La canciller Angela Merkel se equivoca cuando “celebra” los
cambios sociales que traen los refugiados a Alemania. Se
equivoca porque confunde un deseo con la realidad. Se engaña
la canciller Merkel porque confunde su buena disposición
personal con el mundo real. A Angela Merkel la engaña su
buena fe, diría, su ‘mala buena fe’. La canciller confunde
lo que ‘debería ser’ con lo que en realidad es. Como Merkel
no quiere defraudar sus ideas románticas sobre refugiados
rechaza la realidad de lo que se le ha metido –se nos ha
metido– de rondón. El reto ya no es el trabajo y el acomodo,
sino la integración. El reto es la integración de miles de
personas procedentes de países distintos –Afganistán, Siria,
Irak, Eritrea, Marruecos, Sudán, Libia, países del África
negra, etcétera–, que ni siquiera profesan la misma rama del
Islam, sunníes, chiíes, alauíes, que traen a Europa sus
diferencias religiosas y/o políticas.
Que esos refugiados islámicos mantienen sus diferencias
político-religiosas de sus países de origen en los países de
acogida quedó demostrado en una llamada que una cooperante
de nombre África hizo desde Amman, Jordania, el día 7 de
septiembre, al programa de Carlos Herrera, en la COPE, para
hacer saber que en el campamento de refugiados donde ella
está hay sirios, palestinos, sudaneses e iraquíes, y hay que
llamarlos, no por el nombre familiar, sino por el número que
se les tiene asignado para que no haya violencia entre ellos
al ser de facciones religiosas opuestas. Y, además, por qué
negarlo, van a encontrarse en un continente que es,
digámoslo ya, hostil al Islam. Todo eso lo sabe, por
supuesto, la inteligente canciller alemana, pero no puede
hacer nada porque se ha encontrado con hechos consumados, y
porque es presa de la ideología de lo políticamente
correcto, y, como no puede hacer nada, quiere convencerse, y
convencernos a los demás, de que todos esos miles de
refugiados, y los que seguirán llegando, van a traer de la
mano cambios sociales muy beneficiosos para los países
europeos en los que se asienten.
La canciller alemana no obvia que Alemania tiene una china
en el zapato con los millones de turcos que viven en el
país, sobre todo, en el barrio de Kreuzberg. Merkel sabe que
muchas decenas miles de ellos aún no han aprendido a
manejarse con el alemán, especialmente, los de más edad.
Pero ¿qué va a decir si miles de refugiados de todo pelo y
condición se han encaminado a Alemania? Por eso quiere que
los países europeos de la UE se hagan cargo de miles de
ellos. Pero va a tener que apechugar con la mayoría de los
refugiados que han entrado en Europa. A estas alturas la
canciller alemana habrá lamentado haber dicho en público que
Alemania acogería a todos los que llegasen a sus fronteras.
Habrá aprendido en carne propia que se es esclavo de las
palabras y se es dueño de los silencios. Por otro lado, ya
le habrán llegado noticias, por sus colaboradores más
directos, de que centenares de asilados han desaparecido de
los centros en donde han sido ubicados, e, incluso, paran
los trenes en mitad del campo y de la noche para poner pies
en polvorosa. Y que no es improbable que “cientos de
salafistas” se hayan colado en Alemania. Por supuesto, que
esos miles de refugiados, quién lo duda, van a traer cambios
sociales a Alemania, pero me temo que no será para
celebrarlo, como dice Merkel. Tal vez para lamentarlo.
Podrían resultar una rémora para el tejido social alemán.
A todo esto, al tiempo que rechaza acoger a los refugiados,
hermanos de religión, en su territorio, Arabia Saudí ofrece
a Alemania construir 200 mezquitas en todo el país para
atender las necesidades (religiosas) de los recién llegados.
