Ejecutivo, legislativo y judicial. Con estas tres palabras,
referidas a los tres célebres poderes, son muchos los que
creen poder definir en su totalidad la organización y
estructura del cuerpo de toda sociedad política. Esta
fórmula trimembre es insuficiente para reconstruir las
sociedades políticas. En definitiva, reducir la complejidad
de la estructura de las sociedades políticas a estos tres
poderes, nos parece que oscurece más que ilumina la
posibilidad de enfrentarse a los peligros y retos reales
verdaderamente existentes. Unas condiciones actuales
marcadas por la amenaza, más que real, del terrorismo
yihadista que, fanatizado por el mito de Al Andalus y por la
reintegración de este territorio en la Umma de mayor radio
histórico, tiene a España en el punto de mira.
Señalo esta visión, a mi juicio más personal, porque deja
fuera de la estructura no sólo aquellos otros poderes
planificador, gestor, redistribuidor que tienen que ver con
el territorio mismo sobre el que se asienta esa nación
política llamada España, pero también otros vinculados a una
institución imprescindible para la configuración de toda
nación, la frontera o límite del territorio nacional.
Es en estas zonas de contacto entre sociedades políticas,
entre naciones en definitiva, donde operan otros poderes
tales como el diplomático, el tantas veces reclamado desde
la socialdemocracia española en un sentido interno, el
federativo, y… el militar.
En las actuales circunstancias creemos más que oportuno
acogernos a esta rica y fecunda estructura desarrollada por
uno de nuestros patronos de honor, porque gran parte de los
problemas que aquejan a nuestra nación tienen que ver con
las fronteras existentes, pero también con las que se
pretenden establecer sobre nuestro territorio, aquellas
impulsadas por los grupos secesionistas que operan con plena
libertad dentro de una legalidad que sin duda lleva en su
seno la más que real posibilidad de la destrucción nacional
a la que tantas veces se ha puesto en peligro.
Una estructura que mostrará su verdadera potencia al
confrontarse con otras visiones, como la que se puede
percibir en el llamado manifiesto que invita a la
celebración de una serie de manifestaciones planificadas
para el pasado 28 de noviembre, en capitales como Cádiz,
Barcelona, Zaragoza o Madrid, ciudades en las que gobiernan,
con diferentes apoyos, las marcas blancas de Podemos,
encabezadas por un grupo de profesores que reciben
financiación para sus canales televisivos, de un país
islámico como Irán...
El manifiesto, breve y sujeto a la más estricta observancia
de la ideología de género, establece la ya clásica
equidistancia entre asesinos y víctimas propia de unos
firmantes, al menos los más célebres, que nunca han sido
capaces de enfrentarse desde una perspectiva política
nacional, al hispanófobo terrorismo etarra. Para las y los
abajo firmantes, el fanatismo terrorista del Daesh (ISIS) es
funcional y retroalimenta al fanatismo racista europeo,
mientras nuestros Gobiernos practican recortes de derechos
sociales y libertades fundamentales, xenofobia institucional
y bombardeos indiscriminados, que se han demostrado
ineficaces, dejando todo resumido a una suerte de guerra de
odios de la que tan exquisitos analistas se mantienen,
faltaría más, al margen.
Tras un análisis tan riguroso, la solución se les aparece
como una evidencia imperceptible para los miopes
gobernantes, la democracia, los Derechos Humanos y la
aspiración a una paz con justicia. En definitiva un rotundo
NO A LA GUERRA, que no se priva de apelar a la maléfica
trinidad conformada por Bush-Blair-Aznar, pero que olvida
que el beneficiario de aquella campaña hoy exhumada, José
Luis Rodríguez Zapatero, fue quien propició la participación
del ejército español en un conflicto del que sí regresaron
esos ataúdes de madera de los que recientemente ha hablado
el circunspecto Pablo Iglesias.
En definitiva, lo que muestran las y los abajo firmantes, es
un grado de idealismo que no sólo puede calificarse como
infantil, sino que, además, resulta irresponsable por venir
de gentes que tienen cierto influjo entre algunos sectores
de la población española. Un infantilismo que, además de
recordarnos a aquella enfermedad de la que hablara Lenin,
conduce a la negación de la evidencia de una institución tan
humana y tan política como la guerra, enjuiciable por su
prudencia, que no por su sujeción a las leyes.
No hay que busca en absoluto atizar un ciego belicismo, pero
tampoco entregarse dócil a un pensamiento fanáticamente
pacifista cuyos resultados empiezan a ser evidentes. Países
tan desarrollados y tan demócratas como España, no hay más
que mirar más allá de los Pirineos, ya han despertado ante
una amenaza que no puede en absoluto conjurarse con pánfilos
diálogos, sino conociendo los fundamentos del los asesinos
para poderlo combatir. Queda, por último, recordar que ante
la situación más que previsible que vamos a vivir en las
próximas fechas, con el telón de fondo de unas elecciones
generales, es al ejecutivo a quien corresponde gobernar y
decidir lo que mejor considere para España.
|