La ensoñación es un estado complejo en vigilia, muy sutiles
han de ser los elementos que la provoquen, es de suponer que
Jung tenía algo de razón y que el subconsciente es una trama
de lugares comunes. Ciertos resortes son activados cuando la
noche, el olor de los jazmines, el patio de un palacio y la
música se unen, porque el resultado, logra reacciones
absolutamente oníricas.
Eso le ocurre al festival de Jazz
de Tánger, la ciudad ya de por sí se presta, late fuerte con
su carácter internacional, con su singular mezcolanza, que
injustamente, las circunstancias políticas y comerciales del
momento, le robaron, para atribuírselas a la Casablanca de
Bogart. Una Tánger cosmopolita que seguiría enamorando a la
generación Beat, pero que se abre a la modernidad y al
desarrollo. Tan cerca, pero tan lejos por diferentes
motivos, es hoy una parte muy importante de nuestra
historia, no en balde, es la única ciudad islámica del mundo
que cuenta aún, con una plaza de toros.
El lugar elegido desde hace
dieciséis años para la realización del festival, no deja
espacio a interpretaciones, el sultán Moulay Hafid, nunca
llegó a disfrutar de su palacio en Tánger, no creo que fuera
el tipo de hombre que diera pena a nadie, pero con todo y
con eso, se lo perdió centrifugado por las intrigas
coloniales. Luego lo compró el estado italiano. Actualmente
es un espacio incomparable, embriagador en su bella hechura
colonial, sello del arquitecto español Diego Jiménez
Amstrong, gracias al tamaño y disposición de patios y salas,
ofrece el lugar ideal para la realización de este evento.
Desde su primera edición, allá por
1999, el festival promueve la música como vehículo de
tolerancia y paz, destacando su capacidad para promover el
diálogo entre culturas. Este año, el festival ha girado en
torno a “Jazz cinco continentes”, y ha sido reconocido con
el sello de la Unesco como parte de las celebraciones de su
70 aniversario. Han logrado reunir artistas provenientes de
todos los rincones del planeta, 22 bandas con más de 100
artistas, de estilos no siempre emparentados con el Jazz.
Por mencionar algunos, Nikki Hill, plato fuerte del
festival, fue eléctrica y brutal, Ivan “Melon” Lewis & Cuba
Express abrieron la noche del sábado de forma sensacional, y
nunca olvidaré la melancólica voz de Ruby Landen, que
escuché apoyado en la exótica barra del Tanjazz Pub.
El ambiente que el promotor de
este evento, el publicista francés Philippe Lorin logra
imprimirle al festival, está a caballo entre la platea de La
Scala y lo más selecto de los garitos de Nueva Orleans, en
cualquier caso, gente de todo tipo unidos por la música y
los momentos irrepetibles, multitud de nacionalidades con
predominio marroquí, español y francés.
No puedo por menos, que
recomendar la asistencia a todos los lectores a este
festival. Quizás por desconocimiento, quizás por otros
motivos, lo cierto es que la presencia de los ceutíes ha
sido notoriamente escasa, más aún, si tenemos en cuenta lo
especial del evento y la escasa distancia que nos separa de
Tánger. Realmente lo aconsejaría a cualquiera que tuviera
que tomar un barco, o incluso un avión, más aún a los que
tan sólo han de recorrer una pequeña distancia en carretera.
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