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OPINIÓN - MARTES, 13 DE OCTUBRE DE 2015

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Duele imaginar la Europa que viene

Por Jesús González


Existe el temor de que ante la caja de Pandora, respecto de los refugiados, abierta por la irreflexiva e imprudente canciller alemana Angela Merkel, la mayoría de los países de la UE miren para otro lado y dejen que Alemania lleve todo el peso de la crisis de los refugiados. Si así fuera –pienso que Merkel se lo merecería– se endurecerían los controles del espacio Schengen, o, quién sabe, si desaparecería dicho espacio, con el consiguiente endurecimiento de los controles de las fronteras interiores de la UE, así como el endurecimiento de las normas de asilo y refugio y de las expulsiones forzosas a través de las fronteras. Por consiguiente, primaría la soberanía de cada país y sus intereses económicos sobre el asilo y el refugio. Sería, entonces, una salida a la crisis de los refugiados, digamos, a la húngara, incompatible, se nos dice, con nuestros valores y nuestros principios.

Esto último –“nuestros valores y nuestros principios”– se ha convertido en un mantra, en una categoría, que nuestros políticos nacionales y de la UE nos lo recuerdan en cuanto aprecian veleidades de resistencia en el ciudadano europeo a dejarse invadir, a dejarse colonizar, por pueblos africanos y asiáticos, cuyo nexo común es la pertenencia a la religión islámica. A nadie se le oculta, a este respecto, que los europeos en general sienten rechazo al islam y consideran que es una ideología hostil a nuestras culturas, asimismo, son refractarios a las prácticas y hábitos de los musulmanes. Tampoco se les oculta a los europeos que los islámicos se resisten, una vez que llegan a Europa, a adoptar y a hacer suyos, precisamente, esos valores y principios que los políticos que nos gobiernan nos los recuerdan una y otra vez para que nosotros, eso sí, no osemos olvidarlos.

Pero por el contrario, esos gobernantes son muy reacios y timoratos a recordarles a los musulmanes establecidos en Europa que tienen la obligación de adaptarse a esos sacrosantos valores y principios de los que nos hablan a nosotros. Y como los políticos europeos se han vuelto cobardones para obligar a los musulmanes a respetar esos valores y principios europeos, tiraron en su día por la calle de en medio, dejando que cada comunidad viviera y se rigiera a su aire para así dar lugar a esa ideología perversa llamada ‘multiculturalismo’, que hace que las diferentes comunidades asentadas en los diferentes países europeos vivan unas de espalda a las otras. Así han surgido barrios multiculturales en suelo europeo, barrios en los que los autóctonos casi brillan por su ausencia, allí no entran las leyes de los países de acogida, la ley imperante es la ley islámica. Esos guetos son “colonias embrionarias” que seguirán creciendo como resultado de la inmigración y de la reproducción. Ejemplos de esos barrios los hay en todos los países europeos. Así, el barrio musulmán llamado Oud West, en Ámsterdan, (Holanda); el Molenbbek, en Bruselas, (Bélgica); el Distrito XIX de París, donde campan a sus anchas yihadistas de la llamada “Red de Buttes Chaumont”; el barrio Toyen, en Oslo, (Noruega), de población predominantemente musulmana; el distrito de Norrebro, en Copenhagen, (Dinamarca); la ciudad de Ishoi, (en Dinamarca), cuya población, desde 1969-70, fecha en que se instalaron allí 145 varones inmigrantes turcos, es ahora marcadamente musulmana, pues la importación de cónyuges desde Turquía y el alto índice de fertilidad han hecho que ahora haya una comunidad de 2.183 musulmanes.

Ante estos hechos fácilmente cuanficables, ¿qué hacen los dirigentes de la UE y de cada uno de los países europeos? Nada, ¿por qué nada? Porque son incompetentes, cobardones, timoratos y pusilánimes. Así los islámicos instalados en esos barrios y en esas ciudades campan por sus respetos y hacen de su capa un sayo ante las miradas bovinas de los llamados a meterlos en cintura y a hacer que respeten nuestros valores y nuestros principios. No pocos inmigrantes que vienen a Europa, procedentes de países islámicos, traen consigo numerosas costumbres que se oponen abiertamente a los derechos humanos, a nuestros valores y a nuestros principios. Estas costumbres y estos comportamientos constituyen puntos de conflicto entre las comunidades musulmanas y las sociedades de acogida, y ¿qué hacen, a este respecto, la clase dirigente de la UE y de los países europeos y los medios de comunicación? Pues predican el apaciguamiento, miran para otro lado, argumentando que son practicas culturales que se deben respetar en una sociedad multicultural, y hacen como si no existieran.

