Quien haya estado atento a los discursos de los políticos y
prebostes europeos después de la matanza de París (¡en el
nombre de Allah, el Misericordioso!) habrá notado sin
dificultad que en todos ellos se trataba de no ofender al
Islam, involucrándolo en la matanza, así como de evitar el
ascenso de la extrema derecha europea, es decir, que la
extrema derecha no aprovechase la matanza para aspirar a dar
un vuelco político en los países europeos. Pareciera que los
muertos en el atentado pasaban a un segundo plano. Total, ya
estaban muertos, nada se podía hacer por ellos, salvo
contarlos, identificarlos y enterrarlos. Así, estos días,
hemos asistido a tertulias en las que si algún contertulio
iniciara una leve crítica al islam y/o a sus alrededores, o
intentaba relacionar de algún modo los atentados de París
con el islam, rápidamente, interrumpían al contertulio para
advertirle, con cierta gravedad y circunspección, que el
islam es una “religión de paz”. Faltaría menos. Una vez
vueltas las aguas a su cauce políticamente correcto, la
tertulia discurría por cauces previstos, trillados y por
lugares comunes. Eso sí, mucha descripción de los
acontecimientos y casi nula valoración de los mismos.
A este respecto, cabría traer aquí la opinión autorizada en
estas cuestiones del politólogo Antonio Elorza, que ha
escrito que el islam no será una religión de violencia, pero
en modo alguno es una religión de paz. ¿Entonces por qué esa
insistencia? Pues se trataría de repetir hasta la saciedad
un concepto –“religión de paz”– para instalar e instilar en
la conciencia y en el ánimo de los ciudadanos algo dudoso y
carente de verosimilitud histórica. El ciudadano, como no es
tonto, se da cuenta de que cuando se hace una crítica del
cristianismo –de alguno de sus dogmas, de la virginidad de
la Virgen, del Papa, etcétera– nadie de los presentes se
pone nervioso ni interrumpe al osado contertulio,
advirtiéndole que el cristianismo es una “religión de paz”,
o que Europa se ha configurado en base al cristianismo, o
que el cristianismo ya no es el de las Cruzadas, por
ejemplo. Tanta insistencia en la “religión de paz” es, en
definitiva, un artilugio lingüístico que la élite
político-mediático-religiosa enarbola para referirse al
islam porque sabe que los islámicos de ninguna manera van a
aceptar que se les haga una crítica a su religión, a su
corán, o a su sharia. Romperían la baraja. En una palabra,
el miedo hace que los políticos se la cojan con papel de
fumar. Así, nos recuerda Italo Svevo, en ‘La conciencia de
Zeno’, que “cuando son ardientes, las palabras queman a
quien las ha pronunciado”. A este respecto, hacer una
crítica del islam y/o sus alrededores les quema sobremanera
a los políticos europeos. Hasta tal extremo de derribo y de
desvergüenza han llegado los políticos de los países
europeos y de la UE que no se dan cuenta de que ese
miserable pacifismo europeo es una concesión a la barbarie,
como nos lo recuerda André Glucksman.
Parece que no hemos aprendido nada desde la otra matanza en
París, en enero de este año, la de los periodistas de
Charlie Hebdo y la de los judíos. Lo único similar en ambas
matanzas es que el islam, dicen, no tiene nada,
absolutamente, nada que ver, que hay que evitar el racismo y
la xenofobia para que la extrema derecha no ascienda en las
preferencias políticas de los ciudadanos y que vivimos en
una sociedad abierta y libre y, por tanto, somos muy
vulnerables. Y que podemos contraponer nuestros valores,
nuestros derechos humanos y nuestra libertad, en suma,
nuestra civilización, a la barbarie de los terroristas. “Que
no nos vamos a rendir, que vamos a ganar”. Pues qué bien,
menos mal, me quita usted un peso de encima, amigo. ¡Uf!, es
un consuelo y un alivio. Pero siguen matándonos como
conejos, eso es lo único cierto aquí. En ambas matanzas, la
de enero y la de ahora, los ciudadanos depositan velas,
flores y escritos en los lugares en donde se abatieron a las
víctimas, pero esos mismos ciudadanos son incapaces de
exigir seguridad y firmeza a quienes los gobiernan, tan solo
se conforman, se consuelan, con llevar flores, velas y
depositar cartas. Los discursos miserables de los políticos
europeos los han atontado, obnubilado y convertido en
borregos, incapaces de pensar por sí mismos y de exigir lo
que los políticos europeos se niegan a hacer: cerrar las
fronteras y ejercer una vigilancia feroz en esas mezquitas y
en esos imanes que instilan odio en las mentes y en los
corazones de los musulmanes incitándolos a las matanzas para
acabar con todo lo que nos configura como pertenecientes a
la civilización occidental.
