Alguien dijo que en el periodismo
español no acaba de funcionar la fórmula británica de la
impersonalidad y el anonimato como suplencias hipócritas de
la sagrada objetividad. Los españoles gustan de la columna
más que de los informes sesudos porque le ven la cara a
quien escribe y pueden disentir de él diariamente y, cómo
no, desahogarse mascullando palabrotas contra su persona.
A veces se reciben parabienes, pocos; pero sirven para
compensar los muchos disgustos que el escribir suele
acarrear. No es la primera vez que uno ha tenido que
soportar las amenazas veladas, los insultos callejeros, o
padecer la paliza brutal de unos defensores de la ley
convertidos en matones de ocasión.
En las ciudades pequeñas, en las que el vivir se siente
intensamente, las miradas furibundas de muchos ciudadanos
son el fiel reflejo de lo que piensan sobre la opinión que
hayas dado ese día. Y ya no digamos nada de los políticos de
turno. Pocos son los que saben admitir una crítica áspera y
mucho menos no rumiar desgracias para quien se atrevió a dar
tal paso. Y ya sabemos que “los políticos vapuleados son
como boxeadores golpeados: el doble de peligrosos”. De ahí
que si escribir en España es llorar (Larra), para qué
decirles a qué se expone uno haciéndolo en provincias.
Pero aparte de los riesgos existen otras dificultades: la
primera es que al leer cada mañana los periódicos locales,
hay que buscar el tema apropiado para opinar sobre él. Lo
cual no es tarea sencilla, dado que, salvo raras
excepciones, las informaciones son casi siempre las mismas o
primas hermanas de las ya analizadas en su momento.
Luego están los personajes: Jerónimo Nieto, Juan Vivas,
Antonia María Palomo, Pedro Gordillo, Mohamed Alí, Mustafa
Mizzian, Fernández Cucurull, etcétera. A quienes más de una
visión negativa de sus hechos o declaraciones, expuestos en
el papel, les hacen pensar que la tienes tomada con ellos o
que estás recibiendo órdenes de terceras personas. E
inmediatamente, es decir, a velocidad de Fórmula 1, ponen la
maquinaria de la defensa de su amor propio herido en acción.
Y a fe que son tozudos en no dar su brazo a torcer.
Ustedes dirán, y con todo el derecho del mundo, que a uno le
pagan para estrujarse las meninges y sacar a relucir la
imaginación: esa loca de la casa que tantos favores nos
presta a quienes debemos entregar cada día un folio relleno
al periódico. Pero la imaginación, como la ironía, ha de ser
sometida a un control riguroso. De lo contrario, se puede
terminar contando chistes o felicitando al cartero del
barrio –merecimientos tiene-, pero eso sería disputarle el
sitio a un artista ya consagrado e inmortalizado en menester
tan gracioso en ocasiones, como chabacano, en otras.
Hoy me llaman para comunicarme que Manolo Hoyo está
mosqueado desde que me ha leído, y sé que lo hace
diariamente, que ha de aguzar los sentidos si no quiere que
alguien le quite el sillón de mando. Lo cual me parece bien:
pues siempre es mejor estar alerta ante lo que tramen los
rivales, que adormecido en la creencia de que Juan Vivas
nunca consentiría una jugada sucia contra él. Y aunque es
cierta la actitud del presidente, ya sabemos lo que le pasa
a camarón que se duerme...
Menos mal que he encontrado el final de la columna sin
referirme ni a inmigrantes ni a los problemas comerciales en
los pasos fronterizos ni tampoco me ha dado por meterme con
Juan A. Rodríguez Ferrón, viceconsejero de Gobernación,
debido a que hay que tener dos adminículos muy grandes para
seguir aferrándose a un cargo que cualquier otro consejero
habría mandado allá donde el viento da la vuelta…
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