Y en esas estábamos cuando sucede el asesinato (por un holandés de origen marroquí), la mañana del 2 de noviembre del 2004, del cineasta holandés Theo Van Gogh. Este Van Gogh fue el que rodó el documental “Sumisión”, con guión escrito por la activista Ayaan Hirsi Ali, sobre la mujer musulmana en el islam. Entonces se preguntó a los líderes y portavoces musulmanes –escribe Bruce Bawer en su “Mientras Europa duerme”– lo que opinaban sobre este asesinato. Los periodistas y políticos holandeses quedaron anonadados y estupefactos al enterarse de que muchos de esos representantes de la comunidad islámica no eran capaces de denunciarlo o de defender la libertad de expresión, al menos, no sin vacilaciones o sin expresar sus reservas. La mayoría de los grupos islámicos europeos se negó categóricamente a condenar el asesinato. Escribe Bruce Bawer que numerosos políticos y periodistas que hasta entonces no habían comprendido del todo la naturaleza del desafío que representaba el islam fundamentalista para Europa empezaron a entenderla entonces. Se les reveló, así, que tenían una nueva preocupación: el islam fundamentalista.

El asesinato de Van Gogh sacó a la luz la miserable y cobarde naturaleza de no pocos europeos, políticos, periodistas lacayos y compañeros cineastas de Van Gogh. Así, desde “reprender al muerto por romper un tabú” (el de la mujer en el islam), como hizo el “experto” en Oriente Próximo Ulrich Kienzie, pasando por The Guardian que “atacó la suprema indiferencia de Van Gogh ante los sentimientos que tal vez estaba ofendiendo”, y acabando por el analista holandés Geert Mak que manifestó “un asesinato de nada y todo el mundo pierde la cabeza”. Estos son ejemplos de comportamientos miserables de cobardes, de apaciguadores, y de traidores.

En abril de 2004, en el distrito de Norrebro en Copenhagen, la organización islámica radical Hizb ut-Tahrir orquestó una marcha “en contra del capitalismo y la democracia”. Se ondearon banderas islámicas negras y se profirieron amenazas en contra de quienes colaboraran con EEUU e Israel. “El islam es una alternativa al capitalismo”, “La democracia es una gran mentira”, “Somos una nación que prefiere la muerte a una vida de servidumbre”, se corearon entre otras consignas. El periodista danés Lars Hedegaard, que fue el único que realizó un reportaje sobre la citada marcha, ya escribió, y se publicó en 2003, la obra “En la casa de la guerra: la colonización de Occidente por parte del islam”, en donde se recoge que el crecimiento del islam en Europa es como una “tercera yihad”, un intento por extender la influencia del islam a través de “una dominación demográfica de los pueblos nativos de Europa”. Esto le valió que su candidatura a miembro del PEN danés (asociación de escritores que promueve la libertad de expresión en todo el mundo), paradójicamente, fuese rechazada, ¡por hacer uso de su libertad de expresión! Eso huele a ceguera, a apaciguamiento y a rendición.

Hedegaard manifiesta que la actitud de Europa occidental es la de “criminal arrepentido”: demasiados europeos están dispuestos a poner en peligro su libertad. Asimismo, Hedergaard no alberga muchas esperanzas de que se revierta la situación. Sus palabras expresan desasosiego y frustración: El futuro del Continente, pronosticó, “va a ser muy diferente de lo que imaginamos. (…) Habrá guerra. Como en el Líbano”. Estaremos “en conflicto permanente”, y nadie tendrá “el poder de aplacar los ánimos o de mediar. (…) Será mucho más atroz de lo que podamos imaginar”. Cuando llegue el horror, advirtió, los periodista que habrán contribuido a provocarlo “menearán la cabeza y huirán, dejando el papel de luchar a los que no pueden huir”, palabras recogidas por Bruce Bawer en su libro citado. Visto así, duele imaginar la Europa que viene.
 

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