
del inquilino de la Moncloa, y empezó a decir de éste que ni
creía en la libertad ni en la base social. Y quien dice que
no es partidario de lamerse las heridas no dejó, sin
embargo, de lamentarse, una y otra vez, de cómo Aznar siguió
haciéndole caso a Arriola: asesor que goza de todo el
desprecio del hombre que defiende los intereses materiales
de la Iglesia.
Jiménez Losantos es, sin duda, un agitador político, sobrado
de talento, como ya lo definía Umbral, hace casi una década,
empeñado en que España sea la que él tiene concebida y con
un Gobierno hecho a la medida de sus ideas. Y disfruta de un
púlpito desde el cual se permite el lujo, incluso, de llamar
a ciertos obispos, que no están muy de acuerdo con su línea
tremendista, que los tales obispos son unos maricomplejines.
Aunque ello es sólo el goteo de una boca convertida en
lanzallama de chorros de diatribas contra todo los
pensamientos y acciones que no sean de su agrado. Acusado de
pequeño talibán de sacristía por Luis del Olmo, no ha mucho
tiempo, Jiménez Losantos se levanta cada mañana dispuesto a
no dejar títeres con cabeza. Y su voz se ha convertido en
una marcha militar para todos los que están convencidos de
que ZP se ha puesto de acuerdo con los nacionalistas
catalanes y vascos, y entre todos hacerse tirabuzones con la
unidad de España.
Y cierto es, por más que se le discuta, que sus prédicas
matutinas han ido ganando adeptos y ya se puede decir que
tiene legión de incondicionales. De ahí que se venga
arrogando, el hombre que dirige el programa La mañana de la
Cope, el mérito de haber sido quien ha conseguido sacar
cuatro manifestaciones a la calle contra el Gobierno
socialista. Y las que te rondaré, morena. Pues nadie puede
discutirle a Federico, el tronante, las cualidades que lo
adornan para hacer proselitismo de esa revolución que él
tanto anhela.
Una revolución desde el Gobierno, parecida a la que tanto
deseaba hacer Antonio Maura, mutatis mutandi. Aunque a éste
le explotó en las manos la Semana Trágica de Barcelona y
Alfonso XIII, con cierto cachondeo, o sea, borboneando, lo
llamó para decirle que si le parecía bien la designación de
Moret para sustituirle en la presidencia. Saco a relucir lo
de Maura, porque parece ser que Federico, nuestro
intelectual de moda, ha dejado ya de pensar en Azaña porque
éste, aunque no era separatista, odiaba a España por su
aversión a la derecha. Y viendo a ZP antiespañol y
separatista, trata de conducir a Rajoy por los caminos del
éxito maurista.
Bien haría, pues, el jefe de la oposición en saber con quién
se viene gastando los cuartos. Y si no que se lo pregunte a
Aznar.
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