A fuerza de mirar todos los días el mismo paisaje nos
reconocemos incapaces de descubrir la mínima variación que
en él se produzca. Vemos el conjunto, pero no los detalles.
Así, creemos, por ejemplo, que todas las puestas de sol son
las mismas. Craso error. Cada día tiene su afán y cada
puesta de sol tiene el suyo. Esa luz –la del ocaso– que
acompaña hoy al sol en su despedida no es la misma luz que
ayer lo acompañó, ni será la de mañana. Pero para nosotros
todas son iguales, no solemos apreciar diferencias entre
unas y otras, o, al menos, la mayoría no es capaza de
encontrar diferencias. Con el paisaje urbano sucede igual
que, por ejemplo, con las puestas de sol. Nos parece siempre
el mismo paisaje, la misma ciudad, apenas reparamos en lo
nuevo que surge a nuestro alrededor, so pena que sea
demasiado llamativo o escandaloso.
Llamativo, y escandaloso por
muchos motivos, fue, semanas atrás, en efecto, el incendio
en el llamado Monte de la Tortuga. Grandes columnas de humo
negro se elevaban al cielo y podían ser vistas desde
cualquier punto de la ciudad. Una vez que el Cuerpo de
Bomberos y la UME pudieron atajar el pavoroso y voraz
incendio quedó como recuerdo de él una negritud y una
desolación que, a buen seguro, se convertirá en un
aldabonazo en las conciencias de los ciudadanos y de los
llamados a evitar que se produzca un incendio de estas
características en cualquier lugar de nuestros montes. Es
más, el pasado domingo 18, un grupo de ceutíes se reunió en
el Mirador de Isabel II como acto reivindicativo para llamar
la atención de los ceutíes, en general, y de nuestras
autoridades, en particular, en el cuidado de nuestro escaso
patrimonio forestal y natural. Fue un acto emotivo en el que
se expresó el amor por la naturaleza y en el que se emplazó
a la ciudadanía a cambiar su postura de acercamiento a la
naturaleza. A verla como compañera en nuestro viaje vital y
no como antagonista en ese viaje vital.
Al hilo de lo anterior, y a pesar
de que en nuestra ciudad las construcciones ilegales se han
convertido en una plaga, parece, sin embargo, que la
ciudadanía no acaba de tomar conciencia de ello. Si el fuego
como el del Monte de la Tortuga ha supuesto una catástrofe
medio ambiental y ha movido a un grupo de ciudadanos a
reunirse en el Mirador de Isabel II para protestar y, a la
vez, para concienciar a la ciudadanía en general, la plaga
de las construcciones ilegales y las apropiaciones indebidas
de parcelas no mueven a los ciudadanos a mostrar su repulsa
por estos hechos. Y sin embargo construir en donde no se
está permitido constituye un atentado de igual tamaño como
podría ser un incendio, o convertir nuestras playas o
nuestros campos en vertederos.
Parece que a iniciativa del
consejero de Fomento, Néstor García León, se va a
confeccionar un mapa de la construcciones ilegales en
nuestra ciudad. Si con ello se van, no solo, a detener las
construcciones ilegales, y el cerramiento de parcelas, sino
que se va a proceder a su demolición, pues habrá que saludar
la puesta en marcha de ese mapa de construcciones ilegales.
Pero me temo que tan solo va a quedar en buenas intenciones,
y no porque la administración local no se ponga manos a la
obra, sino porque, por un lado, las leyes, –y las “medidas
cautelares” de los jueces–, en este aspecto, son muy
permisivas y garantistas con los malos, y, por otro, porque
el ciudadano que ha sido pillado in fraganti con las manos
en la masa, es decir, construyendo o parcelando ilegalmente,
se pasa por el arco del triunfo de la entrepierna lo que le
diga el policía local, el expediente que se le incoe, las
leyes, los reglamentos y las normas.
Como ejemplo ilustrativo de lo
anterior, detrás del Ambulatorio de la Seguridad Social
ubicado en la barriada Príncipe Felipe, allá en las
inmediaciones del Tarajal, se han levantado tres casas
ilegales, casas que, a pesar de haberse incoado un
expediente a cada una de ellas y de la advertencia de los
agentes de la Policía Local a los ciudadanos responsables de
tamaña ilegalidad, en las tres viviendas se ha trabajado sin
parar, ya de día, ya de tarde, ya de noche. Se ha descargado
impunemente material de construcción e introducido en el
interior de las viviendas, se han colocado ventanas, con sus
respectivas persianas y las correspondientes rejas. Y ya hay
palés de madera dispuestos para rodear las casas y aislarlas
del entorno. Ya están siendo habitadas y se ven señales de
ello, tales como sábanas colgadas en el exterior, y grupos
de niños jugando en las inmediaciones de las casas. Y,
finalmente, ya se ha colocado en el dintel de cada una de
ellas su número correspondiente, el 6, el 7 y el 8. Todo
ello demuestra una desfachatez, un desprecio por las leyes,
por las normas y por los reglamentos, que el común de los
ciudadanos venimos obligados a observar y a respetar. Pero
parece que los ciudadanos abyectos, como estos que hacen
caso omiso del debido respeto a las leyes, siempre consiguen
salirse con la suya con la ayuda de las leyes permisivas y
garantistas e, insisto, con las consabidas “medidas
cautelares” de los jueces.
Así, de esta manera, han surgido,
como setas en otoño, casas ilegales, y cerramientos de
parcelas, por doquier, por toda la geografía de nuestra
ciudad, ante la impotencia de la administración, no solo,
para derribar esas construcciones, sino para empapelar, como
se merecen, a esos ciudadanos, que, a buen seguro, tendrán,
como siempre, quienes salgan en su defensa para que les sea
proporcionada conexión a agua y a luz, aludiendo que esos
¿ciudadanos? pagan sus impuestos y, ¡qué pena!, los hijos
menores son los que pagan el pato de la dureza de la
administración al negarse a concederles conexión a agua y a
luz. Pero, claro, los valedores de esos facinerosos, que se
pasan las leyes por la entrepierna, como Caballas y MDyC,
miran para otro lado como si estas ilegalidades no fueran
con ellos. Es más, claman contra el partido en el gobierno
en la Asamblea, tachándolo de insensible ante las
necesidades y dificultades de quienes han hecho caso omiso
de toda admonición sobre las ilegalidades que estaban
cometiendo.
A veces, somos víctimas de
un perverso entramado que no somos capaces de percibir, pero
una mirada atenta a lo que está sucediendo en nuestra ciudad
de un tiempo para acá no nos puede dejar indiferentes ni
podemos sustraernos a las luces rojas que se van encendiendo
en Ceuta sobre un peligro inespecífico, que, lentamente, va
tomando cuerpo y que, sin duda, va a condicionar nuestro
futuro. Y estas construcciones ilegales muestran bien a las
claras un desafío, muestran que una parte muy específica y
concreta de la ciudadanía se niega a respetar el
ordenamiento por el cual nos gobernamos, y con ello, con su
negativa, esos ciudadanos pertenecientes a ese segmento muy
diferenciado de la población ceutí, hacen gala de un
desprecio por todo lo que no sea lo propio y lo que los
caracteriza.
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