Aquel París del Existencialismo, el París de Juliette Greco,
de Edith Piaf, Charles Aznavour, Jacques Brel, Albert Camus,
Sartre, André Gide, Simone de Beauvoir, Maurice Chevalier,
María Casares, y otros muchos, ya no existe. Insisto, aquel
París ya no existe. Hoy en día, París, como escribe Bruce
Bawer, es cada vez más una ciudad musulmana. De los más de
cinco millones de musulmanes de Francia, cerca de millón y
medio reside en París. Más allá de los Campos Elíseos, más
allá del barrio de Saint-Germain-des-Prés y más allá del
Barrio Latino, al otro lado del “límite artificial formado
por el boulevard périphérique”, que es la carretera de
circunvalación parisina, se extienden “deprimentes barrios
periféricos” llenos a rebosar de viviendas de protección
oficial habitadas en su mayoría por magrebíes, y del África
negra. Estas zonas son conocidas popularmente como ‘cités’,
son áreas que están continuamente en expansión debido a la
continua llegada de nuevos inmigrantes, principalmente de
África. Son lugares inseguros, en los que nadie, ajeno a
ellos, osa adentrarse. Lugares en donde jóvenes, que viven
de subsidios, deambulan, en realidad, sin ir a ninguna
parte. Tan solo deambulan. Son sitios peligrosos. Hasta tal
extremo son peligrosos que el periódico suizo Neue Zürcher
Zeitung publicó en ¡1991¡ un informe en el que se decía que
en Francia había cerca de 20 cités “en las que no puede
patrullar la policía uniformada por el peligro de que se
considere que esto constituye una provocación o de verse
ellos mismos provocados y agredidos”. Casi un cuarto de
siglo ha pasado desde aquel informe del periódico suizo y
las cosas en esas cités no solo no han mejorado, sino que
han ido a peor. Mucho peor. Para la inmensa mayoría de los
hijos de inmigrantes magrebíes, nacidos en Francia, y
conocidos como ‘beurs’, “el sentido de la vida radica en su
odio por la sociedad francesa”, según escribe el citado
Bruce Bawer en su demoledor libro “Mientras Europa duerme”.
A este respecto, el psiquiatra y escritor británico Theodore
Dalrymple (seudónimo de Anthony Daniels), se refirió a esas
cités como “amenazadoras Ciudades de Tinieblas que rodean a
la Ciudad de la Luz”. Qué duda cabe que esos jóvenes, de
segunda y tercera generación, que no se consideran sujetos a
las leyes de la República francesa, representan un enorme
desafío para la estabilidad social, para la buena salud del
tejido social francés, y, como explica el citado Theodore
Darymple, son un foco de delincuencia en París.
Curiosamente, Darymple, en sus escritos, hace notar –algo
que es obviado actualmente–, que “las ideas progresistas
dominantes en los círculos intelectuales occidentales
tienden a quitar importancia a la responsabilidad del
individuo por sus propias acciones y a socavar los valores
tradicionales, contribuyendo a la formación en los países
ricos de una vasta clase marginal caracterizada por una
violencia endémica, criminalidad, promiscuidad sexual,
dependencia de los subsidios y abuso de drogas”. Asimismo,
Darymple añade que “el abandono de la clase media de sus
ideales tradicionales de cultura y comportamiento ha
producido con su ejemplo un barbarismo y una ignorancia
irremisibles entre los miembros de la clase trabajadora”.
Pareciera que cuando Theodore Darymple estaba escribiendo lo
anteriormente citado estaba pensando en los guetos en donde
se hacinan los inmigrantes que han accedido, y accederán, a
la vieja Europa.
