La llegada masiva a Europa de refugiados que huyen de las
guerras procedentes principalmente de Siria, Afganistán y
Eritrea, con cifras sin precedentes (según datos del Consejo
de la UE, nada más que en Siria, hay 7,6 millones de
desplazados internos y 4 millones han cruzado la frontera),
y en menor medida, de inmigrantes en busca de una vida
mejor, hacen que nos encontramos ante la mayor crisis
humanitaria de la historia.
Una crisis que está poniendo a prueba a la Unión Europea y
hasta su propia razón de ser y que yo considero, más bien,
como una oportunidad para reforzar nuestra identidad europea
y los valores de libertad, igualdad y solidaridad. Y en este
refuerzo de valores, las mujeres refugiadas y las medidas
que adoptemos para protegerlas, juegan un papel muy
importante.
Según el ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, al
menos la mitad de las personas desarraigadas son mujeres
adultas y niñas. Estas mujeres se encuentran en una
situación de especial vulnerabilidad porque además del acoso
y el abuso sexual a las que están expuestas, tienen que
encargarse de la seguridad física, el bienestar y la
supervivencia de sus hijos.
Numerosas ONGs de extensa experiencia en la protección de
los refugiados, como Amnistía Internacional o Human Rights
Watch, llevan años denunciándolo: son el colectivo de
mujeres más expuesto en el mundo a la violencia física y
sexual.
Muchas mujeres, especialmente aquellas cuyas familias
dependen de ellas para su subsistencia, se ven obligadas a
aceptar propuestas de matrimonio y situaciones de empleo o
acogida que implican explotación y acoso sexual; otras caen
en las redes de la prostitución; y la mayoría de ellas no
denuncian por miedo, por los escasos recursos con los que
cuentan y por su precaria situación jurídica, ahondando cada
vez más en la pobreza abrumadora en la que viven y en su
situación de extrema vulnerabilidad.
Si bien es cierto que el Consejo de la UE, en sus
conclusiones sobre Siria e Inmigración de esta semana,
menciona ligeramente a las mujeres, no es para nada
suficiente. La invisibilidad de las mujeres refugiadas sigue
siendo patente.
La UE y los estados miembros tienen que abrir los ojos a la
realidad de estas refugiadas y hacer todo lo que esté en sus
manos para evitar estos hechos, que no son nada más ni nada
menos, que una flagrante violación continúa de los derechos
humanos y de los derechos de las mujeres.
La UE debe reafirmar su liderazgo internacional integrando
el enfoque de género en la gestión de los refugiados y las
refugiadas, mostrando su compromiso real con las mujeres y
niñas en esta situación y priorizar (dentro de los más de
400 millones de euros que el Parlamento Europeo acaba de
aprobar esta semana para la gestión de esta crisis)
programas especiales destinados a garantizar, en igualdad de
condiciones, el acceso de las mujeres a la protección legal
y a la ayuda humanitaria de emergencia mientras rehacen sus
vidas con dignidad y que no tengan que volver a elegir entre
el abuso sexual o poder mantener a sus hijos.
Los refugiados, y especialmente las refugiadas, merecen que
Europa esté a la altura de las circunstancias y de los
valores de igualdad y solidaridad que tanto defendemos. Y
ello pasa, ineludiblemente, por una verdadera integración de
la perspectiva de género en las diferentes medidas y
recursos que se adopten al respecto y una mayor visibilidad
de la situación de las mujeres refugiadas. Nuestro futuro,
el futuro de la UE, está en juego.
* Politóloga experta en la Unión Europea y derechos humanos
Presidenta de la Asociación Carmen Cerdeira
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