Me gusta que la gente se afane en
calmar tensiones, puesto que las tiranteces no conducen a
nada bueno, en un mundo sobrecargado de armas. Bienvenidos,
pues, los apóstoles de la paz, aquellos que no conocen
fronteras, y su única tarea radica en conciliar lenguajes,
reconciliando almas. Ellos son el viento terapéutico que el
planeta necesita para poner armonía en un paisaje tan
globalmente convulso, donde prevalecen las divisiones
este-oeste, norte-sur, amigo-enemigo, sobre las fuerzas de
concordia y unidad. Por eso, urge tomar decisiones que nos
serenen, está en juego la supervivencia misma de la
humanidad entera, en virtud de la capacidad destructiva que
nos acorrala. Son una leyenda ya vieja las inútiles
contiendas, motivadas por el odio y la venganza. O la de
grupos privilegiados que abusan de su poderío para imponer
su yugo a sociedades enteras. O la de ciudadanos que llegan
a construir su bienestar a expensas del bien de los demás.
Los instintos irracionales y egoístas se repiten hasta la
saciedad. Somos así de necios; de ahí, la necesidad de estos
discípulos de lo armónico para emprender un camino de
verdadera unión entre todos.
Hoy por hoy, nos desborda este
camino de nerviosismos que nos deja más pálidos que los
tizones de las llamas. Nos alegra, por tanto, que el día
veinticuatro de octubre, casi dos centenares de monumentos,
edificios y otros lugares famosos, en casi medio centenar de
países del mundo, se iluminen de azul para celebrar el
setenta aniversario de Naciones Unidas. Yo también pienso,
como dijo su Secretario General, que “al pintar el mundo con
el azul de la ONU por un día, podemos iluminar el camino a
un mañana mejor”. Nos hace falta esperanzarnos y cualquier
luz siempre es gratificante para promover juntos una
auténtica movilización ética mundial, que vaya más allá de
cualquier diferencia de credo o de opiniones políticas. Con
la fraternización todo será más llevadero, porque un mundo
hermanado comienza con la autosatisfacción de cada persona y
finaliza abrazando la verdad como bandera, abandonando
cualquier forma de intolerancia y discriminación. Yo así lo
considero, y creo que cualquier genuino evangelista del
orden poético, sabe bien que no basta con hablar de buenas
intenciones, uno debe de armonizar las alianzas y trabajar
de manera coordinada para conseguirlas. Que un mundo nace
cuando dos se aman.
En el contexto de las relaciones
internacionales, es necesario reconocer el papel de estos
propagadores de la armonía, siempre dispuestos a promover el
bien colectivo; y, en consecuencia, a defender la libertad
ciudadana, en la que deber haber una correlación entre
derechos y deberes, por el cual cada ser humano está llamado
a asumir las responsabilidades de sus propias actuaciones.
En este sentido, hemos de ser efectivos defensores de la
verdadera libertad social, que consiste en poder vivir cada
uno según las leyes y según la recta razón. Por eso, causa
verdadero pavor aquellos que aprisionan o apresan vidas
humanas, sin motivo alguno. Precisamente, la Unión
Interparlamentaria (UIP) de Naciones Unidas, acaba de
expresar su gran preocupación por el destino de dos ex
parlamentarios iraquíes, uno de los cuales ha sido condenado
a muerte y presuntamente se encuentra recluido en régimen de
aislamiento sin acceso a tratamiento médico. No tiene
sentido, acusar falsamente y mucho menos condenar a muerte
lo que es vida por propia razón de existencia. Resulta
imposible imaginar que los Estados aún no puedan disponer de
otro medio que no sea la pena capital, máxime en lugares de
conflictos en los que no suele haber un juicio justo.
En cualquier caso, yo me
quedo con la legión de pacifistas para abrir boca, o si
quieren camino, repartiendo más sonrisas que panes y más
abrazos que lágrimas. Sin duda, el servicio a la paz, como
alma que nos fraterniza requiere de más puentes que muros, y
merece ya no sólo el aplauso de todos, también el
seguimiento de ser como ríos en busca de mar, para el reposo
y la quietud. Al fin y al cabo, ¿qué hace falta para ser
dichoso?. Poca cosa: un poco de amanecer para levantar el
ánimo, una pizca de aire para respirar, y una chispa de
verso para alegrar el alma, que es aquello por lo que
vivimos, sentimos y pensamos. No olvidemos que los apóstoles
de la calma, llevan en su ordenado espíritu, una vida de
gozos que les colma de alegría. Retiremos las armas. Tomen
voz los cultivadores de poesía. Hagamos silencio,
¡reflexión!.
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