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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 7 DE OCTUBRE DE 2015

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Ciudades de Tinieblas que rodean a la Ciudad de la Luz

Por Jesùs Gonzàlez


Aquel París del Existencialismo, el París de Juliette Greco, de Edith Piaf, Charles Aznavour, Jacques Brel, Albert Camus, Sartre, André Gide, Simone de Beauvoir, Maurice Chevalier, María Casares, y otros muchos, ya no existe. Insisto, aquel París ya no existe. Hoy en día, París, como escribe Bruce Bawer, es cada vez más una ciudad musulmana. De los más de cinco millones de musulmanes de Francia, cerca de millón y medio reside en París. Más allá de los Campos Elíseos, más allá del barrio de Saint-Germain-des-Prés y más allá del Barrio Latino, al otro lado del “límite artificial formado por el boulevard périphérique”, que es la carretera de circunvalación parisina, se extienden “deprimentes barrios periféricos” llenos a rebosar de viviendas de protección oficial habitadas en su mayoría por magrebíes, y del África negra. Estas zonas son conocidas popularmente como ‘cités’, son áreas que están continuamente en expansión debido a la continua llegada de nuevos inmigrantes, principalmente de África. Son lugares inseguros, en los que nadie, ajeno a ellos, osa adentrarse. Lugares en donde jóvenes, que viven de subsidios, deambulan, en realidad, sin ir a ninguna parte. Tan solo deambulan. Son sitios peligrosos. Hasta tal extremo son peligrosos que el periódico suizo Neue Zürcher Zeitung publicó en ¡1991¡ un informe en el que se decía que en Francia había cerca de 20 cités “en las que no puede patrullar la policía uniformada por el peligro de que se considere que esto constituye una provocación o de verse ellos mismos provocados y agredidos”. Casi un cuarto de siglo ha pasado desde aquel informe del periódico suizo y las cosas en esas cités no solo no han mejorado, sino que han ido a peor. Mucho peor. Para la inmensa mayoría de los hijos de inmigrantes magrebíes, nacidos en Francia, y conocidos como ‘beurs’, “el sentido de la vida radica en su odio por la sociedad francesa”, según escribe el citado Bruce Bawer en su demoledor libro “Mientras Europa duerme”. A este respecto, el psiquiatra y escritor británico Theodore Dalrymple (seudónimo de Anthony Daniels), se refirió a esas cités como “amenazadoras Ciudades de Tinieblas que rodean a la Ciudad de la Luz”. Qué duda cabe que esos jóvenes, de segunda y tercera generación, que no se consideran sujetos a las leyes de la República francesa, representan un enorme desafío para la estabilidad social, para la buena salud del tejido social francés, y, como explica el citado Theodore Darymple, son un foco de delincuencia en París. Curiosamente, Darymple, en sus escritos, hace notar –algo que es obviado actualmente–, que “las ideas progresistas dominantes en los círculos intelectuales occidentales tienden a quitar importancia a la responsabilidad del individuo por sus propias acciones y a socavar los valores tradicionales, contribuyendo a la formación en los países ricos de una vasta clase marginal caracterizada por una violencia endémica, criminalidad, promiscuidad sexual, dependencia de los subsidios y abuso de drogas”. Asimismo, Darymple añade que “el abandono de la clase media de sus ideales tradicionales de cultura y comportamiento ha producido con su ejemplo un barbarismo y una ignorancia irremisibles entre los miembros de la clase trabajadora”. Pareciera que cuando Theodore Darymple estaba escribiendo lo anteriormente citado estaba pensando en los guetos en donde se hacinan los inmigrantes que han accedido, y accederán, a la vieja Europa.

