En tiempos de relativa compulsión
con respecto a la propia integridad del Estado, mañana
domingo se conmemora, una vez más, el aniversario de la
Constitución Española. Nos la dimos todos los españoles,
superando cuatro décadas que más vale no rememorar.
Se escuchan opiniones en cuanto a
la necesidad de realizar reformas sobre la Carta Magna,
pero, tal y como ocurrió entonces, deben surgir de un
consciencia colectiva, de un deseo de convivencia y
libertad. En todo caso, de realizar ajustes que se adecuen a
la realidad de los tiempos. Eso sí, sin perder el espíritu
que animó a los españoles a caminar juntos y a superar las
heridas, extraordinariamente profundas, que se habían
producido en todos.
La situación de Cataluña es
preocupante, pero no debe ser considerada en el plano de que
España está al borde de la fractura. Existen demasiados
componentes de carácter político, con intereses mezclados a
veces personales y pecuniarios, como para pensar que el país
está al borde del abismo. Nada más lejos. La propia
Constitución española garantiza la libertad y la
legitimidad. La libertad y la justicia. De modo que con los
instrumentos que pone en manos de los ciudadanos, de sus
representantes, se garantiza que todos seguimos caminando
por la senda de tratar de superar las dificultades y de
garantizar no sólo un feliz futuro, sino el de las
generaciones futuras.
Un detalle pone de relieve
que, en el fondo, las personas, la buena voluntad de las
personas, del corazón que se pone en hacer el bien,
trasciende. En ello radica el espíritu de la Constitución
española, por la que tantas personas lucharon e incluso
dieron su vida. La Ciudad y la Delegación del Gobierno, con
motivo del Día de la Constitución, rindieron homenaje al
voluntariado, a aquellas persona que sin tener obligación
alguna, se ponen al servicio de los demás. Éso es España.
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