Me gustaría que leyeran este
artículo aquellas personas que no quieren instruirse, que se
han negado a enderezarse y no desean aprender, que están
salvajes como ese campo sin ararlo y que quieren proseguir
el camino sin despertar el intelecto. Cultivarse es algo
admirable, sobre todo cuando nos enseñan a pensar, para
bucear por nuestros interiores, o a sentir el contacto con
nuestros semejantes de manera respetuosa para poder
convivir. No hay mayor tesoro que poder educarnos para la
vida que nos espera, para la convivencia que nos aguarda,
para el discernimiento de la justicia como conciencia, para
ser excelente persona cada día en definitiva. Por
consiguiente, yo les diría a los individuos que no quieren
dejarse sorprender por la sapiencia, que al final somos lo
que la educación hace de nosotros. Porque hasta para
reflexionar, precisamos saber mirar; y, para ver, también
requerimos de un afán, la búsqueda permanente. Y, en esa
exploración verdaderamente hermosa, se precisa la
colaboración de todo un pueblo.
Los maestros, las familias, ¡todos!, son los primeros que
han de permanecer abiertos a la realidad circundante. Sería
bueno, por tanto, que coincidiendo con el día mundial de los
docentes (5 de octubre), la sociedad toda unida, reinventase
un nuevo entusiasmo para ganar la apatía de esos seres en
formación, que pudiendo formarse rehúyen de hacerlo.
Ciertamente, cuesta entender que haya tanta dejadez social,
ante el alma tan tierna de un niño, al que podemos destruir
o, por el contrario, templarlo para que pueda salir airoso
ante las dificultades de la vida. Por otra parte, aún hay
otros países, que para alcanzar el objetivo de la educación
primaria universal de aquí a 2020, se necesitarán contratar
a un total de 12,6 millones de maestros, según datos
recientes del Instituto de Estadística de la UNESCO. También
se olvida la sociedad que, educando a los niños de hoy, no
será necesario castigar a los adultos del mañana. Mi
consejo, pues, que se dejen instruir para embellecerse y
verán luego el gozo que sienten, amarán más la vida y se
amarán mejor. Piensen, en todo caso, que nunca es tarde para
engrandecerse y abrirse a la plenitud de la existencia.
Deberíamos acusarnos todos, ante esos niños que no quieren
aleccionarse, tanto sea por desgana propia del educando como
por falta de incentivos en los recursos o docentes. La
docencia es una cadena de transmisión de la civilización,
que ningún país debe obviar, en la medida que su actuación
nos hace avanzar o retroceder. Por eso, es una buena noticia
que el eje de la Agenda de Educación 2030, considere como
primordial objetivo “una educación de calidad inclusiva y
equitativa, y promover las oportunidades de aprendizaje
permanente para todos”. Indudablemente, todo debe girar
alrededor de la formación y, en este sentido, los docentes
juegan un papel vital. ¿Quién no recuerda a sus buenos
maestros? Por desgracia, una buena parte de los jóvenes de
hoy son unos violentos opresores, suelen ser irrespetuosos
con todo, contradicen a sus padres sin miramientos alguno y
le faltan al respeto a sus docentes en cualquier momento. No
importa el sitio ni el lugar, son ingratos; y, por curioso
que parezca, también son un buen puñado los que aspiran a
vivir del cuento. Al final, cuando la vida les injerte los
primeros palos, recordarán aquellas enseñanzas de las que
pasaron, y con gratitud evocarán aquellos que les abrieron
los ojos. Pero ya será tarde para enmendar comportamientos y
sufrirán, por su ignorancia, las mayores servidumbres.
Ha llegado el momento que todos, gobiernos y comunidades
internacionales, familias y sociedad en general, apoye
unánime a los docentes y al aprendizaje de calidad en todo
el planeta, especialmente en aquellos ámbitos que cuentan
con el mayor número de niños sin escolarizar. A fin de
cuentas, la eficacia de cualquier sistema educativo depende
de la formación de sus educadores. Por tanto, todos debemos
apoyar a los docentes, para que esas personas que no quieren
saber nada de libros, puedan sentirse libres, vean en sus
maestros, personas integradoras e integrales, que aparte de
predicar con el ejemplo, son efectivos guías motivadores,
hasta el punto de enseñar a la gente que no quiere, ascender
a la autonomía de la libertad que es lo que la educación
injerta, sin darse cuenta de que está aprendiendo. Con razón
el porvenir está en manos del auténtico docente y, mucho
más, en todo el pueblo que también educa.
|