El asesinato de Pim Fortuyn, el 6 de mayo de 2002, y el de
Theo van Gogh, el 2 de noviembre de 2004, removieron un
tanto las conciencias adormecidas de los holandeses. Ambos,
Fortuyn y Van Gogh, se habían opuesto radicalmente a la
inmigración masiva procedente de los países islámicos. Ambos
estaban en contra de la islamización de Holanda. Intuían que
el aumento de una subcultura fundamentalista islámica
supondría una amenaza para los valores democráticos. Fortuyn
y Van Gogh fueron despellejados y calificados como
islamófobos por el establishment mediático y político
holandés. Decir la verdad sobre un tabú como el islam y sus
alrededores fue como un terremoto que socavaba los cimientos
del cloroformizado y plácido panorama político holandés.
Inmediatamente se pusieron manos a la obra los profesionales
del apaciguamiento y del diálogo.
El primero de ellos, Pim Fortuyn, fue calificado como
ultraderechista, charlatán, sembrador de odio,
discriminación y discordia y un peligro para el país, un
inicio del fascismo y del nazismo, “un hombre peligroso que
engaña a la gente”, “es Mussolini”, cacique fascista, y fue
comparado con Hitler, desde la Izquierda Verde, pasando por
el Partido Socialista, el Laborista, el demócrata Liberal,
hasta periodistas del ala más izquierdista de la prensa
holandesa. Y así llegó aquel fatídico 6 de mayo de 2002 en
que un tal Van der Graaf le descerrajó seis tiros en la
cabeza, el pecho y el cuello. Van der Graaf explicó que
consideraba a Fortuyn un “peligro para la sociedad” y que lo
había asesinado porque sus opiniones sobre el islam le
parecían “estigmatizadoras”. Como no podía ser de otra
manera en una sociedad que no aceptaba la crítica sobre el
islam, tacharon al asesino de Fortuyn como un “loco
solitario”. El impacto del asesinato de Fortuyn parece que
sacó de su postración y de su pusilanimidad a cierta parte
del pueblo holandés que lloró su muerte y se congregó para
protestar contra su asesinato y honrar su memoria. Pero,
desgraciadamente, su muerte no sirvió para acallar y rebajar
el grado de calumnias sobre Fortuyn. Declaraciones y
artículos siguieron difamándole y ofendiéndole. Pero, como
escribe Bruce Bawer, el asesinato de Tim Fortuyn puso fin al
tabú holandés del debate sobre la inmigración, integración e
islam.
Tal y como le sucedió a Fortuyn, Theo van Gogh también fue
asesinado por haber criticado el islam y por cuestionar que
la democracia y el islam puedan ser compatibles. Van Gogh
fue tiroteado por Mohamed Bouyeri, holandés de ascendencia
marroquí, una vez en el suelo lo remató y lo degolló. No
contento con esto, le dejó clavada en el pecho una larga
carta en la que amenazaba a varias personas, entre ellas a
la activista Ayaan Hirsi Ali, que había sido la guionista de
la película “Sumisión”, rodada por Van Gogh. Van Gogh había
criticado abiertamente, como Fortuyn, la pasividad europea
frente al islam fundamentalista, el apaciguamiento y el
diálogo. El asesinato de Van Gogh tuvo una enorme
repercusión, no solo en Holanda, sino en el resto de los
países de la UE. En todos ellos se les reveló que tenían una
nueva y oculta preocupación: el islam. Pero de todas formas,
hubo quien le culpó de su propia muerte por su actitud
frente al islam.
Pero nunca han faltado, a pesar de todo, las políticas de
apaciguamiento y de diálogo frente al islamismo
fundamentalista. Es más, cuando musulmanes nacidos o
residenciados en los países europeos han cometido tropelías
de consideración, le ha faltado tiempo a la élite
mediático-política para salir al paso para advertir de los
peligros de una reacción exagerada en caso de demonizarlos
y, en no pocos casos, para expresar sus simpatías por los
causantes de las tropelías. Es siempre, y una vez más, la
política de apaciguamiento y de diálogo llevada acabo por
los profesionales a este respecto.
