A estas alturas de la película aquí nadie duda que la
canciller Angela Merkel ha sacado el genio de la botella.
Pero tampoco nadie duda que devolver el genio a la botella
le va a ser a la señora Merkel, no ya difícil, sino
imposible. Volver a cerrar a cal y canto las fronteras
europeas mediante una simple directiva europea de la UE, no
será suficiente, ni sencillo. Esas masas de desheredados
procedentes de África y de Asia en modo alguno se van a
conformar, ahora que han visto la posibilidad de entrar en
el paraíso con el que siempre han soñado: Europa, no se van
a conformar, insisto, con quedarse pacientemente al otro
lado de las alambradas, de las vallas o de lo que se
encuentren en el camino hacia su Dorado. Si a centenares de
miles se les ha franqueado el paso, ¿por qué a ellos no?
Ahora, sí, ahora ya saben que en Europa nadie les va a
prohibir el paso por las malas, ni serán llevados ante juez
alguno, ni serán encerrados en cárcel alguna. Le han tomado
la medida a Europa y nadie ni nada les van a impedir
asentarse en el viejo continente. Buena la ha hecho la
señora Merkel. Arrasarán todo lo que se les ponga en su
camino. Esos desheredados saben que el europeo es débil ante
la contemplación de la debilidad, de la miseria, de la
fatiga y de la visión de la niñez desvalida. Y por ahí, por
ese talón de Aquiles, otros sirios, afganos, eritreos,
somalíes, iraquíes, paquistaníes, libios, palestinos, y
todos los que vengan del África negra, entrarán por las
buenas o por las malas, pero entrarán. Eso sí, andando el
tiempo harán de Europa un remedo del tercer mundo. Ya
empieza a fraguarse ese tercer mundo en ciudades europeas.
El ciudadano europeo aún no es consciente de qué va todo
esto. El reto es inmenso, y nadie lo dude: del control de
este fenómeno hoy descontrolado depende nuestro futuro. Toda
solidaridad actual se tornará hostilidad y violencia si no
se controla más pronto que tarde.
De la emoción colectiva del recibimiento a esos
desheredados, de los vítores, de los abrazos y de los
regalos pasarán a enfrentarse con la realidad pura y dura, a
enfrentarse con centenares de miles de extranjeros
procedentes de todos los rincones de África y de Asia,
extranjeros que vienen exigiendo lo que quizás el autóctono
no tenga: una casa, sanidad, medicinas, escuelas, asistencia
social de todo tipo, todo gratis total, mezquitas por
doquier (no se olvide que la inmensa mayoría de los que han
entrado son musulmanes), es más, esos refugiados traerán a
suelo europeo las diferencias de tipo religioso, étnico,
tribal, nacional, etcétera, que ya les enfrentaban en sus
países de origen. Con razón decía Borges que en toda emoción
colectiva veía algo indigno. Y ya advirtió, por su parte, el
filósofo Dalmacio Negri que “la pérdida de la realidad se ha
convertido en el modo de vida de los europeos, cómodamente
instalados en la no realidad. La política vive en el engaño
y la sociedad se siente, si no a gusto, por lo menos
tranquila en esta realidad engañosa”. La sociedad gusta de
ser engañada, no que le planteen problemas. Por eso los que
anuncian catástrofes nunca han gozado del favor de los
ciudadanos. Los catastrofistas no han tenido nunca
predicamento alguno en la sociedad de su tiempo. La
anestesiada opinión pública europea no tiene plena
conciencia de que son conducidos del ronzal al matadero. La
gran masa –escribió Stefan Zweig en “El mundo de ayer”–
siempre se inclina hacia el lado donde se halla el centro de
gravedad en cada momento. Y esa gran masa está desprovista
de toda reacción para comprender y oponerse a esta locura de
puertas abiertas.
Lo más chusco de toda esta historia es que la propia
canciller Merkel manifestó años atrás que “la respuesta al
desarrollo demográfico no puede ser el aumento de la
inmigración”. ¡Vaya, qué sorpresa! ¿Qué le ha sucedido a la
señora Merkel para dar ese giro copernicano? Pero, ¡un
momento!, en enero de este año, la propia Merkel “aseguró
que el multiculturalismo había sido un fracaso absoluto”.
¡Bueno, bueno, bueno! Aquí está pasando algo que
desconocemos, algo que no se nos ha dicho. Aquí hay gato
encerrado. La decisión de abrir las fronteras de esa manera
tan burda tiene que haber sido debida a que la canciller
podría haber estado sometida a una presión que no le ha sido
posible eludir. O, tal vez, la soberbia de la canciller ha
alcanzado cotas insospechadas. Acaso, como escribe Italo
Svevo en “La Conciencia de Zeno”, “creerse dotado de una
grandeza latente es una forma cómoda de vivir”. Quién sabe
lo que pasó por la cabeza de la canciller para tomar esa
decisión que nos va a proporcionar no poco sufrimiento. Pero
habrá que estar ojo avizor, porque me temo que detrás de
todo esto se esconde algo dañino y peligroso para Europa y
los europeos.
