Existe el temor de que ante la caja de Pandora, respecto de
los refugiados, abierta por la irreflexiva e imprudente
canciller alemana Angela Merkel, la mayoría de los países de
la UE miren para otro lado y dejen que Alemania lleve todo
el peso de la crisis de los refugiados. Si así fuera –pienso
que Merkel se lo merecería– se endurecerían los controles
del espacio Schengen, o, quién sabe, si desaparecería dicho
espacio, con el consiguiente endurecimiento de los controles
de las fronteras interiores de la UE, así como el
endurecimiento de las normas de asilo y refugio y de las
expulsiones forzosas a través de las fronteras. Por
consiguiente, primaría la soberanía de cada país y sus
intereses económicos sobre el asilo y el refugio. Sería,
entonces, una salida a la crisis de los refugiados, digamos,
a la húngara, incompatible, se nos dice, con nuestros
valores y nuestros principios.
Esto último –“nuestros valores y
nuestros principios”– se ha convertido en un mantra, en una
categoría, que nuestros políticos nacionales y de la UE nos
lo recuerdan en cuanto aprecian veleidades de resistencia en
el ciudadano europeo a dejarse invadir, a dejarse colonizar,
por pueblos africanos y asiáticos, cuyo nexo común es la
pertenencia a la religión islámica. A nadie se le oculta, a
este respecto, que los europeos en general sienten rechazo
al islam y consideran que es una ideología hostil a nuestras
culturas, asimismo, son refractarios a las prácticas y
hábitos de los musulmanes. Tampoco se les oculta a los
europeos que los islámicos se resisten, una vez que llegan a
Europa, a adoptar y a hacer suyos, precisamente, esos
valores y principios que los políticos que nos gobiernan nos
los recuerdan una y otra vez para que nosotros, eso sí, no
osemos olvidarlos.
Pero por el contrario, esos
gobernantes son muy reacios y timoratos a recordarles a los
musulmanes establecidos en Europa que tienen la obligación
de adaptarse a esos sacrosantos valores y principios de los
que nos hablan a nosotros. Y como los políticos europeos se
han vuelto cobardones para obligar a los musulmanes a
respetar esos valores y principios europeos, tiraron en su
día por la calle de en medio, dejando que cada comunidad
viviera y se rigiera a su aire para así dar lugar a esa
ideología perversa llamada ‘multiculturalismo’, que hace que
las diferentes comunidades asentadas en los diferentes
países europeos vivan unas de espalda a las otras. Así han
surgido barrios multiculturales en suelo europeo, barrios en
los que los autóctonos casi brillan por su ausencia, allí no
entran las leyes de los países de acogida, la ley imperante
es la ley islámica. Esos guetos son “colonias embrionarias”
que seguirán creciendo como resultado de la inmigración y de
la reproducción. Ejemplos de esos barrios los hay en todos
los países europeos. Así, el barrio musulmán llamado Oud
West, en Ámsterdan, (Holanda); el Molenbbek, en Bruselas,
(Bélgica); el Distrito XIX de París, donde campan a sus
anchas yihadistas de la llamada “Red de Buttes Chaumont”; el
barrio Toyen, en Oslo, (Noruega), de población
predominantemente musulmana; el distrito de Norrebro, en
Copenhagen, (Dinamarca); la ciudad de Ishoi, (en Dinamarca),
cuya población, desde 1969-70, fecha en que se instalaron
allí 145 varones inmigrantes turcos, es ahora marcadamente
musulmana, pues la importación de cónyuges desde Turquía y
el alto índice de fertilidad han hecho que ahora haya una
comunidad de 2.183 musulmanes.
Ante estos hechos fácilmente
cuanficables, ¿qué hacen los dirigentes de la UE y de cada
uno de los países europeos? Nada, ¿por qué nada? Porque son
incompetentes, cobardones, timoratos y pusilánimes. Así los
islámicos instalados en esos barrios y en esas ciudades
campan por sus respetos y hacen de su capa un sayo ante las
miradas bovinas de los llamados a meterlos en cintura y a
hacer que respeten nuestros valores y nuestros principios.
