Corría el mes de julio del año 2014 cuando el presidente de
Siria Bashar al-Assad declaró proféticamente: “Si Occidente
sigue armando a los islamistas, muy pronto Europa se
convertirá en un terreno propicio para el terrorismo. Europa
pagará el precio”. Parece que estas declaraciones de
al-Assad se tomaron a título de inventario, ya que fueron
hechas por quien es considerado por la comunidad
internacional como un dictador cruel y sanguinario. Quienes
han advertido la posibilidad de que, efectivamente, entre
los miles de refugiados se ‘cuelen’ otros que vengan con
intenciones perversas, tal y como declaró recientemente el
exalcalde de Vitoria, Javier Maroto, han sido despellejados
y han tenido que pedir públicamente excusas por lo que
declararon. ‘De ninguna manera se puede relacionar estos
refugiados con el terrorismo’, dicen quienes luego pierden
el culo, después de un atentado en Europa, por ponerse a la
cabeza de las manifestaciones contra el terrorismo yihadista.
Esas masas de refugiados, atravesando las fronteras de
Hungría y hacinándose en los campamentos preparados al
efecto, o en los trenes para dirigirse a Austria y después a
Alemania, así como el uso torticero –chantaje moral, a todas
luces–, en la mayoría de los casos, que los medios han hecho
de las fotos de los que se han dejado la vida en el intento,
han desatado una ola de solidaridad en los ciudadanos de la
Europa occidental, no tanto en la oriental. Es una
solidaridad en la que priman los sentimientos, no la razón.
¿“Cuándo la razón ha podido con los sentimientos”?, se
preguntaba Stefan Zweig. Es, a todas luces, una peligrosa
solidaridad ingenua, irresponsable y bobalicona. Ya nadie se
acuerda, no de las palabras del presidente sirio, por
supuesto, sino de los atentados que han habido en Europa en
los últimos años a manos de los yihadistas. No sería
temerario manifestar que estamos pagando el precio por haber
intervenido en Irak y en Libia y haber ejecutado a Saddam y
a Gaddafi, ya que ambos, con mano de hierro, contenían los
escarceos de las diferentes comunidades, religiosas y
políticas, de sus respectivos países. Pero, claro, había que
llevar ‘nuestra democracia’ a esos países árabes y, ya se
ve, todo el oriente próximo se ha convertido en un avispero
cuyas consecuencias para Europa son la inmigración ilegal y
el terrorismo yihadista. Asimismo, había muchas prisas por
desalojar al dictador sirio –no escarmentaron, no, con Irak
y Libia, sobre todo, el presidente francés Hollande–, y
aquello se ha convertido en un todos contra todos.
Pero como la realidad no se cambia
con palabras, ésta, la realidad, más pronto que tarde, se
venga dejándonos colgados de la brocha y con cara de
estúpidos. Así, según el digital AD, la cadena búlgara de
televisión Nova TV confirmaba la noticia, citando fuentes
oficiales, que cinco yihadistas entre 20 y 24 años fueron
detenidos cuando pretendían cruzar el puesto fronterizo de
Gyueshevo en un coche matriculado en Kosovo. Tras su
detención, el coche fue registrado y en su interior se
encontró material del llamado Estado Islámico. Los detenidos
intentaban pasar desapercibidos entre la masa de refugiados.
A este respecto, esta detención se produce después de que
los servicios de seguridad turcos enviaran un informe a las
autoridades de la UE en el que aseguraban que más de 3.000
yihadistas estaban intentando entrar en Europa. Su origen se
encontraba en Siria y en Irak. También, el pasado mayo, el
consejero del Gobierno libio, Abdul Basit Haroun, declaró
ante periodistas de la BBC, que habían detectado a
combatientes del Estado Islámico en los barcos que cruzan el
Mediterráneo. Finalmente, la Dirección General de la Policía
española informó el 13 de febrero pasado que habían sido
robados 1.452 pasaportes sirios en blanco en la provincia de
Rakka y otros 2.348 en la provincia de Deir ez Zur.
Pasaportes con los que presumiblemente los miembros
pertenecientes al Estado Islámico estén accediendo a Europa,
camuflados entre esa masa de refugiados, masa que levanta
una peligrosa solidaridad entre los ciudadanos europeos,
ajenos, en todo momento, al peligro que podría suponer que
extranjeros proclives al Estado Islámico se asentaran en sus
ciudades y en sus barrios, como también están ajenos a que
los discursos oficiales de los políticos se adaptan táctica
y políticamente al momento, y, en el mejor de los casos,
dicen verdades a medias. Incluso mentiras.
Como era de esperar, pese a la
ceguera de los políticos europeos, según The New York Times,
de 8 de septiembre, envalentonados por los sucesos de la
actual invasión de Europa de miles de refugiados desde
Siria, cientos de miles de iraquíes exigen asilo en Europa,
escribe desde Bagdad Tim Arango, encargado de la oficina del
periódico norteamericano en la capital iraquí. Así, The New
York Times señala que, desde mediados de agosto, al menos
250 iraquíes al día desembarcan en las islas griegas, según
ha declarado Konstantinos Vardakis, el alto representante
diplomático en Bagdad de la UE. La mayoría de estos iraquíes
vuelan en Iraqi Airways a Estambul para embarcarse hacia
Europa, esto es así debido a que, según ellos, Europa ha
declarado una “política de puertas abiertas”.
Según The New York Times el
fenómeno de la inmigración a Europa ha ido creciendo como
una bola de nieve y llegan noticias a través de los mensajes
WhatsApp de los iraquíes que ya han alcanzado Alemania,
donde la cancillera Angela Merkel ha dado la bienvenida a
los migrantes y ha convertido en héroes a muchos iraquíes.
Las historias de los parientes iraquíes son a menudo
eufóricas y llenas de posibilidades: “Cuando vayas a Europa,
ellos te tratarán bien, te darán una casa, te darán dinero,
cuidarán de tu salud”, dijo Ali Hattam Jassim, de 37 años,
cuyo hermano llegó recientemente a Bélgica. “Tenemos muchos
amigos allí y ellos nos dicen cuán espléndida es la vida (en
Europa)”.
La realidad es que el hecho
de que estos iraquíes estén volando a Estambul para entrar
en Europa, lo que les descalifica para pedir asilo, parece
que no preocupa a los líderes europeos que han declarado,
por lo que se ve, una política de puertas abiertas. Pero
esta política de puertas abiertas ha creado, sin embargo,
precisamente el efecto sobre el que críticos ya habían
advertido: ofrecer refugio incondicional a cualquiera de
cualquier sitio solo sirve para animar al Tercer Mundo a
entrar en Europa para parasitarla –y, finalmente,
destruirla– y a los europeos. La actitud insensata e
irresponsable de Angela Merkel está metiendo a Europa en un
problema que, a buen seguro, va a tener consecuencias
dramáticas en los años futuros. La cancillera alemana Merkel
ha puesto en marcha la espiral del efecto llamada y, como
dice el líder alemán de la SPD, socio de Merkel en el
gobierno, “A ver quién vuelve a meter el genio en la
botella”. Lo cierto es que el futuro de Europa está en las
manos de unas cuantas personas necias e irresponsables e
insensatas que dirigen la UE y en las de los políticos más
significados y no en las nuestras, en las de los ciudadanos.
Lamentablemente.
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