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cultura - DOMINGO, 20 DE SEPTIEMBRE DE 2015


alumno haciendo deberes. el pueblo.

educacion / COMIENZO DEL CURSO ESCOLAR
 

Deberes escolares sí o
no: ¿es ese el debate?

El informe PISA titulado ¿Las tareas escolares mantienen las desigualdades en la enseñanza? ha vuelto a poner sobre el tapete las quejas de determinados colectivos sobre el excesivo volumen de deberes que les mandan a sus hijos, pero no les van a la zaga quienes mantienen que el trabajo en casa es imprescindible  

CEUTA
El Pueblo

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Y es que los datos que aportan desde el Programa Internacional para la Evaluación de los Alumnos (Programmefor International Student Assessment, PISA), no permiten sacar conclusiones firmes. Por un lado, parece que los países que siempre son ejemplo de calidad de enseñanza, como Finlandia, se distinguen también por ser aquellos cuyos alumnos dedican menor número de horas semanales a los “deberes”. Pero, por otro lado, sobre la puntuación (por ejemplo en matemáticas) que obtienen los alumnos de países donde hay más o menos horas de tarea escolar, dice textualmente el informe, “los estudiantes que dedican más tiempo a los deberes obtienen, en general, mejores resultados en las evaluaciones”. España, por hablar de lo más próximo, supera en más de una hora semanal la media de los países de OCDE en cuanto a número de horas dedicadas por los estudiantes a las tareas después de clase: (OCDE: 5 horas; España: 6,3). La nota en matemáticas en la evaluación PISA, sin embargo, está por debajo de la media de la OCDE. En el caso español, por tanto, tampoco se cumple que a más horas de deberes, mejores puntuaciones.

La cuestión respecto a si es perjudicial o beneficioso poner tarea “para casa” a los estudiantes obtiene una respuesta políticamente correcta por parte de los responsables del informe PISA: “los deberes representan una posibilidad suplementaria de aprendizaje”. Los psicólogos que se ocupan del asunto son más concretos: las tareas escolares son imprescindibles para el aprendizaje. Harris Cooper, por ejemplo, profesor de psicología y neurociencia en la Universidad de Duke (EE.UU.) analizó con sus colegas Jorgianne Civey Robinson y Erika A. Patall decenas de estudios realizados durante 16 años (1987-2003) para examinar si la tarea escolar es beneficiosa para los estudiantes y qué cantidades son las más apropiadas. ¿Conclusiones? Resumidamente: el estudiante promedio que hizo deberes tuvo una puntuación en los exámenes más alta que los estudiantes que no los hicieron; una pequeña cantidad ayuda a los estudiantes de la escuela primaria a construir hábitos de estudio; y el rendimiento de los alumnos de secundaria empieza a ser decreciente cuando las tareas sobrepasan los 90 minutos diarios.

Algunos de los argumentos en contra de los deberes, por parte de los detractores, se refieren a cuatro aspectos fundamentales: el hartazgo de los alumnos (pérdida de interés, fatiga emocional, recorte de tiempos de ocio); la interferencia de los padres (presiones, confusión de roles); la potenciación de las “trampas” (copia de otros alumnos), y el aumento de la brecha entre alumnos con mayores o menores rendimientos.

Estas apreciaciones llevaron, por ejemplo, a una sonada “huelga de deberes” en Francia (marzo de 2012), pero debe tenerse en cuenta que en el país galo las tareas extraescolares están prohibidas en el tramo entre los 6 y los 11 años y la protesta, a la que se unieron algunos docentes e inspectores de educación, fue principalmente porque muchos profesores se saltaban esa normativa.

A favor con condiciones

Deberes sí, opinan otros colectivos, pero con racionalidad y con volumen adecuado al alumno y al curso que realiza. Es imprescindible, explican, que haya coordinación entre profesores para que la cantidad de tareas asignadas no exija prolongar exhaustivamente la jornada de estudio; que se tenga en cuenta la individualidad de cada alumno (“si un estudiante ya ha dominado el concepto, la práctica adicional no contribuye a aumentar el rendimiento. Si un estudiante no entiende el concepto, la práctica repetida incorrecta conduce a la frustración, no al desarrollo de las habilidades deseadas”), y que los profesores usen esas tareas “para casa” como herramienta de retroalimentación y no de disciplina.

En España, la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos, Ceapa, suele llevar la voz cantante en las protestas contra el incremento en el número de horas para las tareas escolares que, durante los últimos años, padecen sus hijos. Sin embargo, según el informe PISA citado al principio, en el periodo 2003-2012 en todos los países analizados, salvo Japón, Noruega, Canadá, Países Bajos, EE. UU. y Australia, disminuye el número de horas dedicadas a los deberes: de media en los países de la OCDE, una hora; en España, 0,9 horas.

La otra cara de la moneda en muchos países, España entre ellos, son los planes de estudios. Muchos profesores están de acuerdo con rebajar, incluso suprimir, los deberes, pero siguen cargando con ellos a los chicos, presionados, según comentan, por un currículo muy extenso que tienen la obligación de cumplir durante el curso escolar.

