El mundo no progresa lo
suficiente, por mucho que se nos llene la boca de avances;
es más, considero que, en ocasiones, tal vez demasiadas
veces, se retrocede en la medida que cada día el ser humano
es más dependiente de dominadores sin escrúpulos. Lo cierto
es que la libertad no es únicamente para soñarla, es también
para vivirla, como camino de esperanza, como estrella-guía,
pues cada persona ha de poder ser ella misma, y no un
producto de mercado. Téngase en cuenta que lo importante no
es crear condiciones económicas favorables, que suelen
desembocar en un final perverso, sino que también hay que
activar la convicción interior, cada cual consigo mismo, de
ser dueños de su propia existencia. De lo contrario, no
seremos felices puesto que en la misma búsqueda interna nos
sentiremos ahogados, oprimidos, sin fuerza para proseguir
camino alguno. De nada va a servir la libertad de expresión,
si la libertad de pensamiento, está tomada por los que
mueven los hilos del poder. Lo mismo sucede con la libertad
de movimiento, tampoco va servir de mucho, si luego nos
encontramos con el muro de la exclusión. El día que deje de
ser un privilegio de algunos la libertad de acción, y pase a
considerarse un hábito a cultivar por todos los ciudadanos,
entonces sí que habremos florecido responsablemente.
No hay que tener miedo a despojarnos de aquello que nos ata,
luego, nadie tiene derecho a mandar sobre los demás de
manera desenfrenada. De esta autonomía responsable del ser,
es de donde ha de nacer una libertad ilimitada de
conciencia, una libertad absoluta de cultos y de ideas, una
libertad que nos impida ser esclavo de nadie; y, de este
modo, poder pensar y hablar sin hipocresía, poder ser y
actuar francamente. Con razón, el verdadero conocimiento y
la autentica libertad se halla en los sembradores de la
verdad y de la justicia y en el compromiso de cada individuo
por el bienestar de nuestros semejantes. Estimo,
subsiguientemente, que es una buena noticia haber pensado
este año para conmemorar el día de los derechos humanos
(diez de diciembre), en el tema de las “libertades” que se
desprenden de la dignidad inherente a la persona humana,
reconociendo que, con arreglo a la Declaración Universal de
Derechos Humanos, no puede realizarse el ideal del ser
humano libre, liberado del temor y de la miseria, a menos
que se creen condiciones que permitan a cada persona gozar
de sus derechos económicos, sociales y culturales, tanto
como de sus derechos civiles y políticos, considerando, que
la Carta de las Naciones Unidas impone a los Estados la
obligación de promover el respeto universal y efectivo de
los derechos y libertades humanas.
Dicho lo cual, si en verdad queremos progresar como especie
humana, tenemos que coartar la tiranía de ciertos fanáticos
que gobiernan con desprecio a las personas, con inmoralidad
manifiesta, y con una libertad que no respeta la autonomía
del prójimo. Precisamente, un día antes, el nueve de
diciembre, Naciones Unidas, con motivo de la conmemoración
del Día Internacional contra la corrupción, nos invita a
romper estas cadenas, un complejo fenómenos social, político
y económico, que afecta a todos los países para desgracia de
todo el planeta. Por ejemplo, socava las instituciones
democráticas al distorsionar los procesos electorales,
pervertir el imperio de la ley y crear atolladeros
burocráticos, cuya única razón de ser es la de solicitar
sobornos. También atrofia los cimientos del desarrollo
económico, ya que desalienta la inversión extranjera directa
y a las pequeñas empresas nacionales les resulta a menudo
imposible superar los gastos iniciales requeridos por esta
actitud de podredumbre. Al final, la factura de todos estos
desórdenes a quien más golpea es a los desfavorecidos, ya
que el mundo y sus moradores no puede afrontar por más
tiempo el gasto que representa la corrupción ni tolerarla.
De ahí, lo importante que es unirse para luchar por la
justicia y la equidad en el planeta, dejándonos guiar por la
ética, la transparencia y la rendición de cuentas públicas,
o sea, por la estética de un orbe fraternizado.
Además, sólo se progresa cuando se piensa en unión, haciendo
de la unidad una apertura de horizontes, para poder mirar
lejos y en qué sentido actuar, cuestionándonos con valentía
nuestro modo de ser, de compartir, de administrar, de servir
para procurar el bienestar de toda la ciudadanía. El mundo
actual se enfrenta a diversos problemas, como la
desigualdad, la discriminación y la intolerancia; a lo que
hay que sumar, el cambio climático, el terrorismo y el
extremismo violento. A mi juicio, el mayor progreso radica
en inculcar una mentalidad de una cultura armónica, que
reconsidere al ser humano como lo más importante, con una
nueva conciencia del poder intemporal de la Declaración
Universal de derechos humanos, haciendo todo lo posible para
defender los ideales, entre los que está ese don excelente
de la naturaleza como es la libertad con sentido
responsable, algo propio y exclusivo de los seres
racionales, y las aspiraciones ciudadanas, que son válidas
para todas las culturas y todas las personas. Ahora bien,
esta ansiada libertad, concedida indistintamente a todos y
para todo, no radica en el capricho, sino más bien en la
prudencia humana, que ha de considerarse legítima en la
medida que nos ayude a crecer y a convivir.
En efecto, cada individuo es un buscador de vida, o de
verdad si quieren, más allá de un corazón encerrado. Al fin
y al cabo, todos tenemos derecho a vivir según los
principios moralistas de esa autenticidad hallada. No se
entiende, en consecuencia, que subsistan verdaderas
persecuciones por motivos de pertenencia religiosa, e
incluso se activen contiendas. Esto nos contradice como
personas de verbo, nos hiere el raciocinio, y por ende,
también dificulta la concordia y humilla algo tan níveo como
la propia dignidad humana. Quizás, por ello, sería saludable
educar para el ejercicio de la libertad, que, a mi manera de
ver, ha de reconocerse lo más ampliamente posible y no debe
restringirse sino cuando es necesario y en el modo que lo
sea. Un mundo que avanza, efectivamente, es un mundo que se
humaniza con un corazón solidario e ilusionante, que se
reinventa cada día con una cultura de proximidad, de
acercamiento, de encuentro y de diálogo.
Para ese cultivo, sabemos que la Oficina del Alto
Comisionado para los Derechos Humanos ha sido galardonada
hace años con el récord mundial Guinness por haber
recopilado, traducido y difundido la Declaración Universal
de los Derechos Humanos en más de 380 idiomas y dialectos:
desde abjasio hasta zulú. La Declaración Universal es, por
tanto, el documento más traducido, de hecho, es el documento
más universal del mundo. Ahora nos queda darle fundamento,
razón de vida, a ese lenguaje, donde cada ciudadano tiene
derecho a ser oído, a decir lo que piensa o a dejar claro lo
que quiere. Por desdicha, muchos pobladores de todos los
países vienen expresando claramente que están hartos de que
sus dirigentes les traten con humillación y haga caso omiso
a sus necesidades. Habrá que escuchar más y, sobre todo,
pensar en arroparnos más, máxime cuando miles de ciudadanos,
mujeres y niños, son torturados hasta la muerte, violados,
bombardeados, tiroteados, obligados a abandonar hasta sus
hogares y privados de alimentos, agua, electricidad,
educación o atención sanitaria. Se trata de gobiernos, o de
colectivos, que siguen comportándose como verdaderos
animales, sin importarles para nada el ser humano, y aún
menos, el Día de los Derechos Humanos. Para ellos, todos los
días son días de sangre en vez de días de luz y, el planeta,
una selva para compartir un mismo odio en lugar de un mismo
amor.
|