Una de las bases de los sistemas
democráticos, acaso la fundamental, es el predominio del
poder político expresado a través de las leyes aprobadas por
los representantes electos de los ciudadanos y ciudadanas.
Podemos afirmar, pues, que el parlamento legislativo, en la
teoría, debería ser ese lugar en el que, a través de
discusiones construidas sobre argumentos y contraargumentos,
se abriera paso la razón. En la realidad, esto no pasa.
Podría decirse que lo que ocurre es todo lo contrario: el
dominio del poder económico sobre el poder político aniquila
a la razón y convierte los problemas en soluciones. Es fácil
enumerar ejemplos.
En nuestro país, todo el mundo
coincide en señalar el acceso al mundo laboral como uno de
los principales problemas. El paro juvenil alcanza cifras
escandalosas. Ante esto, ante una realidad en la que los
jóvenes, aun con una gran preparación académica, no
consiguen trabajo, lo razonable sería emprender políticas,
dentro de lo posible, encauzadas a que aquellos que llevan
trabajando muchos años pudieran jubilarse antes para así
poder dejar paso a esas nuevas generaciones. En España, hay
jóvenes deseosos de comenzar a trabajar y personas mayores
deseosas de un merecido descanso. Lo racional sería
investigar, trabajar, diseñar políticas en esa dirección,
ese debería ser el punto de partida de la discusión. Pues
no. Ante esta situación, lo que nos dicen desde arriba es
que, no sólo hay que trabajar más y jubilarse más tarde,
sino que se deben facilitar los despidos. Nos encontramos
ante la paradoja de que lo que impide asegurar el puesto de
trabajo es, precisamente, asegurarlo.
Otro problema, también
perteneciente al ámbito del trabajo, es el de los sueldos.
El salario mínimo en España es muy bajo. Hoy por hoy, debido
a lo poco que se paga, muchos trabajadores son pobres aun
teniendo un empleo. Personas que se parten la espalda ocho y
doce horas al día no consiguen ganar lo suficiente para
cubrir sus necesidades básicas y las de sus familias.
Partiendo de esta realidad, lo lógico, lo normal, lo
racional, sería discutir acerca de cómo lograr que las
empresas paguen salarios dignos, conseguir elevar el salario
mínimo y elaborar procesos de control que asegurasen el
cumplimiento de la ley para que ningún trabajador pudiera
ser explotado con tal impunidad: hacer políticas para que la
gente que gana muy poco gane más. Pues tampoco. Al parecer,
lo mejor ante este problema es eliminar el salario mínimo y
otorgar a los empresarios total libertad para pagar lo que
quieran, pues si se toman medidas para que la gente no sea
pobre, la gente será pobre. Es decir, que si queremos evitar
que haya pobres debemos eliminar todos los mecanismos
destinados a impedir la pobreza. Si no queremos explotación,
lo que debemos hacer es darle total libertad al explotador
para explotar…y así no explotará.
Según los datos, a la vez que
familias son desahuciadas por los bancos, tales bancos
acumulan un número ingente de viviendas vacías. Personas sin
casa y casas sin personas. Algo falla. Si el objetivo de la
política es solucionar los problemas de la gente, antes que
nada hay que saber reconocer tales problemas. El problema,
en esta ocasión, es que a la gente se le echa de su casa
porque, debido a la crisis, no puede pagar al banco. Ante
esto, lo que se nos dice es que el problema no son las
familias en la calle, sino el respeto a la propiedad
privada: la casa es del banco. Lo otro, las circunstancias
que propician que tantas familias se encuentren en tan
dramática situación, no importa. Lo principal no es evitar
que las familias vayan a la calle, sino asegurar que los
bancos no tengan pérdidas.
Podríamos seguir enumerando
ejemplos en los que queda en evidencia como, en muchas
ocasiones, a los problemas ocasionados por el traspaso de lo
que debiera ser discusión común (parlamentarismo,
democracia) al ámbito privado, es decir, a los problemas
producidos por el traspaso de las funciones del estado a la
“mano invisible” del mercado se responde, precisamente, con
más mercado, con más irracionalidad.
La Ilustración y la
Modernidad hablaban del triunfo de la razón. Hoy resulta
obvio quienes son los herederos y quienes los enemigos de
tal cosa.
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