La campaña electoral del 20D
arrancó anoche en un país que, desgraciadamente, da la
sensación de estar en permanente campaña electoral. Y es que
la campaña electoral es, después del alcohol, el mejor
método que se ha inventado para que una persona
supuestamente sensata y normal pierda por completo la
vergüenza. Es la única explicación posible al rosario de
partidos que se afanan en realizar propuestas, muchas de
ellas que no son creíbles ni para los propios proponentes,
con el objetivo de destacar en una coyuntura donde hacerse
notar pasa por: “y yo más”. Pero la pregunta es: ¿alguien
cree que los partidos políticos realizan sus propuestas
pensando en los ciudadanos, en resolver los problemas a los
que ellos mismos aluden, o en el futuro de nuestro país? La
respuesta es bien clara: básicamente no.
El error habitual de los partidos
políticos es pensar solo en sus correligionarios que se
desviven y afanan porque su organización obtenga los mejores
resultados y así poder seguir viviendo de ellas.
Correligionarios que no dudan en aplaudir y vitorear a sus
líderes aunque durante sus discursos estos se pasen más de
veinte minutos sin hacer otra cosa que regatearse a sí
mismos bien lejos de la portería. Correligionarios que una
vez finalizadas las elecciones dirán “y de lo mío que” o “yo
he dado la cara por ti, y ahora…?”.
Por tanto, si nada lo
remedia, vamos a tener campañas electorales cada vez más
infumables, en las que los electores lo vamos a tener cada
vez más difícil para saber lo que de verdad ofrece cada
candidato a la Presidencia. ¿Nos tenemos que resignar a que
sea así? ¿No se puede hacer algo para evitarlo?
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