Precisamos espacio para todas las
expresiones, oponerse a ellas, paraliza la vitalidad de los
seres pensantes. Indudablemente, ante la escasez de
pensamientos, hay más docilidad y menos actos creativos para
disolver ideologías dominadoras, que nos constriñen hasta
adormecernos. Únicamente la autenticidad nos hará libres y
es, desde esta naturalidad expresiva, como podemos romper
las cadenas. Sin duda, hoy más que nunca, necesitamos
mensajes liberadores frente a tantas opresiones, la más
grave reducir al ciudadano a ser la voz de su señor, a ser
propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o el
adoctrinamiento. Por desgracia, la maldita mentira es la
gran dominadora, hasta el punto que la hemos convertido en
una gran bola de nieve, que cuanto más rueda, más grande se
vuelve. De ahí la necesidad de activar la cultura como
conciencia colectiva, como modo de pensar y de vivir. En
realidad, cohabitar como ciudadano, significa elegir una
actitud comprensiva sin dejar de ser uno mismo, bajo la
necesidad de convivir libremente con los seres de su propio
linaje, dotándonos para ello, de artes o lenguajes diversos,
para que sean el gran instrumento y lazo común que nos
fraternice.
Precisamente sobre todo esto, pude
recapacitar hace unos días, al asistir a una espléndida
actuación, organizada por la Parroquia Nuestra Señora de los
Olmos, dentro del XIV Ciclo Internacional de Conciertos-
Órgano Histórico, templo ubicado en la paradisiaca localidad
manchega del campo de Montiel, Torre de Juan Abad (Ciudad
Real), en la que intervinieron: Sofía Pintor Aguirre (Voz
soprano), Martín Cantarero Velázquez (Saxo soprano), Jesús
Eusebio Jimeno Martínez (Saxo tenor) y Augusto Jerez García
(Saxo barítono). Verdaderamente pude observar, junto a este
pueblo con una población que sobrepasa el millar de
habitantes, lo importante que son este tipo de eventos para
elevar la mirada del ser humano hacia el Creador. Desde
luego, el marco era incomparable, y los intervinientes con
toda la intensidad de su noble alma, aparte de mostrarnos la
belleza del encuentro espiritual, también pudimos compartir
unidos la hondura de este irrepetible momento de elevado
valor cultural. Deseo manifestar, por consiguiente, mi
profunda gratitud al Ayuntamiento de Torre de Juan Abad, por
su patrocinio, pues son estos eventos los que nos hacen más
humanos, más pueblo, más corazón en definitiva. Sería bueno
que sirviera de referente. En tantos momentos de aprietos,
este tipo de cultivos, no sólo alivia la situación de
dificultad humana de cada cual, también contribuye a
sentirnos alimentados espiritualmente. No olvidemos que, con
muy poco presupuesto se pueden hacer grandes cosas, y yo me
sentí poblado de felicidad ese día. Al pueblo y a los
miembros del grupo, por ende, deseo expresar mi aprecio por
el talento y la energía con que han interpretado los
sugestivos fragmentos musicales, deseándoles largas e
intensas intervenciones por todo el planetario. Estamos
necesitados de su aliento y de su armónico hacer.
En verdad, si no fuera por este
tipo de expresiones del alma, tendríamos más razones para
volvernos locos. Por eso, cualquier recóndito lugar del
mundo, ha de propiciar este tipo de gozos, que infunden
esperanza en el corazón humano, tan necesitado de luz y tan
desbordado por los desconsuelos. Realmente, concurre un
misterioso y profundo nexo entre música y anhelo, entre el
color del verso y el pentagrama de esencias, entre el dibujo
del camino y el horizonte que abrazamos. Con razón, la
tradición cristiana representa a las almas bienaventuradas
cantando en coro, arrebatadas y extasiadas por la belleza de
Dios. De igual modo, para los no creyentes, la alegría del
canto y de la música, el abecedario pictórico o el mismo
arte en general, es también una invitación constante a
embellecerse con la existencia. Reivindico, pues, estos
espacios que nos trascienden, haya donde habite cualquier
ser humano. Al igual que la ley natural es un común
denominador a todos los seres humanos y a todos los pueblos,
igualmente el arte es una necesidad para nuestras
habitaciones interiores. En consecuencia, hemos de pensar
que somos cuerpo y espíritu a la vez, y por tanto, lo que
nivela nuestras acciones es el alma que pongamos cada día.
De ahí que cada contienda sea una destrucción del espíritu
humano y, en cambio, cada expresión interna nuestra
acreciente, junto a un respeto mutuo, también un soplo de
humanidad más allá de las miserias humanas; no en vano,
cualquier tipo de arte puede dar nombre a lo innombrable,
compañía al solitario, y hasta comunicar ese mundo invisible
que a veces queremos sentir, oír, ver y tocar.
Más pronto que tarde
retornaremos a la Torre de Juan Abad, pues no hay mejor
reconstituyente. Quevedo, en su tiempo, se liberó de cruces
y yo me liberaré de mundanidad. Descubran el paraíso
conmigo.
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