Lo cierto es que los políticos de la UE y de la mayoría de
los países europeos han engañado miserablemente a los
ciudadanos sobre el peligro que supone la entrada de
millones de inmigrantes procedentes de países islámicos.
Pero en algún sitio ha de estar la causa, el principio de
todo esto. Para ello habría que remontarse a años atrás, y
ver que, entonces, el talante moral que dominaba en la
Europa de la posguerra era el arrepentimiento por dos
“desafueros históricos”: el colonialismo y el nazismo. Nunca
más una guerra en suelo europeo. Y para reconstruir la
Europa inmediata a la guerra se echó mano de inmigrantes
procedentes de las colonias, pensando, claro está, que una
vez hecho el trabajo se volverían a sus países. Craso error.
Vinieron y se quedaron. Por eso, Christopher Caldwell
escribe que Europa occidental “se convirtió en una sociedad
multicultural en un momento de despiste”. Y, por tanto,
Europa se convirtió, afirma Caldwell, “en un destino de
inmigración a resultas de un consenso entre sus élites
políticas y comerciales”. Ahí es nada. Así, todas las
premisas con que arrancó en su primera hora la inmigración
masiva a Europa –serían pocos en número y se volverían una
vez realizado el trabajo para el que fueron llamados, nada
de prestaciones sociales, y menos que pondrían en práctica,
aquí en Europa, sus hábitos, sus costumbres y, mucho menos,
construcciones de mezquitas–, todas esa premisas, insisto,
se revelaron falsas. Pero, eso sí, el sentir de los
ciudadanos de la Europa occidental “siempre ha sido
resueltamente opuesto a la inmigración masiva”. De todo este
engaño ha devenido la locura actual de la inmigración
masiva, de la crisis de los refugiados y la estupidez de las
fronteras abiertas de par en par.
Detrás de estos centenares de miles de refugiados musulmanes
se pondrán en camino miles de ‘barbudos’ con la ‘sana’
intención de que la feligresía islámica no se desvíe de la
ortodoxia ni le acechen veleidades de excesiva
confraternización con el personal autóctono, y conserven sus
costumbres de todo tipo, desde la vestimenta hasta las
normas por las que se regían en sus países de origen. La
primera generación de inmigrantes no fue, obviamente,
reivindicativa. Se les había sacado de la miseria de sus
países y colocados en el corazón de Europa en una situación
mucho mejor que la que disfrutaban allá en sus países de
procedencia. Esta primera generación tan solo estaba en
contacto con el país originario una vez al año, cuando
tomaban vacaciones, normalmente en periodo estival. Las dos
generaciones siguientes, sobre todo, la tercera, los más
jóvenes, están en contacto a diario, permanentemente, a
través de las nuevas tecnologías –teléfonos, tabletas,
ordenadores y parábolas–, así saben en tiempo real no solo
lo que sucede en el país originario de sus mayores, que ya
no es el suyo, sino todo lo relacionado con el mundo
arabo-islámico. De esta manera, reafirman sus lazos
emocionales e identitario con los países de procedencia de
sus mayores y con todo lo que se refiera a la causa
arabo-islámica, amén de matrimonios internacionales. Ello
conlleva desafección por el propio país que les ha visto
nacer, no sienten, en general, un sentimiento patriótico
natural que les una al país de nacimiento, tan solo les
sirve para que les llene la bolsa. Su sentimiento
identitario y emocional pasa más bien por la identificación
con su religión y su etnia, y su pertenencia a la ‘umma’. De
ahí que la integración de los islámicos sea deficitaria y
muy problemática, y practiquen un victimismo letal en cuanto
se imaginan indicios de discriminación.
¿Qué hacen, a este respecto, la UE y los políticos
nacionales? Nada, son profesionales del apaciguamiento y del
diálogo. Son incompetentes, timoratos y cobardones. Con su
conducta, Europa está perdiendo parcelas de poder en barrios
y pueblos pequeños. Los islámicos se sienten invulnerables y
hagan lo que hagan no serán castigados ni expulsados ni se
les suprimirán las ayudas económicas. Visto así, el futuro
de Europa se presenta muy problemático, debido, primero, a
que la élite no quiere ver la realidad y, después, al
espectacular fracaso de la integración. Es una nación dentro
de otra nación. ¿Por qué Europa se odia a sí misma?
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