Hay otro grupo de expertos que considera la jornada escolar como el auténtico problema de todo este asunto. No es lo mismo, mantienen, que un alumno tenga una hora o poco más de deberes en casa por la tarde cuando ha terminado su jornada en el centro de enseñanza en torno a las 14 horas, después de comer algo y haber “desconectado” un poco, que hacerlo nada más llegar, en plan “sesión continua”, tras haber salido a las cinco de la tarde.

La Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles, que aboga por homologar la jornada laboral en todos los Estados de la UE, realizó un estudio (mayo de 2014) en el que comparaba los horarios escolares en centros públicos de Alemania, Bélgica, Francia, Finlandia, Holanda, Italia, Portugal, Reino Unido y Suecia. En la mayoría de ellos, la jornada escolar termina en la franja horaria entre las 13,30 y 15 horas. España e Italia la finalizan a las 17 y 16,30 horas respectivamente, en los casos de jornada partida. Conviene añadir aquí que, en el caso español –que no es único en Europa, por cierto–, merced a la capacidad de las CC.AA. para gestionar la enseñanza, hay ya zonas geográficas y grados (primaria, ESO, bachiller) en los que ya se practica la jornada continua. Pero, claro: una cosa es que a los alumnos les venga bien y otra que los padres que trabajan en jornada partida hasta las 19 ó 20 horas no puedan atender a sus hijos a partir de las 15 horas.

Otros puntos de vista

El análisis sobre las distintas opiniones en torno a la oportunidad o no de los deberes tiene otros puntos de vista que no conviene olvidar. Por ejemplo, el de los padres que ven en sus hijos potencial deportivo o cultural (deporte, atletismo, música, danza…) y que necesitan horas para entrenar músculos y habilidades; para ellos, las tareas escolares son absolutamente incompatibles. En un lado más reivindicativo se encuentran los pedagogos que, estando de acuerdo con que un controlado volumen de deberes semanales ayuda, denuncian las condiciones en las que la mayoría de los alumnos en el mundo se ven obligados a hacerlos: infraviviendas, condiciones inadecuadas de temperatura y luz, inestabilidad social, económica y familiar, obligaciones “laborales” tras la jornada escolar y un largo etcétera de circunstancias que dan pie a concluir que, para estos estudiantes, la exigencia de deberes es contraproducente. Y, conste, que no se refieren solo a países o zonasgeográficas donde guerras y hambrunas hacen que la infancia y las ganas de aprender sean actos de heroísmo; hablan del primer mundo, de zonas periféricas donde se acumulan bolsas de pobreza, de barrios en las ciudades en los que una familia de diez miembros comparte un piso interior de cuarenta metros cuadrados, de niños mal alimentados, cuando no con hambre...

Es, precisamente, el problema de las desigualdades, más que la discusión sobre si deberes sí o deberes no, sobre lo que el análisis estadístico PISA alerta y que es lo que da título al estudio. El dato es claro: los alumnos de entornos sociales económicamente más favorecidos tienen más horas de tareas escolares semanales (solos o en clases particulares) que los alumnos de entornos económicamente desfavorecidos. Dicho en otras palabras: a rentas familiares o estatales más altas, más horas de deberes para las criaturas.

Este efecto se da en todos los países estudiados, aunque en algunos las diferencias sean mínimas; en unos casos por ser países con baja renta per capita (pocos alumnos económicamente favorecidos) y en otros por ser Estados con programas reconocidos de protección social a menores (pocos alumnos desprotegidos y desfavorecidos).

Visto por países, las desigualdades en España, en esa relación entre horas de estudio y entorno económico, están muy cerca de la media de OCDE, con menos diferencias significativas que países del entorno como Italia, Bélgica, Irlanda o Francia.

Aquí también destaca Finlandia: las diferencias entre uno y otro grupo de estudio, siendo el país con menos horas de deberes (quizás por eso), es prácticamente nula.

La pregunta que se hace en el título del informe, sobre si el número de horas dedicadas a las tareas escolares mantienen las desigualdades en la enseñanza, tampoco parece que tenga una respuesta contundente.

Más bien lo que parece es que son las desigualdades sociales las que determinan el número de horas que los alumnos dedican a los deberes y no al contrario. Lo que no es posible concluir de los datos que aporta el análisis es si hay una relación directa entre calidad de enseñanza y horas dedicadas a las tareas escolares. Es decir: si los programas de estudios con mayores promedios de éxito escolar prescriben o no trabajo “para casa”. De hecho, el informe dice que “el número medio de horas que los alumnos dedican a los deberes o a clases impartidas por sus profesores [a mayores de la jornada escolar, se entiende] no presenta, en general, ninguna relación con el rendimiento del sistema de enseñanza en su conjunto. Por tanto, son otros factores, como la calidad de enseñanza y el modo de organización de los centros, los que más influyen en el rendimiento en general de los sistemas de educación”.
 

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