El principal mérito de eso que,
tras la entrada en crisis del Estado de bienestar en los
años setenta, comenzó a gestarse y convenimos en llamar
Neoliberalismo ha sido, quizás, la instauración del
convencimiento colectivo de que aquello que escapaba de la
democracia era, de manera paradójica, lo auténticamente
democrático. Es algo que ha explicado muy bien César
Rendueles.
Ciudadanos ha asumido el relevo del Partido Popular en este
discurso reaccionario. Hablan de menos política y más
mercado. En realidad, esto no es más que potenciar la
ideología desregularizante que motivó el crash del 29 y
resurgió de sus cenizas en la era del binomio Reagan-
Thatcher, alcanzando su cénit en la implosión de 2008. Según
estos defensores del capitalismo salvaje, la verdadera
democracia se encuentra en el mercado, pues, dicen, uno
ejerce su “libertad democrática” cada vez que elige un
producto y no otro. Es decir, la mayor expresión de la
democracia sería ese momento en el que el ciudadano se
encuentra ante los productos ofertados por el mercado y
elige comprarse un Opel en lugar de un SEAT o gastar sus
euros en unos zapatos en lugar de en otra cosa. Por lo
tanto, cuantas más cosas se encuentren sometidas a la lógica
del mercado, más democracia existirá.
La verdad es que la democracia no tiene nada que ver con
eso. Más bien, es todo lo contrario. Lejos de entenderla
como algo individual, la democracia es un proceso colectivo,
una discusión permanente en la que deben intervenir
muchísimos factores que en absoluto responden a procesos de
exclusiva búsqueda del placer propio.
Yo no voy al teatro. Para quienes se adhieren al pensamiento
que identifica mercado con democracia, al no ir al teatro yo
opto por la eliminación del teatro, opto por no querer
contribuir a la existencia del teatro. No es cierto. Aunque
yo no vaya al teatro, quiero que existan teatros, quiero que
aquellos que disfrutan del teatro puedan seguir haciéndolo
aunque llegara un momento en el que fueran tan pocos que no
pudieran mantener su existencia por ellos mismos. No me
gusta el teatro, pero soy capaz de entender su valor
cultural, su necesidad para la conformación de una sociedad
más sensible, creativa e imaginativa. En mi decisión de
querer contribuir a algo que yo no consumo intervienen
muchos más elementos aparte de la “preferencia” propia. Y
eso es algo que las reglas del mercado no contemplan.
Optar por que sea un órgano como el mercado aquel que regule
los problemas de la sociedad no es ser democrático, sino
tener miedo a la democracia, miedo al desacuerdo, al debate,
al parlamentarismo. Implica zanjar la discusión democrática
entregando la resolución del conflicto a una nueva deidad
que, en lugar de atender a los valores que deberían ser los
fundamentos de cualquier sociedad sana (cooperación, bien
común, racionalidad, respeto al planeta, etc.) apela a los
instintos inversos (competitividad, individualismo, búsqueda
del beneficio, acumulación…). Ante los totalitarios y los
fundamentalistas del mercado, otros preferimos optar por la
democracia.
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