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OPINIÓN - MARTES, 8 DE SEPTIEMBRE DE 2015

 
OPINIÓN / EDITORIAL

“Yo soy Aylan”

Cerca de 200 personas se manifestaron ayer en la Plaza de los Reyes ante la llamada de distintas entidades y organizaciones como Pedagogía Ciudadana, Elin, APDHA, Digmun o CCOO para que la imagen del pequeño Aylan muerto sobre la arena no sea solo la fotografía de la “vergüenza” sino también la de la “reflexión”. Y es que la dura imagen –y que no ha sido publicada por la BBC- mostrando al niño sirio de tres años inerme se ha clavado en lo más profundo de muchas personas.

Las donaciones a través del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) se triplicaron desde la publicación de la foto del niño, dijo a la AFP el portavoz de Unicef, Christophe Boulierac. La ONG maltesa Migrants Offshore Aid Station (Moas) recibió una cantidad récord de 600.000 euros de donaciones desde la aparición de la foto. “La ola de indiferencia está retrocediendo”, declaró a la AFP Christian Peregrin, portavoz de esa ONG. En Suiza, la ONG Cadena de la felicidad recibió 550.000 euros del lunes al miércoles. Desde el jueves, esta organización recibió más de un millón de euros.

Pero ¿qué ha podido generar ese impacto? ¿Por qué esta imagen ha logrado lo que tantas otras no han podido? La razón es que la foto es impactante, pero la mitad de lo que ocurre pasa en el subconsciente, la mente complementa lo que le falta a la foto, lo que ves es una foto bastante apacible y en cierta forma respetuosa, pero te hace pensar inmediatamente: ¿por qué pasó esto? ¿Por qué hay niño muerto en una playa?”. Y sobre todo, ese tipo de pensamientos tiene un efecto más penetrante en las personas que son padres.
 

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