Nunca las noticias son diabólicas
por sí mismas, puesto que al final se revelan por si solas.
Es verdad que nos alegra más el alma recibir mensajes
esperanzadores, pero tampoco hay que dejarse abatir por una
realidad enlutada, fruto de un intelecto soberbio,
desbordado por las guerras y los sufrimientos. Claro está,
no podemos caer en la tentación de una cultura putrefacta,
que todo lo confunde adrede, porque no hay mayor mentira que
la verdad mal servida. Hoy más que nunca, ante estos
entornos corruptos, precisamos reflexionar, escuchar mucho
para entender más, y no dejarnos asustar por el dogma de los
que dicen saberlo todo, poderlo todo, controlarlo todo,
explotarlo todo en definitiva.
A los auténticos endiosados del
poder, afanados en convertir el planeta en un mercado, son a
los que debemos frenar con una actitud más combativa. Este
camino no es para acomodarse, sino para amasar justicia y
ofrecer futuro a las nuevas generaciones. Por eso, nos
alegra que Naciones Unidas, como parte de la adopción de la
nueva agenda de desarrollo para 2030, haya lanzado un
aluvión de anhelos, entre ellos una ambiciosa campaña de
salud mundial para combatir las muertes evitables de seres
humanos, o que se subraye la importancia de la educación
como un objetivo prioritario entre los moradores.
Celebramos, pues, estas apuestas encaminadas a la
erradicación de la pobreza, la superación de la desigualdad
y la lucha contra el cambio climático. Ahora hay que
hacerlas valer entre todos, entre toda la humanidad, sin
oportunismos, y con la cautela de que nada se consigue de
inmediato. Únicamente la constancia es el complemento
indispensable para llevarlas a buen término. Pensemos en la
gota de agua que cae sobre la roca, al final se desmorona
totalmente.
Cualquier éxito no se logra de la
noche a la mañana, hemos de persistir, ya no solo con un
trabajo de perseverancia, también de método y de
organización. Lo mismo que para conseguir que una lámpara
esté siempre llameando, no debemos de dejar de ponerle
carburante, también nosotros necesitamos energía para hacer
visible, aquello con lo que nos hemos comprometido de
palabra. Nuestra mayor fuerza, efectivamente, es mantener el
coraje de la esperanza, para construir unidos un mundo más
inclusivo y generoso. La generosidad es vital hasta para
perdonarse uno mismo los tropiezos de la propia vida, máxime
en un planeta cuajado de conflictos en triste expansión.
Obviamente, hay que buscar formas nuevas para restablecer
legitimidades internacionales, capaces de proteger, este
clima de global desolación que soporta, al presente, todo el
orbe.
En todo caso, hemos de vivir con
alegría. No podemos ser pesimistas. Hemos de cultivar la
esperanza de que estos ídolos pasajeros corrompidos, dejarán
de gobernar el mundo más pronto que tarde, ya que al final
los intereses mundanos destierran sus privativos andares.
Desde luego, la responsabilidad de protegernos, de
solidarizarnos, ante tantos falsos derechos es más que
obligada, para acabar con esta tremenda deshumanización que
nos desvirtúa como especie pensante. Una sociedad
destructiva de sí misma no puede durar mucho tiempo. De ahí,
la importancia, en este momento, de ser personas de acción
responsable, justamente para que cesen todos estos abusos de
los mundanos dioses. Por todo esto, resulta indispensable la
unión y la unidad, sobre todo en cuanto a facilitar a toda
la ciudadanía: un techo para descansar, un trabajo digno y
debidamente remunerado, una alimentación adecuada y agua
potable, así como un ambiente favorable, donde cada persona
pueda cultivarse y crecer en auténtica libertad de
raciocinio y discernimiento.
