Apuesto por las alianzas
mundiales, y no por las interesadas de ciertos grupos, que
lo que menos cultivan es el amor como fundamento de sus
existencias. Mal que nos pese, necesitamos sentirnos
aceptados, queridos y sustentados, por estos caminos de la
vida. Aparte de hallarnos para sentirnos vivos, ciertamente
requerimos sostenernos en familia, tener linaje, vivir en
filiación como referente y referencia del camino, y así
poder familiarizarnos con otras culturas, con otros modos y
maneras de caminar, para aprender unos de otros a cohabitar
en ambientes más armónicos. Por eso, me alegra infinito que
Naciones Unidas haya optado este año 2015, para celebrar el
Día Internacional de la Paz (21 de septiembre), bajo una
llamativo símbolo (“Alianzas para la Paz, Dignidad para
Todos”), en el que se pretende resaltar la importancia de
que todos los grupos sociales trabajen colectivamente para
lograr la concordia entre la especie humana. Desde luego, la
labor de las organizaciones internacionales no sería posible
sin las coaliciones entre gobiernos, asociaciones del sector
privado y sociedad civil, los grupos religiosos y otras
organizaciones no gubernamentales necesarias para que la
convivencia mejore cada día, pues no está la felicidad en
vivir, sino en saber simpatizar para convivir.
A partir de septiembre de 1982,
venimos celebrando esta apuesta por la paz y a mí,
personalmente, esta fecha me interroga ante la multitud de
contrariedades que llevamos consigo. Con lo armónico, algo
con lo que todos ansiamos coexistir, pasa lo mismo que con
el amor, se habla mucho, pero en realidad nos mueve más el
interés que otra cosa. Todo decimos querer la paz y se
fabrican más armas que nunca. Seamos coherentes. Busquemos
la unidad sin temer a la pluralidad. Respetémonos. Solo eso.
A veces, buena parte del mundo, tiene más necesidad de
respeto que de pan. Las cuerdas que nos amarran son como
alianzas que nos unen, en realidad son hilos de necesidad,
que hemos de avivar comenzando por respetarnos a nosotros
mismos. De ahí; que tanto la paz, como la convivencia,
tengan una base poética. Con razón, la poesía, nos alienta y
nos alimenta, nos asombra y nos sorprende, al igual que un
melódico pentagrama en el corazón de las gentes. Es cuestión
de guardar silencio para sentirnos unidos. Comprometámonos a
vivir en la poesía, a enseñar a nuestros hijos el valor del
ser humano, como el poema más perfecto, y a entonar el
abecedario de la consideración por el prójimo como algo
próximo. Sería un buen recomenzar con los deberes.
Cada poema es único, igual que
cada ser humano, también es único. En cada poesía late, con
mayor o menor intensidad, la búsqueda y el sentimiento. Si
la búsqueda nos hace seres pensantes, el sentimiento nos
mueve el intelecto. En consecuencia, pienso que el odio, o
la misma venganza, únicamente pueden cohabitar por una
incomprensión natural de la vida. Precisamos, sin duda, que
la formación gobierne nuestros andares. Nada es más
importante que la educación para sentirse adaptado a lo
mundial y, de este modo, construir sociedades pacíficas.
Precisamente, hace unos días me decía una maestra, que le
había preguntado a sus alumnos sobre su objetivo en el nuevo
curso. Todos indicaban que aspiraban a las mejores
calificaciones. Sin embargo, ningún alumno advertía que
quería ser mejor cada día. Todos querían saber más, pero
ninguno quería ser mejor compañero. Como me indicaba la
educadora, su clave no es tanto enseñar como despertar la
ilusión por aprender más allá de unos simples contenidos, y
en este sentido, me subrayaba, el desvelo de obtener lo
mejor de sus alumnos, haciéndoles personas de bien, o sea de
valores, con el deseo de convertirlos en buenos ciudadanos
en el futuro.
Verdaderamente hoy se enseña lo
más inverosímil, obviando de los planes educativos lo que es
fundamental para la vida, y es que aún no hemos aprendido el
sencillo arte de convivir. También se habla mucho de educar
para la convivencia, pero se instruye para la
competitividad, para la lucha con el contrincante, haciendo
de la existencia más una selva que un paraíso. Y es, en este
estado de salvajismo, donde cada cual hace lo que le viene
en gana, porque tampoco se educa para adquirir conciencia de
la justicia. Así no se puede avanzar humanamente, en la
medida en que nadie se considera parte de la comunidad
mundial, sino parte de un campo de batalla en el que hay que
salir a ganar siempre. En vista de lo que acontece, pienso
que deberíamos reeducarnos para templar el alma, puesto que
educar no es dar carrera para enriquecernos, sino para saber
vivir unidos y poder vivir en paz. Esta es la clave para el
desarrollo armónico de todos los pueblos del mundo.
Justamente por esto, es necesario reafirmar otro verso más
auténtico, otra poesía más naciente, otro lenguaje más
confluente y esperanzador, porque la inspiración pacifista
jamás cesa, a poco que nos sintonicemos interiormente, por
mucho que prevalezca la violencia, las persecuciones, los
abusos y violaciones contra la libertad de pensamientos.
En todas las cosas de la vida,
cada ser humano ha de aliarse a la lógica del vínculo que
nos une, para poder acogernos en la diversidad, al igual que
un verso conforma otro verso y da lugar al poema. Considero,
pues, muy saludable que renovemos el compromiso de la no
violencia en cada momento, ya que cada pulso interior es una
verdadera voz que nos invita a la comunión con los otros, en
la que hallamos parte de la poesía de la que formamos parte.
Francamente, una efectiva concordia requiere necesariamente
de otras éticas más trascendentes y menos interesadas, e
igualmente, de otras estéticas más fraternas que
ideológicas. En este sentido, se necesitan también otras
poéticas más del alma que del mundo, asegurando a los
ciudadanos, iguales en su dignidad y en sus derechos
fundamentales, el acceso a todos los recursos, de manera que
todos tengamos la oportunidad de realizar nuestro proyecto
de existencia, convenido a nuestro horizonte y en
convivencia con nuestros análogos del camino.
A pesar de que nos hemos
globalizado, aún tenemos la necesidad de experimentar el
encuentro de unos con otros. Nos hace falta un ejercicio
perenne de empatía, de escucha y sintonía, de autenticidad y
coraje, poniéndonos en marcha por el camino exigente de
aquel labrador de versos, que se entrega a la siembra y se
gasta gratuitamente por el bien del poema en su conjunto.
Ahora bien, casi nunca es segura la alianza con un poderoso.
Por tanto, querido mundo, si en verdad ansiamos la paz,
apoyemos el timbre de la justicia; y si en verdad, ansiamos
la justicia, propiciemos que la vida se vuelva balada para
poder abrazar la verdad. Al final todo se reduce a ponerse
al servicio del amor y, por consiguiente, uno debe creer en
él y trabajar por conseguirlo, o sea, por entenderse. Porque
al amor le basta con el amor y le sobra con la poesía, que
aspira a verse cargada de más humanidad y coronada de más
concordancia con la sencillez.
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