Hoy por hoy el mundo funciona como
un gran mercado, donde todo se pacta desde el poder,
adueñándose de las conciencias, con abecedarios falsos y
espíritu egoísta, con lenguajes estériles y necias músicas,
con expresiones que nos oprimen en lugar de activarnos a la
recreación, con acciones interesadas en vez de
esperanzadoras acciones colectivas que nos encaminen a la
nueva reconquista de lo armónico. No podemos continuar
multiplicándonos dolorosamente lo antiestético. Tenemos que
hacer algo por cambiar, y no me sirve la resignación, puesto
que todos podemos hacer más por ser más de todos y, por
ende, más humanos. Está visto que nada es imposible cuando
la unión teje una única bandera. Quizás para ello tengamos
que abrirnos más, ser más solidarios en el acompañamiento,
más fraternos en el diálogo, más íntimos en la verdad, más
de los demás que de mí mismo, más respetuoso con lo que me
circunda, más compasivo y, tal vez, más humilde también. A
veces, pienso, que la humildad es el vestíbulo de todas las
armonías. De esta manera, desde la concordia, aparte de
recrearnos, nos crecemos como familia humana. Precisamente,
por eso, la indiferencia representa una amenaza a nuestra
razón de ser y de vivir, de estar y de compartir, pues,
nadie es autosuficiente para nada, ya que por naturaleza
somos sociales, y hemos de serlo conjuntamente.
En unos días celebramos la
Navidad, el encuentro y el reencuentro de unos y de otros,
los buenos deseos, las muchas esperanzas; y, ciertamente,
por momentos, todo parece más hermoso y hasta divino.
Pienso, por consiguiente, que estas fiestas son más que
necesarias, cuando menos para hacernos otros propósitos,
para consolarnos y lamentar nuestras imperfecciones. Sólo
así, podremos transformarnos, reconociendo esta triste
realidad circundante de apatía por el prójimo. Casi sin
darnos cuenta, nos hemos globalizado; pero, sin embargo,
estamos más distanciados que nunca y apenas sentimos
compasión de nadie. Estando yo bien, me olvido de los que
están mal. Somos así de estúpidos. Con razón, no hay mayor
precipicio, que la estupidez humana injertada por la maldad.
Es un cerrar caminos y encerrarnos en el abismo. Sin una
apertura a la regeneración del niño que somos, difícilmente
vamos a comprender esa buena estrella, cargada de versos,
que se hace vida todos los años en cada uno de nosotros. En
efecto, más allá de los proyectos de mercado, de las
finanzas, cohabita una existencia que también nos pertenece,
la del sueño armónico; pues si importante es el cuerpo, más
gozosa es el alma por la que vivimos, sentimos y pensamos.
La idea Aristotélica de que “lo
que tiene alma se distingue de lo que no la tiene por el
hecho de vivir”, nos recuerda el sentido de lo
transcendente, de la sensación y el movimiento, de la
incorporeidad y el universo de las ideas, del todo y la nada
en definitiva. De esta lucidez de concordancias, donde el
respeto natural debe ser gobierno, germina la conciliación
entre lo que somos y lo que queremos ser, sabiendo que las
mejores sociedades son las libres y democráticas, donde se
puede vivir armónicamente y con iguales posibilidades. En
consecuencia, es este espíritu navideño, o sea esta mística
del alma, el que nos lleva a reconquistar tantos anhelos
olvidados, tantas ansias dejadas o renunciadas de nuestro
programa de vida.
A mi juicio, es importante
tener presente que los lazos entre los linajes son más
estrechos de lo que pudiera parecernos a simple vista, por
lo que la voluntad de acogida es el soplo más armónico que
hemos de cultivar. Son tiempos de hospitalidad, de tender
una mano hacia quienes son menos afortunados que nosotros,
de reconstruir un mundo más unido. Hasta ahora casi la mitad
de los trabajadores migrantes están concentrados en dos
regiones: América del Norte y Europa. Lo demás suele ser un
caos. Qué bueno sería un mundo en el que todos nos
sintiéramos responsables de todos, del bien colectivo, sin
violencia, rivalidad, enfrentamiento, miedo. Y qué saludable
sería contribuir, cada cual consigo mismo, a la aproximación
y al sosiego, convirtiéndonos, cada vida, en cualquier lugar
donde nos hallemos, en mujeres y hombres de paz. Por ello,
que el mundo, por una noche deje de funcionar como un
mercado y funcione como un corazón. ¡Sea Navidad!
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