Pero no sólo pertenecen a la élite mediático-política
quienes actúan como profesionales del apaciguamiento y del
diálogo. También miembros pertenecientes a la iglesia
católica son destacados profesionales del apaciguamiento y
del diálogo, comportándose así como verdaderos tontos útiles
del islamismo fundamentalista y de la inmigración masiva
procedente de los países islámicos. Recientemente, aparecía
en el digital AD la noticia de que “destrozan un Cristo y
una Virgen en una parroquia de Rincón de la Victoria,
Málaga, y escriben Alá en la pared”. Ya hubo otro ataque el
28 de septiembre pasado, cuando un joven marroquí fue
detenido por causar daños a la hornacina de la Virgen del
Carmen. Al parecer, golpeó el cristal de la hornacina con
una piedra al tiempo que gritaba “grande Alá”. La noticia
evacuada por el Obispado considera este ataque “fruto de un
vandalismo aislado”, lo cual recuerda lo que se dijo cuando
el asesinato de Fortuyn, cuyo asesino fue tachado de “loco
solitario”. La nota del Obispado continúa de esta guisa: “y
que no responde (el “vandalismo aislado”) al sentir general
de las personas que profesan la fe islámica”, y añade
“animamos a continuar la convivencia pacífica que este tipo
de hechos, además de daños materiales y espirituales, no
produzcan un deterioro del ¡diálogo! basado en el respeto y
la fraternidad entre los diferentes grupos religiosos al que
nos alienta la iglesia universal”, (bla, bla, bla). Otra vez
los profesionales del apaciguamiento y el diálogo a la
palestra.
Así, a este respecto, el Arzobispo de Valencia, Monseñor
Cañizares, ha tenido que poner sordina a sus declaraciones
sobre los refugiados y a su imagen de que son como el
caballo de Troya. No debe haber duda alguna de que la
Conferencia Episcopal le habría llamado al orden para que
matizase sus declaraciones. Así, al Arzobispo le ha faltado
tiempo para hacerse la foto con Riay Tatary, ¡sirio de
origen!, Presidente de la Comisión Islámica de España,
personaje este perteneciente a la corriente Tabligh del
islam. El Tabligh es una corriente rigorista respecto de la
observancia de la ortodoxia islámica. Según un estudio de
profesores de Huelva y Granada, la orientación “normativa y
literalista de los libros sagrados” del Tabligh, sin ser un
movimiento de “guerra santa”, se teme acabe siendo
“instrumentalizada por los yihadistas, preparando
involuntariamente el terreno al reclutamiento radical en
España”. Asimismo, su fuerte componente identitario y su
peculiar modo de vida pueden dificultar que sus miembros se
sientan comprometidos con la sociedad española, según los
autores del informe –Sol Tarrés y Javier Jordán–. Esta
actitud de Monseñor Cañizares es un ejemplo más de
apaciguamiento y diálogo que caracteriza a todos los
estamentos de la sociedad europea.
A este respecto, es tal la prevención de las sociedades
europeas respecto de su relación con el islam, que no pocos
países de la UE (España incluida) están reformando sus
Códigos Penales para dejar al islam al margen de toda
crítica (lo cual es inconcebible en un Estado de Derecho).
Así, “Los delitos de islamofobia tendrán su propia
categoría” en el Reino Unido. Se ve bien a las claras que se
quiere poner al islam a buen recaudo de las críticas de los
ciudadanos autóctonos europeos. Europa se ha convertido en
una sociedad entregada, sumisa y acobardada, cuyo futuro se
ve muy problemático. “Una de las mayores desgracias de las
gentes honradas –escribió Voltaire– es que suelen ser
cobardes”. Así, “Europa, escribe Bruce Bawer, al apaciguar
una ideología totalitaria –como es el islamismo
fundamentalista y radical– está poniendo en peligro su
propia libertad”. El concepto más preciado por “las
sociedades en decadencia” –y esta lo es– es el de la paz; a
cualquier precio, como sea, pero paz. Por eso, la élite
mediático-político-religiosa europea se ha hecho profesional
del apaciguamiento y del diálogo. También, por eso, las
turbas asiático-africanas nos han tomado la medida y, así,
somos incapaces de defender todo aquello que nos caracteriza
como ciudadanos pertenecientes a una civilización
formidable, tal cual es la civilización occidental.
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