Dentro de unos pocos días asistiremos a una macro
manifestación por las calles y bulevares de París,
exactamente, como la que hubo en enero cuando la matanza de
Charlie Hebdo y la de los judíos. Como en aquella
manifestación, en ésta, podremos ver a todos los políticos
de los países europeos y a los de la UE del brazo de los
embajadores y cónsules de los países islámicos acreditados
en Francia. No pocos de estos países islámicos alientan de
una u otra forma la no integración de los musulmanes en la
sociedad francesa y europea, y costean escuelas coránicas en
suelo europeo, recintos en donde se introducen en las
cabezas de los pequeños consignas malignas y perversas,
incitándoles a la destrucción de los países que los han
acogido con afecto. Unos y otros son los artífices de la
destrucción de Europa.
La necia clase política sigue sin entender y sin comprender
que toda esa retahíla de “nuestros valores”, “nuestra
libertad”, “nuestros derechos humanos”, “nuestra libertad de
expresión”, “nuestro espíritu crítico”, son “estúpidos
fetiches” ajenos a muchos musulmanes, y sobre todo para los
terroristas islámicos, que campan a sus anchas por los
países europeos. Así, en cuanto esos musulmanes presienten
que se les hace una crítica a su religión, a su manera de
entender el mundo, a sus costumbres, etcétera, se sienten
víctimas y obvian que en las sociedades occidentales todo
eso forma parte de nuestra manera de entender la libertad de
opinión, de expresión, y de un estilo de vida en las
sociedades abiertas y libres, en donde el ciudadano hace
manifestación de su espíritu crítico. Esa fue la causa del
asesinato de Theo Van Gogh, por haber hecho uso de su
libertad de opinión, de expresión y de su espíritu crítico.
Lo cierto es que la canciller Merkel, en unión de la
estúpida clase política europea, incluida la UE, ha abierto
las puertas de Europa de par en par por donde han entrado ya
más de ochocientos mil afro-asiáticos, la inmensa mayoría de
ellos musulmanes. Esa es una manera de entregar Europa al
islam. Ellos, Merkel y sus adláteres, saben que esa política
de puertas abiertas es un intento de extender la influencia
del islam a través de una “dominación demográfica de los
pueblos nativos de Europa”. Por ello, el ideal de la élite
político-mediática no es, en realidad, como pregona, la
libertad, es el apaciguamiento y el diálogo con las ideas
ajenas, ideas que entran a Europa de la mano de esos
musulmanes a los que se les ha permitido la entrada a través
de las fronteras abiertas.
Europa se rinde, es cierto. Europa se rinde ante el cambio
demográfico y cultural que están protagonizando el islam y
el islamismo. Ante este hecho, no pocos europeos han
aceptado una miserable servidumbre voluntaria, como algo
irremediable, o, aún peor y más increíble, como si esos
cambios fueran un progreso, un avance, por eso, Europa ha
optado por la “rendición preventiva”. La civilización es una
apuesta doble: “contra el que la niega y la amenaza con
aniquilarla” –como está sucediendo en estos momentos en
Europa con el islamismo fundamentalista–; “y contra sí
misma, muy a menudo cómplice de su desaparición” –como
sucede con los políticos europeos, con la Merkel como
lideresa, que son ejemplos de traidores a sus países y a la
civilización occidental–. Así, el enemigo de Europa es ella
misma. Europa, visto lo visto, se está suicidando a un ritmo
constante, de manera que las futuras generaciones bien
podrían decir “R.I.P. Aquí Yace Europa”.
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