No pocos inmigrantes que vienen a Europa, procedentes de
países islámicos, traen consigo numerosas costumbres que se
oponen abiertamente a los derechos humanos, a nuestros
valores y a nuestros principios. Estas costumbres y estos
comportamientos constituyen puntos de conflicto entre las
comunidades musulmanas y las sociedades de acogida, y ¿qué
hacen, a este respecto, la clase dirigente de la UE y de los
países europeos y los medios de comunicación? Pues predican
el apaciguamiento, miran para otro lado, argumentando que
son practicas culturales que se deben respetar en una
sociedad multicultural, y hacen como si no existieran.
Y en esas estábamos cuando sucede
el asesinato (por un holandés de origen marroquí), la mañana
del 2 de noviembre del 2004, del cineasta holandés Theo Van
Gogh. Este Van Gogh fue el que rodó el documental
“Sumisión”, con guión escrito por la activista Ayaan Hirsi
Ali, sobre la mujer musulmana en el islam. Entonces se
preguntó a los líderes y portavoces musulmanes –escribe
Bruce Bawer en su “Mientras Europa duerme”– lo que opinaban
sobre este asesinato. Los periodistas y políticos holandeses
quedaron anonadados y estupefactos al enterarse de que
muchos de esos representantes de la comunidad islámica no
eran capaces de denunciarlo o de defender la libertad de
expresión, al menos, no sin vacilaciones o sin expresar sus
reservas. La mayoría de los grupos islámicos europeos se
negó categóricamente a condenar el asesinato. Escribe Bruce
Bawer que numerosos políticos y periodistas que hasta
entonces no habían comprendido del todo la naturaleza del
desafío que representaba el islam fundamentalista para
Europa empezaron a entenderla entonces. Se les reveló, así,
que tenían una nueva preocupación: el islam fundamentalista.
El asesinato de Van Gogh sacó a la
luz la miserable y cobarde naturaleza de no pocos europeos,
políticos, periodistas lacayos y compañeros cineastas de Van
Gogh. Así, desde “reprender al muerto por romper un tabú”
(el de la mujer en el islam), como hizo el “experto” en
Oriente Próximo Ulrich Kienzie, pasando por The Guardian que
“atacó la suprema indiferencia de Van Gogh ante los
sentimientos que tal vez estaba ofendiendo”, y acabando por
el analista holandés Geert Mak que manifestó “un asesinato
de nada y todo el mundo pierde la cabeza”. Estos son
ejemplos de comportamientos miserables de cobardes, de
apaciguadores, y de traidores.
En abril de 2004, en el distrito
de Norrebro en Copenhagen, la organización islámica radical
Hizb ut-Tahrir orquestó una marcha “en contra del
capitalismo y la democracia”. Se ondearon banderas islámicas
negras y se profirieron amenazas en contra de quienes
colaboraran con EEUU e Israel. “El islam es una alternativa
al capitalismo”, “La democracia es una gran mentira”, “Somos
una nación que prefiere la muerte a una vida de
servidumbre”, se corearon entre otras consignas. El
periodista danés Lars Hedegaard, que fue el único que
realizó un reportaje sobre la citada marcha, ya escribió, y
se publicó en 2003, la obra “En la casa de la guerra: la
colonización de Occidente por parte del islam”, en donde se
recoge que el crecimiento del islam en Europa es como una
“tercera yihad”, un intento por extender la influencia del
islam a través de “una dominación demográfica de los pueblos
nativos de Europa”. Esto le valió que su candidatura a
miembro del PEN danés (asociación de escritores que promueve
la libertad de expresión en todo el mundo), paradójicamente,
fuese rechazada, ¡por hacer uso de su libertad de expresión!
Eso huele a ceguera, a apaciguamiento y a rendición.
Hedegaard manifiesta que la
actitud de Europa occidental es la de “criminal
arrepentido”: demasiados europeos están dispuestos a poner
en peligro su libertad. Asimismo, Hedergaard no alberga
muchas esperanzas de que se revierta la situación. Sus
palabras expresan desasosiego y frustración: El futuro del
Continente, pronosticó, “va a ser muy diferente de lo que
imaginamos. (…) Habrá guerra. Como en el Líbano”. Estaremos
“en conflicto permanente”, y nadie tendrá “el poder de
aplacar los ánimos o de mediar. (…) Será mucho más atroz de
lo que podamos imaginar”. Cuando llegue el horror, advirtió,
los periodista que habrán contribuido a provocarlo “menearán
la cabeza y huirán, dejando el papel de luchar a los que no
pueden huir”, palabras recogidas por Bruce Bawer en su libro
citado. Visto así, duele imaginar la Europa que viene.
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