El sistema de integración de esos jóvenes, en su inmensa mayoría musulmanes, ha devenido en fracaso total a todas luces. Y no solo en Francia, sino en todo el continente europeo, la integración de musulmanes se ha revelado como un objetivo casi imposible de lograr. Por un lado, los países europeos, en nombre de la tolerancia y de la diversidad cultural, adoptaron una política extremadamente respetuosa hacia todos los aspectos de las culturas de los inmigrantes que se han ido asentando en Europa, dando lugar a la sociedad multicultural, que divide las sociedades en comunidades cerradas, lo cual entraña un grave riesgo para la supervivencia de la democracia y de los valores liberales al ser el multiculturalismo aliado de los fundamentalismos, especialmente del islámico. Mientras, por otro lado, la mayoría de esos jóvenes han sido enseñados a no respetar y a mirar con desdén y desprecio y odio todo lo que constituye y conforma la sociedad occidental, tan opuesta a la de origen de sus mayores. Ante este estado de cosas, el ciudadano europeo ha sido conminado a aceptar este tipo de sociedad en aras del mantra de la diversidad, en una palabra, del multiculturalismo. A esa sociedad europea le ha sido amputada la consiguiente capacidad de reacción para oponerse a la imparable islamización de las sociedades de los diferentes países europeos. Así, al europeo se le ha enseñado a “huir del conflicto”, de tal manera que cuando presencia una agresión en la vía pública, perpetrada por grupos de jóvenes magrebíes, se mantiene al margen, tal y como Bruce Bawer escribe en su libro citado. Los europeos actuales piensan que las condiciones en las que viven son normales, y que siempre ha sido así. Para conseguir este adocenamiento, esta pasividad, de los ciudadanos europeos, el Sistema cuenta con la labor impagable del periodismo lacayo, que se cuida muy mucho de ocultar, de omitir, las tropelías de los jóvenes musulmanes en las diversas ciudades europeas, por aquello de lo políticamente correcto. Así, a título de ejemplo, cabría citar, según el digital AD, la agresión que sufrió un pastor anglicano, en Tower Hamlets, al este de Londres, a manos de un grupo de individuos originarios de Pakistán y de Bangladesh. No solo “lo golpearon sino que le insultaron por su religión”. Lo más triste de todo esto es que la organización británica Churchwatch ha aconsejado a los vicarios londinenses “no vestirse de forma que sean reconocibles como pastores”. ¡En su propio país han de ocultar su religión! Y como muestra de lo que representa la locura de lo que se ha dado en llamar ‘políticamente correcto’, la BBC, en sus noticias, debe llamar “Asian youths” (“jóvenes asiáticos”) a estos musulmanes, “ya que en Gran Bretaña los medios tienen prohibido llamar “musulmanes” a los musulmanes.

Ante la aterradora visión de decenas de miles (medio millón hasta el momento) de extranjeros (refugiados o no) invadiendo territorios de países europeos, rompiendo fronteras y asaltando trenes por las ventanillas con tal de llegar a Alemania, uno piensa que hemos abierto una puerta que mejor hubiera permanecido cerrada. Este medio millón se convertirá en un millón a finales de año. Y no hay visos de que a alguien se le ocurra decir ¡basta!, y ordenar que se cierren las fronteras. Esta tolerancia es intolerable. Este idílico sueño multicultural tendrá un terrible despertar, visto los antecedentes que ya hay en Europa con inmigrantes procedentes de países islámicos. Esta felicidad multicultural es engañosa. Cuando estos inmigrantes procedentes de países islámicos empiecen a exigir por las bravas, no albergues, sino casas individuales, cuando exijan comida halal en los comedores escolares y que se prohíba en ellos carne de cerdo y exijan que se quiten todos los símbolos cristianos que encuentren en las escuelas para no herir sensibilidades, cuando exijan horarios de piscinas para sus mujeres, cuando el paisaje europeo se islamice con barbudos, ‘burkas’ y ‘niqabs’, cuando exijan que se edifiquen mezquitas a tiro de piedra de sus casas y el almuédano despierte al vecindario en la madrugada para las oraciones, cuando sacrifiquen millones de corderos, sin sedar, como es preceptivo, no en mataderos, sino en casas o en otros lugares no afines, cuando centenares de ellos bloqueen las calles para rezar, cuando empiecen las veleidades yihadistas, cuando se opongan, para no herir sensibilidades, a que, en las ciudades en donde se asienten, se celebren o se recuerden o se conmemoren fechas históricas en las que se haga alusión a batallas ganadas por los ejércitos cristianos a las huestes islámicas –por ejemplo, Poitiers, 732, en Francia o los sitios de Viena, 1529-32, 1683–, cuando haya que adecuar fiestas extrañas al sentir europeo al calendario laboral, cuando esquilmen los servicios sociales y asistenciales y la sanidad, cuando, en fin, se nieguen a trabajar y vivan de los subsidios, entonces, será un terrible despertar, y solo entonces, el ciudadano europeo tal vez recuerde que en su día la ingenua canciller Angela Merkel “celebró” los cambios sociales que traerían los refugiados a Alemania (o a Europa en general). Pero, claro, como decía Stefan Zweig, “para qué inquietar a alguien que no quiere ser inquietado”.
 

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