Todo espíritu humano precisa de
este poema ilusionante, tanto para alentar sus habitaciones
interiores, como para sustentarse en la esperanza de
cohabitar en la misma naturaleza compasiva. Las nefastas
consecuencias de una globalización seducida por la ambición
de lucro y de poder, ha excluido sin escrúpulos, y con total
abandono de los gobiernos, a personas que son tan necesarias
como ese linaje de predilectos y mimados, que nos manejan a
sus oportunos dictados. Hemos de empeñarnos por un mundo
hermanado, sin armas, con la ética de la construcción como
horizonte y con el brío de la estética como camino. Podemos
entendernos. Nada es imposible. Con la esperanza como
lenguaje, el fruto del sosiego se encarnará por todas las
esquinas del hábitat, a poco que nos dejemos entusiasmar por
una cultura comprensiva injertada en la poética de la
naturaleza creada.
El futuro es de los valientes, de
los que saben amar de corazón, de los que toman decisiones
globales esperanzadoras, para que disminuyan el número de
excluidos y marginados. Las loables labores de las
organizaciones internacionales han de continuar
perfeccionándose, en parte porque todas las obras humanas
son imperfectas, pero también avanzando en ánimo de donarse,
sin esperar otra recompensa que una conciencia tranquila,
por haber contribuido con desvelo al bien colectivo. Al
final lo que da sosiego es la hoja de servicios del alma,
una hoja respetuosa con toda vida y su diversidad, activando
lo mejor de cada pueblo y de cada ciudadano, sabiendo de que
nada puede destruirnos salvo nosotros mismos. Para desgracia
nuestra, en ocasiones, somos nuestro peor enemigo.
A propósito, decía Mahatma Gandhi,
de que podían existir muchas causas por las cuales estaba
dispuesto a morir, pero ninguna por la cual estuviese
dispuesto a matar. Con justicia se celebra, motivado por el
aniversario de su nacimiento, el día internacional de la no
violencia (2 de octubre). A mi juicio, su referente es
primordial para sembrar un mensaje armónico al mundo, capaz
de generar conciencia pública. Su filosofía de vida fue un
verdadero altar conciliador y reconciliador. Sirva como
ejemplo, su advertencia, que perdurará en todo tiempo y
época: “ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”. Cuánta
razón en su verbo, y cuánta esperanza en su sentir. Su
referencia nos ayuda a recapacitar sobre lo vivido y sobre
aquello que nos queda por vivir. Para empezar aún no hemos
aprendido las nuevas formas de vivir unos con otros y con el
planeta. Podríamos continuar hablando sobre la marginación,
motivada por la esperpéntica exclusión económica, que pasa
inclusive del Estado social, y por ende, de la fraternidad
humana. En consecuencia, hemos de poner de moda la concordia
en todos los pueblos y naciones, aunque cada día tengamos
menos líderes preparados para respaldarla.
Hay que exigir la paz, la
libertad y la justicia, si en verdad queremos un planeta más
habitable para todos. No se puede tolerar una situación en
la que un solo hombre, mujer o niño, siga condenado a sufrir
hambre en prósperas regiones, donde suele haber alimentos
suficientes para todos y medios para acabar con la
exclusión. Tampoco se puede soportar que buena parte de la
población muera cada día en un clima de desesperación,
mientras los privilegiados hacen bien poco por consolarlos.
Pienso que es el momento, por tanto, de dejarnos sumergir
por el océano del amor infinito, y tratar de pensar en los
demás, sin encerrarse en el propio yo. Esta concepción de la
vida unida, orientada hacia la comunidad, lo que hace es
cohesionarnos para poder sobrevivir. También dicen que la
historia se repite, pero lo cierto es que sus enseñanzas no
las aprovechamos. Dejar de lado nuestras raíces y nuestro
destino es como renegar de la vida, de una existencia
poéticamente sociable, bajo el timbre de la convivencia. Por
consiguiente, sociedad que no sabe pensar, o no le dejan o
no quiere, difícilmente puede subsistir mucho tiempo. Es
cosa de cada uno pensar en sí, pero a la vez en los
semejantes. Los planes de estudio deberían reflexionar sobre
todo esto; porque una humanidad divorciada, amén de
aborregada, es una humanidad que se suicida.
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