Buen día, gente:
Me he reencontrado con una amiga
virtual, una amiga que tiene la virtud de ser buena
escritora y espléndida lectora y con la que intercambio
frases, con y sin sentido, en un marasmo de relaciones
aderezadas con citas de autores, filósofos y políticos del
Jurásico. Sólo diré que tiene un nombre que empieza por Ino,
haciendo uso de la protección de datos.
Desde la perspectiva de esta
comunicación virtual veo cosas, en mi mente, en las que
nunca he incidido.
Desde que se estrenó “Regreso al
futuro” y la fecha en que marcaron ese regreso, han
transcurrido un montón de años que, según se mire, no ha
hecho avanzar al país. Todo lo contrario, lo están haciendo
retroceder a épocas inseguras y represivas.
Mientras el protagonista de la
película viene a su futuro, nuestro presente, el país se
lanza de cabeza hacía el pasado, aquel oscuro pasado del
gallego chaparrito, contradiciendo la brújula que siempre
señala al norte.
Está muy claro, clarísimo, que los
gobiernos conservadores que ha tenido y tiene el país están
embarcados en una máquina que nos conduce al pasado, como si
de una máquina del tiempo fuera, la que imaginó Herbert
George Wells.
Cuatro millones de españoles, los
que componen el sector llamado “pobreza energética”, no
pueden pagar la factura de las empresas eléctricas, aunque
tenemos un centro comercial para los ‘manitas’, que responde
al nombre de exuberante leyenda con que suelen bautizarlo
los políticos de turno y donde podremos adquirir unas
cuantas velitas, en los “chinos” también, con las que
calentar la habitación y de paso alumbrarla con solo
extender la mano en la puerta del mencionado centro
comercial y conseguir 20 céntimos para comprarlas.
Esto significa que estamos
retrocediendo en poder adquisitivo hacia aquellos años en
que los hogares usaban métodos tradicionales para calentarse
dados los precios estelares (del espacio) de las citadas
facturas. El país es el único de toda Europa que tiene el
precio de la electricidad mucho más alto de todos.
Lo más evidente de este retroceso
al pasado está en los pequeños talleres de los remendones,
con colas largas de esas llamadas ‘de vuelta a la esquina’,
a pesar de que en los “chinos” hayan zapatos de 6 euros.
En el ‘manifestódromo’ del país,
Madrid, pasaron cerca de 4.000 manifestaciones de todo tipo,
con la presión a los y el cabreo de los ciudadanos en
aumento. La presión se nota porque el parque policial ha
adquirido por 500.000 euros un camión con cañón de agua para
reprimir manifestaciones en atención a la dinámica social de
estos tiempos.
Eso nos lleva, en la imaginaria
máquina de Herbert George Wells, a aquellos años de
revueltas de estudiantes a los que perseguían un ejército de
marrones, recién suprimido el gris, y cuando las libertades
eran más transigentes que en este futuro-presente con esa
Ley Mordaza, probablemente sustituta de aquella Ley de Vagos
y Maleantes.
En aquellos años de vítores y
exaltaciones patrióticas por la recién inaugurada, hoy
inexistente, democracia, más de tercio y medio de españolas
acudían a Londres para abortar y ahora en pleno siglo XXI,
después de que la Ley del Aborto de Fernández Ordoñez lo
hiciera legal, la liquidan de un plumazo y obligarán, si no
se remedia, a que miles de españolas embarazadas vuelvan a
viajar de manera clandestina a Londres o países cuyos
dirigentes sean menos fanáticos que los de éste vapuleado
país.
Ya es una realidad el sometimiento
de los ciudadanos, apoyando esa realidad con la caída de los
salarios a niveles lejanos del pasado, con lo que calentar
las habitaciones con velas y recibir cañonazos de agua no
serán incidentes asilados…
En fin, la vida sigue y yo
también, mirando de vez en cuando a mi alrededor por si
descubro un atisbo de la Ley Mordaza agazapada tras
cualquier seto.
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