Hoy se cumple justo una semana de la publicación del
artículo de opinión titulado ‘La muy noble y leal e islámica
Ciudad de Ceuta’, del colaborador de este medio Jesús
González, que tantas ampollas ha levantado. He de admitir
que durante estos días he leído y releído el artículo en
cuestión y he llegado a una conclusión: yo también soy Jesús
González. Y no porque comparta sus opiniones, en absoluto,
sino porque defiendo su derecho a expresarlas libremente.
Entiendo que Fatima Hamed pueda
sentirse ofendida por lo escrito en el artículo acerca de su
“radicalización” y su “rigorismo islámico, cada vez más
acentuado” según su autor, porque pienso, sencillamente, que
no se corresponde con la realidad. Y entiendo también,
aunque menos, que lo escrito pudiera herir la sensibilidad
de algunos musulmanes. Pero es que la libertad no tiene que
ver con la sensibilidad de los demás, sino viviríamos en
silencio. Y la libertad se basa en hablar.
En este sentido, lo que no
entiendo ni estoy dispuesto a admitir es la afirmación de
que dicho artículo de opinión es incendiario y atenta
frontalmente contra la convivencia en nuestra ciudad. Al
menos no contra la convivencia en la que muchos creemos y
defendemos, basada en la libertad de poder hablar de todo
sin condicionantes, una convivencia sustentada en la razón y
la palabra, en la que cada uno debe tomar sus propias
decisiones.
Algunos ventajistas y
manipuladores, entre los que no podía faltar Juan Luis
Aróstegui, argumentan que el momento elegido tras los
atentados de París “multiplica los efectos perniciosos de la
publicación. La dinámica acción-reacción puede ser
devastadora”, afirman ignorando que el autor del artículo
lleva expresando sus opiniones en este periódico desde
principios de 2015. Pero es que, además, es precisamente en
este contexto –tras los atentados de fanáticos que no
quieren que se pueda hablar de todo– en el que no podemos
poner límites a la libertad de expresión, más allá de los
legales, que resuelven los tribunales; y los de conciencia,
que cada cual debe resolver desde el punto de vista de la
honorabilidad del otro. Pretender fomentar un clima de miedo
y de autocensura en el periodismo, como parece pretender
Juan Luis Aróstegui, es intolerable. Por ello no hay otra
opción que defender esa libertad de expresión por encima de
todo, siempre y cuando no atente contra la seguridad de las
personas.
La actitud de Aróstegui en este
sentido recuerda mucho a los regímenes antidemocráticos que
ejercen la represión política, la censura y ahogan
económicamente a los medios de comunicación independientes
en nombre de la seguridad, la decencia, el decoro y las
buenas costumbres.
En relación a las afirmanciones
del señor Aróstegui, señalando a este medio de comunicación
como aparato de propaganda de la extrema derecha,
calificándolo además de racista, en primer lugar deseo
invitarle a que lea el editorial de EL PUEBLO publicado el
pasado día 15 de noviembre tras los atentados de París, y
que hoy se reproduce en esta misma página con motivo del Día
Internacional de lucha contra la Islamofobia que se celebra
mañana día 12 de diciembre.
Además, recordarle al señor
Aróstegui que EL PUEBLO cuenta entre sus colaboradores
habituales con Fátima Hamed (MDyC), Julio Basurco (Podemos),
Mayda Daoud y Sandra López (PSOE) o Juan Redondo (Los
Verdes) entre otros, no siendo ninguno de ellos sospechosos
de pertenecer a la extrema derecha, ni mucho menos poder ser
catalogados de racistas. Por cierto, muchos de ellos han
sido censurados en el periódico que él defiende y en el que
colabora semanalmente ... Debe de tratarse de una libertad
de expresión ‘arósteguiana’, donde todo es posible mientras
sus intereses no se vean perjudicados.
*Director de El Pueblo de
Ceuta
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