No se olvide que el Islam de la facción wahabita que se
practica en Arabia es el más excluyente y el más refractario
con cualquier tipo de valores occidentales, no ya con
cualquier otra religión. Arabia no está interesado en
labores humanitarias (eso que lo haga Europa), su objetivo
es la expansión del Islam por todo Occidente. A este
respecto, el obispo húngaro Laszlo Kiss-Rigo, responsable
cristiano de la parte sur del país, manifestó que “esto es
una invasión en toda regla”, y añadió que “se comportan de
manera arrogante y cínica”.
Como a estas alturas la ingenuidad es intolerable, y,
además, no podemos permitírnosla, no se puede obviar que
Europa es refractaria al Islam, y la inmensa mayoría de esos
refugiados son musulmanes de diferentes facciones. Los
musulmanes encuentran difícil acomodo en las diferentes
sociedades de los países europeos. El Islam tienen mal
encaje en la sociedad occidental. En sus países de origen,
sociedades más o menos cerradas, les han inoculado el virus
de que Occidente es culpable de sus miserias, desdichas e
infortunios y generan un sentimiento de rechazo a las
culturas de los países europeos que los acogen, a nuestra
civilización e incluso a la religión, pero, eso sí, desean
nuestros euros, nuestra sanidad y nuestra libertad. En otras
palabras, se les desata el deseo de esquilmar, sin pudor
alguno, las arcas de los servicios sociales de los países de
acogida.
Así, el periodista norteamericano Bruce Bawer, en su
impagable libro “Mientras Europa duerme”, escribe que
“muchos inmigrantes se han afanado con un éxito notable en
explotar la generosidad de los Estados de bienestar
occidentales”. Escribe Bawer que “para las personas que
provienen de aldeas pobres de países no desarrollados con
altos niveles de corrupción, el objetivo es quedarse con
todo lo que se pueda”. Además, continúa Bruce Bawer en su
libro, que “la ley islámica les da derecho a abusar todo lo
posible del sistema de los infieles”, el derecho, en
palabras de Kheir Sajer, de “engañar y mentir a los países
que los acogen”. En Dinamarca, una población de musulmanes
de apenas un 5% recibe un 40% de las ayudas sociales, se lee
en el libro de Bawer. A este respecto, Ali Abd al-Alal, de
Mayadeen TV (Líbano), investigador egipcio, afirma, según el
digital AD, que el 80% de los musulmanes en Occidente vive
de la asistencia social y se niega a trabajar. Su
investigación aborda los problemas de la falta de aportación
de los musulmanes en las sociedades occidentales en que
viven, con el fin de disfrutar de los sistemas sociales de
estos países. Señala que los musulmanes llegan a Occidente
como refugiados o como inmigrantes ilegales, no a llevar
riqueza a las sociedades de acogida, sino por el contrario,
se convierten en una amenaza para la seguridad y la
estabilidad económica de Occidente. Por no hablar de la
delincuencia. Ali Abd al-Alal cree que la asistencia social
concedida en la Unión Europea atrae a los inmigrantes como
un imán.
Todo esto lo saben los políticos de los diferentes países
europeos y los de la UE, saben que este sistema laxo de
asistencia, basado, según ellos, en los derechos humanos, no
funciona. Pero nadie quiere cambiar este estado de cosas por
miedo a que lo despellejen vivo y lo califiquen de
islamófobo, racista y/o xenófobo, como sucedió con Javier
Maroto, alcalde en su día de Vitoria. La realidad les da
miedo. Y como les da miedo suelen poner el Islam más allá de
toda crítica, lo sacralizan, lo cual no solo es malo, es
peor, pues en una sociedad democrática nada ni nadie puede
estar a salvo de críticas. Constituye la razón de ser de la
misma democracia. Además, si el ciudadano europeo intuye que
el Islam es intocable, el sentimiento islamófobo podría ser
imparable, si ya no lo es. Como advirtió el ensayista
holandés Paul Scheffer, en el periódico NCR Handelsblad en
el año 2000, “la cultura de la tolerancia está llegando a un
límite”. Pero, lamentablemente, los políticos han destruido
el espíritu de supervivencia y el espíritu crítico de la
mayoría de los europeos.
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