Tenemos que despojarnos de guerras
y sufrimientos. Es cierto. La realidad es horrible, sí
quieren espantosa, pero tampoco podemos dejarnos atrapar por
la tristeza y, aún peor, permanecer abatidos por el
desconsuelo. Seamos personas de esperanza, de saber mirar y
ver, pero jamás debemos asustarnos por nada, ni por nadie.
Al fin, todo tiene su momento, su revisión, nada es perenne,
pues aunque la situación actual sea grotesca, con un color
antiestético que nos reviente la mirada, debemos soportarlo
con paciencia, pero también con valentía. Hay muchos, muchos
pueblos, ciudades y ciudadanos, mucha gente, que sufre;
muchas guerras, mucho odio, mucha envidia, mucha mundanidad
anímica y mucha corrupción; pero todo esto caerá más pronto
que tarde, o más tarde que pronto, y nos servirá para
recapacitar, con la cabeza siempre en alto, sobre lo vivido
y lo que nos queda por vivir. Precisamente, es desde esta
dimensión de la memoria, como construimos el presente y nos
renovamos, mirando hacia adelante, pues lo peor que nos
puede pasar, es quedarnos anclados en nuestra propia
historia, sin hacer nada por nosotros, ni por nuestros
análogos, o por el orbe mismo.
Somos personas de acción y reacción, de andares y sendas,
siempre en búsqueda y auxilio. Nos necesitamos unos a otros.
Un equipo de socorro traslada en su coche a un niño al
hospital. Una familia, en la que ninguno de sus miembros
trabaja, puede comer caliente gracias a la solidaridad de la
gente de su barrio. Una mujer maltratada por su compañero ha
quedado a salvo, refugiándose en el piso de una vecina. Son
acontecimientos tremendos que se repiten por todo el mundo.
Nadie estamos totalmente a salvo. Viendo estas situaciones
se me ocurre pensar en tantísimos voluntarios que ofrecen su
tiempo, su formación y sus recursos en las personas que más
lo necesitan. Cuando bebas agua, dice un proverbio chino,
que recordemos la fuente. El agradecimiento nunca está
demás. Justamente por ello, el Día Internacional de los
Voluntarios (cinco de diciembre) nos brinda la oportunidad
de mostrar nuestra gratitud a las numerosas personas de bien
que actúan con esa generosidad, y de animar a otros a que
sigan su modelo. Estoy convencido que este impulso humano,
lo que hace es humanizarnos mucho más a todos, querernos por
principio y abrazar un sistema de vida más esperanzador para
todos.
Partiendo del dicho: “de bien nacidos es ser agradecidos”;
estos agentes de esperanza, que son los voluntarios, con su
labor de servicio desinteresado e incondicional con el
prójimo, sin duda contribuyen a generar un cambio positivo
para otros, pero además, ellos mismos, también se ven
transformados con su quehacer. Por consiguiente, aplaudo a
todos los que se donan sin condiciones, a los que trabajan
gratuitamente en beneficio de la colectividad, a los que
ponen su vida en riesgo por salvar vidas ajenas, pues su
presente de lucha es nuestro futuro de fraternización,
encaminado a prevenir conflictos, a socorrer a las
sociedades para que puedan recuperarse de las inútiles
contiendas, o la de prestar asistencia en las situaciones de
crisis. Evidentemente, el voluntariado se sustenta en los
valores humanos, en la solidaridad más profunda, y en la
confianza de su mismo linaje, transcendiendo cualquier
frente o frontera cultural, lingüística, religiosa y
geográfica. En este sentido, la misma Carta de las Naciones
Unidas, al iniciar con las palabras “nosotros los pueblos”,
nos recuerda que idear soluciones para los problemas
mundiales no es tarea sólo de los gobiernos, sino también de
la ciudadanía en particular, de las comunidades y la
sociedad civil en su globalidad.
La esperanza, -como decía el poeta latino Ovidio-, “hace que
agite el naufrago sus brazos en medio de las aguas, aún
cuando no vea tierra por ningún lado”, y ciertamente, estos
millones de voluntarios que se dejan la vida en promover un
desarrollo para todos y la paz como horizonte, son tan
necesarios como imprescindibles. Juntos vigoricemos los
marcos institucionales en que se apoyan estos agentes que
unas veces consuelan, otras reaniman y tranquilizan con su
efervescente ilusión. Unidos, utilicemos este recordatorio
del cinco de diciembre, para activar el voluntariado como
expresión de nuestra humanización y como manera de promover
el respeto mutuo entre todos. Más allá de cualquier interés
mundano, ha de prevalecer esa unidad de corazón, esa
unanimidad de esperanza, esa armonía de los sentimientos en
el amor, en el amor mutuo, tratando de ser compasivos unos
con otros, considerados con nuestro análogo, dejando con
humildad el lugar al otro que necesita de nuestro auxilio.
Desde luego, el voluntariado que lo es de corazón, no sólo
crea fortaleza, resistencia y solidaridad comunitaria,
también genera un espíritu de reencuentro y concordia,
consigo mismo y con los demás. Ellos son los primeros que
descubren que hay más dicha en dar que en recibir. Quizás
ahí resida la verdadera felicidad, la que con tanto desvelo
buscamos.
Recordemos que al fin, cuando todo parece perdido, siempre
hay un corazón que nos responde; es un vivo anuncio de que
el ser humano jamás está solo, que camina con la humanidad
de cada época, a pesar de tantas exclusiones que nos
discriminan. Por tanto, el voluntariado constituye un
vehículo sumamente necesario que permite que la población
participe en la vida de sus sociedades, muy en especial
aquellos grupos vulnerables y marginados, así como las
personas de edad o los discapacitados. De este modo, frente
a la desesperanza que hoy día impera en el mundo, se
contrapone el amor de multitud de voluntarios, dispuestos a
dejarse los mejor de sí, en favor del otro, y que se
manifiesta como cultivo de esperanza, a través de una
implicación seria y responsable; no en vano, Naciones Unidas
acaba de apostar por el voluntariado como el motor del
desarrollo en Latinoamérica, contribuyendo a que los
gobiernos rindan cuentas y respondan a las demandas de los
ciudadanos.
Efectivamente, el programa Voluntarios de las Naciones
Unidas (VNU) es el principal ente de voluntariado en el
sistema de las Naciones Unidas, y su labor es encomiable:
apoya la paz, ofrece socorro y promueve iniciativas de
desarrollo en casi ciento cuarenta países. Naturalmente,
este voluntariado beneficia tanto a la sociedad en su
globalidad como a los individuos que lo ejercen, ya que
refuerza la confianza, la solidaridad y la reciprocidad
entre los ciudadanos, al tiempo que crea oportunidades de
involucración. Esto nos hace, reivindicar cada día con mayor
tesón, el reconocimiento de los voluntarios, como fuerza
motor de humanización, en un planeta muy deshumanizado. Está
visto que el silencioso heroísmo de algunas gentes del
voluntariado son una escuela de vida, con la clave de la
esperanza, para los jóvenes y menos jóvenes, para todos
nosotros en definitiva. En cualquier caso, no olvidemos que
nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más renovado,
si en el empeño ponemos coraje y esperanza, o lo que es lo
mismo, fortaleza y voluntariado.
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