El sistema de integración de esos jóvenes, en su inmensa
mayoría musulmanes, ha devenido en fracaso total a todas
luces. Y no solo en Francia, sino en todo el continente
europeo, la integración de musulmanes se ha revelado como un
objetivo casi imposible de lograr. Por un lado, los países
europeos, en nombre de la tolerancia y de la diversidad
cultural, adoptaron una política extremadamente respetuosa
hacia todos los aspectos de las culturas de los inmigrantes
que se han ido asentando en Europa, dando lugar a la
sociedad multicultural, que divide las sociedades en
comunidades cerradas, lo cual entraña un grave riesgo para
la supervivencia de la democracia y de los valores liberales
al ser el multiculturalismo aliado de los fundamentalismos,
especialmente del islámico. Mientras, por otro lado, la
mayoría de esos jóvenes han sido enseñados a no respetar y a
mirar con desdén y desprecio y odio todo lo que constituye y
conforma la sociedad occidental, tan opuesta a la de origen
de sus mayores. Ante este estado de cosas, el ciudadano
europeo ha sido conminado a aceptar este tipo de sociedad en
aras del mantra de la diversidad, en una palabra, del
multiculturalismo. A esa sociedad europea le ha sido
amputada la consiguiente capacidad de reacción para oponerse
a la imparable islamización de las sociedades de los
diferentes países europeos. Así, al europeo se le ha
enseñado a “huir del conflicto”, de tal manera que cuando
presencia una agresión en la vía pública, perpetrada por
grupos de jóvenes magrebíes, se mantiene al margen, tal y
como Bruce Bawer escribe en su libro citado. Los europeos
actuales piensan que las condiciones en las que viven son
normales, y que siempre ha sido así. Para conseguir este
adocenamiento, esta pasividad, de los ciudadanos europeos,
el Sistema cuenta con la labor impagable del periodismo
lacayo, que se cuida muy mucho de ocultar, de omitir, las
tropelías de los jóvenes musulmanes en las diversas ciudades
europeas, por aquello de lo políticamente correcto. Así, a
título de ejemplo, cabría citar, según el digital AD, la
agresión que sufrió un pastor anglicano, en Tower Hamlets,
al este de Londres, a manos de un grupo de individuos
originarios de Pakistán y de Bangladesh. No solo “lo
golpearon sino que le insultaron por su religión”. Lo más
triste de todo esto es que la organización británica
Churchwatch ha aconsejado a los vicarios londinenses “no
vestirse de forma que sean reconocibles como pastores”. ¡En
su propio país han de ocultar su religión! Y como muestra de
lo que representa la locura de lo que se ha dado en llamar
‘políticamente correcto’, la BBC, en sus noticias, debe
llamar “Asian youths” (“jóvenes asiáticos”) a estos
musulmanes, “ya que en Gran Bretaña los medios tienen
prohibido llamar “musulmanes” a los musulmanes.
Ante la aterradora visión de decenas de miles (medio millón
hasta el momento) de extranjeros (refugiados o no)
invadiendo territorios de países europeos, rompiendo
fronteras y asaltando trenes por las ventanillas con tal de
llegar a Alemania, uno piensa que hemos abierto una puerta
que mejor hubiera permanecido cerrada. Este medio millón se
convertirá en un millón a finales de año. Y no hay visos de
que a alguien se le ocurra decir ¡basta!, y ordenar que se
cierren las fronteras. Esta tolerancia es intolerable. Este
idílico sueño multicultural tendrá un terrible despertar,
visto los antecedentes que ya hay en Europa con inmigrantes
procedentes de países islámicos. Esta felicidad
multicultural es engañosa. Cuando estos inmigrantes
procedentes de países islámicos empiecen a exigir por las
bravas, no albergues, sino casas individuales, cuando exijan
comida halal en los comedores escolares y que se prohíba en
ellos carne de cerdo y exijan que se quiten todos los
símbolos cristianos que encuentren en las escuelas para no
herir sensibilidades, cuando exijan horarios de piscinas
para sus mujeres, cuando el paisaje europeo se islamice con
barbudos, ‘burkas’ y ‘niqabs’, cuando exijan que se
edifiquen mezquitas a tiro de piedra de sus casas y el
almuédano despierte al vecindario en la madrugada para las
oraciones, cuando sacrifiquen millones de corderos, sin
sedar, como es preceptivo, no en mataderos, sino en casas o
en otros lugares no afines, cuando centenares de ellos
bloqueen las calles para rezar, cuando empiecen las
veleidades yihadistas, cuando se opongan, para no herir
sensibilidades, a que, en las ciudades en donde se asienten,
se celebren o se recuerden o se conmemoren fechas históricas
en las que se haga alusión a batallas ganadas por los
ejércitos cristianos a las huestes islámicas –por ejemplo,
Poitiers, 732, en Francia o los sitios de Viena, 1529-32,
1683–, cuando haya que adecuar fiestas extrañas al sentir
europeo al calendario laboral, cuando esquilmen los
servicios sociales y asistenciales y la sanidad, cuando, en
fin, se nieguen a trabajar y vivan de los subsidios,
entonces, será un terrible despertar, y solo entonces, el
ciudadano europeo tal vez recuerde que en su día la ingenua
canciller Angela Merkel “celebró” los cambios sociales que
traerían los refugiados a Alemania (o a Europa en general).
Pero, claro, como decía Stefan Zweig, “para qué inquietar a
alguien que no quiere ser inquietado”.
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