No hay un año en el que la cifra de mujeres asesinadas por
el delito de ser mujer en España baje de cincuenta. Una sola
víctima por esta lacra es ya insoportable. El número
escalofriante que alcanzamos en nuestro país constituye un
auténtico escándalo que no podemos tolerar, una violencia,
la ejercida contra las mujeres, que sólo puede ser
calificada de una manera: terrorismo.
Todo lo que hagamos para frenar esta vergüenza nacional es
poco. El rol subalterno que sigue ocupando la mujer,
situación que sirve de impulso para la violencia de género,
debe ser combatida por todos los medios. El machismo, aunque
no sea una realidad formal en nuestra legislación, sí es una
realidad material en nuestra sociedad. La mujer continúa
cobrando menos que el hombres por realizar la misma tarea y
son ellas las que, como si de una ley de la naturaleza se
tratara, siguen cargando con todo el peso de nuestros
hogares. La publicidad, las series de televisión, el cine y
demás dispositivos de creación de imaginario siguen
mostrando, con una normalidad que asusta, una posición de la
mujer subordinada a la necesidad del hombre. Violencia
simbólica que es el caldo de cultivo para la física y real.
Da pavor observar la naturalidad con la que se asume el
control del chico sobre la chica en las relaciones de
pareja. Jóvenes y no tan jóvenes controladas por sus novios
a través de una vigilancia ejercida mediante el teléfono
móvil o el caso de mujeres cuyo vestuario debe ser
previamente aprobado por sus compañeros. Los ejemplos que
expresan nuestra bochornosa realidad patriarcal son casi
infinitos.
El 7 de noviembre es preciso que todas y todos digamos NO al
esta forma de terrorismo. No valen excusas. Ni estúpidas
equidistancias. Este sábado, gentes de todos los rincones
del país llegarán a Madrid para participar en las Marchas
contra las violencia machistas y reclamar que el tema sea
tratado como una cuestión de estado. Hacerlo es
absolutamente fundamental. Ni una menos.
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