Sabemos que el mundo es cada día
más diverso y que el poliedro refleja la confluencia de
todas las culturas; de ahí, la importancia de avivar la
concordia de las palabras, la tolerancia de los verbos, el
encuentro de los corazones, lo armónico del arte, el
pentagrama de los sonidos, el espíritu de la ciencia, la
conciencia de los saberes y hasta el aliento de la poesía.
En las pupilas del tiempo nada se disuelve. Tampoco nada se
destruye. Se reintegra todo en los lenguajes de la vida. O
lo que es lo mismo, en la lengua de toda existencia que
perdura más allá de nuestros tiempos. Quizás tengamos que
buscar otras perspectivas más amplias, para que nuestros
sueños vuelen más perennes y abarquen lo íntegro. Porque sí,
somos únicos; y, en ese absoluto, está precisamente caminar
constantemente juntos, con ánimo constructivo, sin
resentimientos, con más alma que cuerpo. Por tanto, es hora
de cambiar las armas por las palabras; las palabras por las
acciones; y las acciones por la unión y la unidad. Hace
falta, en consecuencia, que cada individuo piense más en sus
análogos que en sí mismo. Sin duda, será el mejor
pensamiento a enhebrar en la especie.
Cualquier reflexión no es más que un verso en medio de una
larga noche de sensaciones; pero este verso lo es indiviso,
y lo será indiviso inmortalmente. Por eso, a mí se me ocurre
pensar, ahora que Naciones Unidas celebra durante este mes
el Día del idioma español; y más concretamente el doce de
octubre, en la dinámica creativa de lo hispano, en su fuerza
de expansión y en su vasta experiencia cultural. La
confluencia hispanista ha sido una realidad a lo largo y
ancho de nuestro convivir. Considero, pues, que está muy
bien promocionar y apoyar aquellas iniciativas que promuevan
el plurilingüismo y multiculturalismo, así como activar el
uso de lenguas, como la española, que ha servido tanto para
reencontrarnos como para entendernos. Ya en su tiempo lo
reafirmaba el inolvidable pensador, Miguel de Unamuno, de
que “la lengua no es la envoltura del pensamiento sino el
pensamiento mismo”. Con el tiempo, evidentemente, la
“Hispanosfera” se ha convertido en una fuerza viva de
confluencia en todo el planeta, cuestión vital para
robustecer el horizonte de los valores comunes de un mundo
global.
De hecho lo hispano, por su naturaleza, se adapta
perfectamente para suscitar toda forma de cultura de
encuentros, máxime cuando compartimos el uso de la lengua
más de quinientos millones de hispanohablantes en el mundo,
con una historia tan enriquecedora como cautivadora. A este
respecto, resulta verdaderamente gratificante, que el
dieciséis de septiembre de 2013, quedara constituida
formalmente el “Grupo de Amigos del Español en las Naciones
Unidas”, animados por el creciente empleo del español como
idioma universal y, como tal, vehículo para la paz, el
respeto a los derechos humanos y el desarrollo social y
económico entre los pueblos que lo hablan. Con su firma, los
representantes de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa
Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, España, Guatemala, Guinea
Ecuatorial, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay,
Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela recordaron
que el español es uno de los seis idiomas oficiales de las
Naciones Unidas e idioma de trabajo de la Asamblea General,
del Consejo de Seguridad y del Consejo Económico y Social.
La proyección lingüística y cultural de lo hispano, más allá
de los límites europeos y a partir de nuestra propia
pluralidad, ineludiblemente es una buena referencia para la
construcción de un mundo más acorde con la convivencia
pacífica. Por otra parte, el referente del doce de octubre
para evocar el encuentro de dos mundos: Europa y América, ha
tenido una enorme importancia para la humanidad y para
España; puesto que fue este país el que abrió la
comunicación entre Occidente y el continente americano. Por
todo esto, pienso que es saludable para todos evocar
nuestros comienzos, fortalecer nuestras raíces, para llegar
a ser nosotros mismos, en un orbe que es de todos y de
nadie. Téngase en cuenta que sólo los grandes soñadores, que
verificaron su propia historia con sus andares poéticos, han
podido cambiar la historia. Llegará el día en que después de
compartir el espacio, los vientos, el sol y la luna;
aprovecharemos las energías del afecto para sentirnos bien.
Y ese día, descubriremos al fin, que el fuego que
necesitamos para no morirnos de frío, únicamente tiene un
nombre: el amor. ¡Ámense mucho!
|